Vidas a tres bandas
Una película sobre el mundo del billar en la que apenas se ve el billar, en la que las carambolas a tres bandas son mucho más metafóricas que físicas. Para su quinto largometraje, Siete mesas de billar francés, Gracia Querejeta se ha fijado en un juego ("¿el billar en un deporte?", comentan textualmente en la película) un tanto pasado de moda para terminar retratando un estilo de vida poco habitual en el cine actual: el de las amistades de barrio, el de las dificultades a final de mes, el de la zapatería de la esquina, el de los recreativos que intentan superar la dictadura de la PlayStation, el de los dramas, las risas y las crueldades a pie de asfalto, a pie de barra de bar, de mesa de billar.
SIETE MESAS DE BILLAR FRANCÉS
Dirección: Gracia Querejeta. Intérpretes: Maribel Verdú, Blanca Portillo, Víctor Valdivia, Jesús Castejón. Género: tragicomedia. España, 2007. Duración: 118 minutos.
Como en Cuando vuelvas a mi lado (1999) y, sobre todo, Héctor (2004), Gracia muestra una admirable facilidad para hacer creíbles a sus personajes con apenas un par de pinceladas, ayudada además por el trabajo de un amplio grupo de intérpretes que no deja resquicio alguno para que la impostura se cuele en los diálogos. En el primer acto, la presentación de personajes y la puesta en marcha de los primeros conflictos resultan ejemplares, siempre con el drama como tono único.
Vidas cruzadas
Poco a poco, se va viendo de forma sutil y sin que llegue a verbalizarse, cómo las vidas de los protagonistas están marcadas por una doble y hasta triple banda (de billar francés): amores furtivos, hijos encubiertos, ludopatías nunca curadas, enfermedades ficticias, promesas de viaje incumplidas... Sin embargo, pasado el primer tercio, el humor se cuela de sopetón en las situaciones. Agradecida al principio, desconcertante más tarde, la sorna preside el núcleo central de la película a través de diálogos y circunstancias muy originales, pero algo redundantes, sobre todo porque van todas seguidas y no siempre alcanzan el mismo nivel cómico (la escena de la discoteca es tan innecesaria como ridícula).
En la mayoría de estas secuencias parece notarse la insólita mirada a la realidad de David Planell, coguionista de Querejeta en sus dos últimas películas, y autor de un par de cortometrajes de desternillante y casi mágica originalidad (Carisma y Ponys), basados únicamente en el diálogo. Sin embargo, la pareja de escritores no parece haber engarzado demasiado bien estas situaciones en el conglomerado dramático de Siete mesas..., lo que provoca que en algún momento la historia se convierta en una sucesión de singularidades.
Ahora bien, pasado este momento de ligera caída, la película levanta de nuevo el vuelo con la superación de los problemas, hasta alcanzar un último plano que resulta perfecto para el relato que se ha estado contando. Una película sobre el billar, sin billar.
Babelia
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