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Los conflictos franceses

Las bicicletas y los monopatines toman las calles de París

Nada que ver con la huelga de 1995, con el colapso circulatorio de entonces, con la solidaridad improvisada del momento que animaba la simpatía de muchos trabajadores del sector privado, que se sentían representados por el paro de los funcionarios que ellos no podían secundar. Esta vez la huelga no ha pillado a nadie por sorpresa. Desde las siete de la mañana, las 23.000 bicicletas del servicio Vélib pedaleaban por las calles de París. Y la ciudad, rodeada de los tradicionales embotellamientos, parecía más silenciosa que cualquier otro día laborable.

Muchos parisienses aplazaron sus reuniones o visitas y muchos turistas hicieron lo mismo. El Museo d'Orsay fue uno de los que no abrió sus puertas porque no estaba seguro de disponer de personal de seguridad suficiente.

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El centro de la capital francesa vivió la jornada como una pausa casi balnearia. El día, fresco pero soleado, invitó a ocupar las terrazas. Por la tarde, la calle se llenó de banderolas: había llegado el momento de la manifestación. Los ferroviarios corearon diversas consignas, algunas combativas -"Son nuestras pensiones, luchamos para ganarlas, luchamos para conservarlas"-, otras de actualidad y festivas -"Cécilia está con nosotros"-.

Al mismo tiempo, un comando de la EDF -electricidad- cortaba el suministro eléctrico de La Linterna, la residencia de fin de semana del presidente, Nicolas Sarkozy.

Los timbres de las bicicletas se sumaron a las bocinas y tambores tradicionales de los manifestantes. La comitiva reunió unas 25.000 personas, una cifra que deja en la ambigüedad el resultado de la convocatoria, que no fue ni un éxito, ni un fracaso, sino todo lo contrario.

"Estoy harta"

En las estaciones de tren, sobre todo las que ofrecen un mayor servicio de conexión con los barrios de los alrededores de París, como la estación Saint Lazare, el ambiente era menos distendido. "Estoy harta de que unos pocos privilegiados nos utilicen como rehenes", repetía a todos los periodistas que la entrevistaban una mujer mayor que esperaba poder subir a uno de los 60 trenes en circulación -en vez de los 1.200 habituales- para volver a su domicilio.

Esa irritación era compartida por la mayoría de viajeros que transitaban por los andenes. Poca gente. La gran mayoría había optado por compartir coche, sacar la bicicleta, los patines o el patinete.

En Marsella, más de 10.000 habían acudido a la manifestación, otros tantos en Lyon, varios miles también en Toulouse, Burdeos, Rouen, Orleans y hasta un total de 70 localidades.

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