Venecia, la república de las mujeres
La Pedrera de Barcelona revela las "voces femeninas del Barroco" en una gran exposición dedicada al arte veneciano de los siglos XVII y XVIII
"En el siglo XVII, Venecia era considerada una ciudad de mujeres. Éstas gozaban de un protagonismo prácticamente único en Europa. Los extranjeros se sorprendían al ver su libertad ante los hombres, el sexo, el amor, la vida y el arte". Lo afirma Xavier Barral, comisario de la exposición Pasión y negocio. El arte en la Venecia de los siglos XVII y XVIII, abierta en La Pedrera, el centro cultural de la Fundación Caixa Catalunya en Barcelona, hasta el 27 de enero. Entre las 130 obras de los grandes intérpretes de la pintura veneciana -Tintoretto, Guardi, los Tiépolo, Canaletto, Longhi, Vanvitelli, Veronese y Canova-, Barral no ha olvidado incluir dos de aquellas mujeres que, con su participación en la vida pública, el arte y los negocios, contribuyeron a hacer de Venecia un escenario insólito. La aristócrata Rosalba Carriera (1675-1757) y la monja Isabella Piccini (1648-1734) son la punta de un iceberg formado por mujeres que dominaban en los salones, los prostíbulos y los conventos. Herederas de las grandes artistas del Renacimiento y producto de un mundo en el que la cuna determinaba el éxito social y el adulterio era aceptado como antídoto contra los matrimonios de conveniencia, estas mujeres encontraron en el arte una forma de expresión y afirmación en un universo masculino. Como Barral recuerda en un texto del catálogo dedicado a las "voces del Barroco veneciano", "tener una obra de Carriera era una obligación de buen gusto y exotismo, como un modo de lavarse la conciencia en un universo misógino".
En la exposición de La Pedrera, que tiene el mérito de ofrecer una visión global del arte veneciano de la época no sólo con pinturas, como es más habitual, sino también con dibujos, grabados, esculturas y libros, Carriera está representada con uno de sus últimos autorretratos, el género en que más destacó. La artista no dudó en utilizar su gran habilidad para ver el alma oculta tras el rostro de una persona (niños, diplomáticos, eclesiásticos, mujeres jóvenes y ancianas, cuyos retratos se conservan en las Gallerie dell'Accademia y en el Museo de Cà Rezzonico, en Venecia), también para sus autorrepresentaciones, donde documenta sin piedad el proceso de decadencia física que la condujo a la ceguera. Son piezas que revelan la evolución psicológica y moral de la autora, desde su primer autorretrato, de 1709, conservado en los Uffizi de Florencia, hasta el último de 1746, definitivamente alejado del estilo rococó que la hizo célebre. Su aportación no fue sólo estilística, sino también tecnológica: revolucionó la técnica del pastel y fue la primera en utilizar el marfil en las miniaturas, otorgándoles un brillo característico de toda su obra.
Aún más alejada de la frivolidad del estereotipo femenino, tanto de los salones de las damas venecianas como de los conventos de vida disipada, Isabella Piccini, una monja intelectual de origen humilde, fue una de las grandes del grabado, tal y como demuestran las piezas expuestas en Barcelona. Hija de una familia de grabadores, Piccini trabajó para los mejores editores venecianos, incluidos los Remondini y, lejos de limitarse a los libros de devoción, ilustró volúmenes de historia, viajes y descubrimientos. No fueron las únicas en alcanzar un gran protagonismo en el mundo del arte. Entre otras, también destacaron Marietta Robusti, hija de Jacopo Tintoretto, y las aún poco estudiadas Giulia Lama y Moderada Fonte.
Babelia
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