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Los monstruos cambian de piel en el Festival de Sitges

El hecho de que el cine de terror se haya convertido en algo tan auto-rreflexivo como ilustra la sección oficial del festival de Sitges tiene curiosas contrapartidas: algunas películas llevan incorporada su propia crítica. Así ocurre con The Devil's Chair del británico Adam Mason: su narrador advierte que quizá estemos ante un mal episodio de Scooby Doo y, al terminar, el espectador descubre que quizá no le faltaba razón. Ejercicio de terror sangriento que interpela agresivamente al público ávido de emociones fuertes, la película sale de un cliché para tropezar en otro: se quiere liberar de los tronados estereotipos del género para caer de cuatro patas en los lugares comunes de una ironía distanciada que ya empieza a oler a viejo.

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Menos posmoderna y más eficaz es la estrategia del australiano Greg McLean en Rogue, una monster movie de corte clásico con cocodrilo gigante dentro y un uso espectacular de sus localizaciones naturales. El cineasta, que se reveló con la impactante pero insuficiente Wolf Creek (2005), logra que, en este caso, sus personajes sean algo más que carnaza y vincula su control de la atmósfera a los ecos del viejo cine de aventuras. En An American Crime del norteamericano Tommy O'Haver, la actriz Catherine Keener borda una de esas composiciones que, en un certamen de estas características, podrían garantizar premio de interpretación en el palmarés. Keener rompe su imagen al dar vida a Gertrude Baniszewski, instigadora de un macabro crimen real, al mismo tiempo que O'Haver aparca su oficio en la comedia romántica para abismarse en la zona oscura de la América de los sesenta, pero el resultado se acerca a lo telefílmico y se permite alguna que otra licencia narrativa bastante discutible.

Fuera del género

También ha cambiado de piel, por lo menos en apariencia, el español Gonzalo López-Gallego en El rey de la montaña, su tercer largometraje tras los radicales manifiestos de insobornable independencia que supusieron Nómadas (2000) y Sobre el arcoiris (2004). "No me gusta el género como tal", señala el director, "me molesta su naturaleza previsible. No me gusta que te lo den todo mascadito y por eso, en la definición de los personajes, he eliminado todo lo que pueda sonar a justificación". Pesadilla de supervivencia con valiente giro final, El rey de la montaña, protagonizada por Leonardo Sbaraglia y María Valverde, se mueve en un distanciador y exasperante territorio de vaguedad antes de propinar sus mazazos finales. No obstante, el proyecto ha colocado a López-Gallego en el punto de mira de la industria americana: entre las ofertas que ha recibido se halla una precuela de La Cosa (1982), de John Carpenter.

Fuera de concurso se proyectó una película española digna de mención: El Barón contra los Demonios, de Ricardo Ribelles, un proyecto de francotirador -su confección duró 12 años-, que une, con humor y sentido del espectáculo, las mitologías de la space-opera y el cine de exorcismos. Una extravagancia de raro carisma.

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