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Columna
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El ataque contra la razón

Joaquín Estefanía

Al Gore, vicepresidente de Estados Unidos y flamante Premio Nobel de la Paz, ha publicado recientemente un libro notable, titulado El ataque contra la razón (editorial Debate). La principal tesis del mismo es que la democracia corre peligro en EE UU no por culpa de un conjunto de ideas (las de los neocon son de una debilidad extrema), sino por una serie de cambios sin precedentes que se han dado en la esfera pública, entre los cuales no es menor el poder del dinero dentro de la Administración Bush.

En el libro se muestran muchas de las actuaciones que conforman la traición que los neocon han cometido contra las ideas de los padres fundadores de Estados Unidos, y que son la raíz de lo que esos mismos neocon denominan intencionadamente -para cubrir su práctica política- "antiamericanismo". Los que comparten la sensación de que algo muy grave ha ocurrido estos últimos años, no se ponen de acuerdo sobre las causas del problema, sobre la apatía de los ciudadanos y la participación cada vez menor en los procesos electorales y los asuntos cívicos, que muchos creen relacionadas con el cinismo y la desconfianza en la integridad de las instituciones americanas y los procesos públicos. Al Gore concede mucha significación, entre esas causas, a la manipulación de la opinión pública y al control selectivo de la información relacionada con la toma de decisiones colectivas. Pero también, al papel creciente de los intereses especiales y la creciente influencia del dinero en la política estadounidense: los zorros privados han sido puestos al mando de los gallineros públicos.

El Nobel de la Paz cita, entre otros los muchos ejemplos la necesidad, creada de modo artificial, de eliminar los impuestos de sucesiones a las familias más ricas de EE UU (una ínfima minoría, y los únicos contribuyentes que aún están sujetos a ello). Esa necesidad artificial ha sido tratada como si fuera una prioridad mucho más importante que la de proporcionar un mínimo acceso a la sanidad a decenas de millones de familias que no tienen la más mínima cobertura sanitaria. Según los datos proporcionados en la Conferencia Anual sobre el Crecimiento y la Distribución de la Renta en una Europa Integrada, celebrada la semana pasada en Bruselas (véase EL PAÍS del 13 de octubre), el 1% de la población más rica de Estados Unidos controlaba en el año 2000 el 7,3% de la renta, desde sólo un 1,9% en 1973.

Se puede conectar el análisis de Gore con el que acaba de producir el sociólogo británico Anthony Giddens, uno de los padres teóricos de la olvidada tercera vía. En un trabajo titulado Europa en la era global (Editorial Paidós), Giddens demuestra como las desigualdades de riqueza son mayores que las de renta, y por ello tiene sentido pensar en políticas para paliarlas y ejercer la cohesión social. La riqueza puede transmitirse de generación en generación, a diferencia de la renta (salvo aquella que se deriva directamente de la riqueza acumulada); el mecanismo más evidente para esas políticas es el impuesto de sucesiones. Algunos países de la OCDE (y en España algunas comunidades autónomas) han optado por abolirlo, aunque lo más defendible sería convertirlo en un tributo más progresivo: "Lo que hay que hacer para ello es poner fin a las exenciones fiscales, como las que hacen posible traspasar donaciones inter vivos sin tener que pagar impuestos por ellas. Sería tanto posible como deseable imponer tramos progresivos en el impuesto de sucesiones y hacer su progresividad más pronunciada allí donde ya existan".

En su teoría de la democracia, Al Gore concibe la estructura interna de la misma como una doble hélice: un aspa, la libertad política, sube en espiral en conjunción con la otra aspa, la libertad económica. Pero ambas aspas, aunque entrelazadas, deben permanecer separadas con el fin de que la estructura de la democracia conserve su integridad. "Si el dinero y el engaño corrompen el proceso de razonamiento, el consentimiento de los gobernados se basa en premisas falsas, y cualquier poder derivado de esa manera es falso e injusto". Lo opuesto a la mano invisible.

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