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LLÁMALO POP
Columna
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Quién mueve los hilos

Diego A. Manrique

A veces, hay libros basura que resultan altamente instructivos. Estoy pensando en Chart Throb (Londres, Black Swan, 2007), una novela del británico Ben Elton. Y debería matizar lo de "basura": Elton cae en tópicos de la literatura de aeropuerto como el magnate sexualmente insaciable o la mujer que se disfraza en busca de venganza. Debe ser otra muestra de esa tendencia suya al populismo -es decir, al dinero fácil- que le empujó a trabajar con los supervivientes de Queen en su musical.

Da lo mismo. Lo destacable de Chart Throb es que ofrece la más completa revelación de los métodos de la televisión característica de la presente década: hablo de lo que hemos dado en llamar reality TV. Cierto que existe un puñado de tomos académicos que tratan del asunto, pero asombra que el mundo de la ficción no haya explotado esa cantera.

También sería territorio del periodismo de investigación, pero los reality shows han resultado huesos duros de roer: los contratos de confidencialidad y la capacidad de la industria para corromper voluntades parecen vallas insuperables. Por eso deleita tanto Chart Throb, tan minucioso en la descripción de la mecánica de la telerrealidad, en su variante de concurso musical, aunque también dé un repaso a un programa muy similar a The Osbournes.

Chart Throb es el nombre del concurso en cuestión, una idea de Calvin Simms, evidente trasunto de Simon Cowell. En su busca del más difícil todavía, Simms logra que el príncipe de Gales se presente al concurso, usando la premisa de que no tiene mucho que perder, dada su bajísima popularidad. Las páginas más cómicas reflejan la interacción del heredero del trono de Isabel II con el resto de concursantes, convencidos de que se trata de un imitador sin muchas posibilidades. Naturalmente, Simms manipula el proceso -como en cualquier edición de Chart Throb-, y logra que los votantes se inclinen por el príncipe Carlos, antaño objeto del ridículo convertido repentinamente en personaje entrañable.

Con implacable crueldad, Elton destapa el corazón negro de la reality TV, con atención especial al proceso de selección de aspirantes. Buscan esencialmente tres tipos de concursantes: los desesperados por destacar, los extrovertidos y los patéticos ("hemos convertido al país entero en un enorme pueblo medieval para que podamos ir a la plaza del mercado y reírnos de los idiotas"). El mantra de los organizadores es que no se trata de hallar buenos cantantes; "lo que necesitamos es buena televisión".

No, no tiene nada que ver con la música. Como resume Simms, comenzaron "con centenares de gilipollas que no pueden cantar, no pueden bailar y no saben decir una frase coherente. Lo reducimos a 12 cantantes con nivel de pub, los mismos que podrías escuchar en un crucero o en el bar de un hotel. Finalmente, nos decidimos por un don nadie al que habremos olvidado en quince días".

Lástima que en España nadie se haya atrevido a fantasear sobre el fenómeno de Operación Triunfo. Ni siquiera en países bananeros se vio algo parecido: la ocupación de la televisión pública por un negocio privado, con el aplauso bobalicón de la oposición. ¿Qué queda de aquel abordaje pirata? Muchos "juguetes rotos", imagino. Y personas que se enriquecieron en aquel frenesí, que todavía viven en el espejismo de ser expertas en música popular. Incluso a Ben Elton le costaría superar semejantes disparates.

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