El Banco de Chávez
La apuesta del presidente venezolano Hugo Chávez para convertirse en el líder de América Latina va en serio. Una cosa es crear Tele-Sur, la cadena de información y doctrina que quiere vender al mundo de habla española la versión bolivariana y socialista de la historia, signifique eso lo que signifique, y otra muy diferente crear un banco, también del Sur, que compita con las instituciones crediticias internacionales, costando los barriles de crudo que le va a costar a Caracas.
Pero si la aventura es políticamente relevante no lo es sólo porque Chávez adquiera a marchas forzadas una legitimidad internacional que, posiblemente, arrancó cuando el presidente colombiano Álvaro Uribe le pidió que mediara con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), sino porque Brasil no puede permitirse el lujo de ignorar la iniciativa. Y lo decisivo de la constitución del banco, en la que se han mancomunado Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Paraguay, es que con la presencia de Brasilia y Buenos Aires, el proyecto deja de ser un trasunto de Caracas, cuyas credenciales democráticas son cada día más dudosas, para convertirse en plan de integración latinoamericana, que nadie podrá dominar por sí solo.
El nuevo Banco del Sur se limita en su recluta, como exigía el presidente Lula, a América del Sur, obviando el problema de incluir o no a Cuba, como habrían preferido Chávez y el presidente boliviano Evo Morales, pero nace también sobre la base de un cierto igualitarismo que otorga un voto tanto al menudo Uruguay como al gigantesco Brasil, según defendía el líder venezolano. Y si de entre los países hispanófonos sólo han quedado fuera Perú, Colombia y Chile, es verdad que este último, bajo gobierno socialdemócrata, ha adquirido un carácter próximo al de observador.
Esa transversalidad entre socialdemocracias a la europea, gobernación que podemos predicar de Brasil, Uruguay, y hasta cierto punto Argentina, a la espera de ver qué ocurre en Ecuador, y la izquierda más agreste e inclasificable de Venezuela y Bolivia, es lo que más anima a dar un margen de confianza a una institución presuntamente encaminada a prestar sin contrapartida política, al revés, según dice esa izquierda radical, del Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Y todo lo que, dentro de un comportamiento democrático, favorezca el desarrollo de Latinoamérica, es positivo.
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