El régimen militar permite al enviado de la ONU ver a la líder de la oposición birmana
La junta de Myanmar trata de acallar las críticas internacionales, pero realiza nuevas detenciones
El enviado especial de la ONU, Ibrahim Gambari, se reunió ayer durante más de una hora con la sonrisa que todo el mundo espera ver en Myanmar (antigua Birmania), la de la activista de 62 años y premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi. Nada trascendió de este encuentro con la legítima presidenta del país, en arresto domiciliario intermitente desde antes de que ganara las elecciones en 1990. Pese a este gesto, el régimen militar continuó ayer coleccionando detenciones de opositores. La cifra oficial de muertos es de 16. Otras fuentes hablan de 200.
Un diplomático japonés viaja a Yangon para investigar la muerte del fotógrafo
La reunión del enviado de Naciones Unidas con la mujer que simboliza la resistencia a la dictadura fue analizada por todos los observadores consultados como un guiño de los militares birmanos para tratar de calmar la ira internacional, que se dirige hacia este país desde que un grupo de monjes budistas lideró a los manifestantes que, en las calles de su antigua capital, Rangún (ahora llamada Yangon), protestaban por las subidas de los precios de los combustibles y la falta de democracia.
El delegado nigeriano no quiso comentar ayer el contenido de su conversación con Suu Kyi, ni tampoco sus impresiones tras el encuentro que mantuvo con algunos generales del Gobierno birmano en Naypyitaw, la nueva capital del país. Fuentes de Naciones Unidas indicaron que Gambari, tras despedirse de Suu Kyi, volvió a Naypyitaw para hablar con el hombre fuerte del régimen militar, el general Than Shwe, un experto en la guerra psicológica que no puede ni oír el nombre de la jefa de la Liga Nacional para la Democracia (LND), según informa la agencia Efe. Pese a su odio a Aung San Suu Kyi, el general sabe que si no cuenta con su influencia para convencer a los manifestantes de arrojar la toalla, éstos podrían prolongar el conflicto.
En cualquier caso, los resultados del trabajo del enviado de Naciones Unidas no se sabrán hasta que no salga del país. Fuentes diplomáticas señalaron que Gambari podría comunicar algo hoy mismo, a su llegada a Bangkok o a Singapur, aunque otras fuentes explicaron que el diplomático no dará detalles de sus gestiones hasta estar de vuelta a Nueva York.
Mientras, Yangon sigue siendo una ciudad sellada. Los cortes de Internet impiden que salgan imágenes al exterior de lo que allí ocurre y los únicos testimonios son los de algunos activistas que relatan por teléfono, y a riesgo de ser cazados por la junta militar, las actuaciones de los soldados contra la población.
Algunos de estos residentes contaron que los soldados se pasaron el día dispersando a porrazos a las pocas personas que se atrevían a salir a la calle. Otros testigos contaron a la cadena británica BBC que una persona fue disparada durante la noche en una de las embestidas del Ejército contra uno de los monasterios de Yangon en los que se alojan los monjes rebeldes. Detuvieron a 60 clérigos budistas. Esta institución religiosa es la que más está sufriendo la brutalidad de los soldados después de que el pasado 17 de septiembre sus monjes decidieran encabezar la que se ha dado en llamar revolución azafrán, por el color de los hábitos de los clérigos.
"Un hombre joven se levantó y gritó al ver a los soldados, entonces le dispararon", explicó la mujer al canal británico. "Cogieron a su esposa y la abofetearon y luego se hicieron con el cuerpo de él y lo arrojaron fuera", concluyó.
Aún así, y con la intención de dar una imagen de normalidad, el Ejército anunció ayer que permitirá la entrada de alimentos a la ciudad de Mandalay, según aseguró un portavoz del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas. Es, además de permitir la entrevista del enviado de la ONU y la Nobel de la Paz, otro gesto para tratar de calmar las protestas internacionales y rebajar la tensión.
La agencia de Naciones Unidas señaló que las restricciones a los transportes que afectan a todo el país se levantarán en el noroeste para permitir la llegada de 570 toneladas de comida con las que alimentar a unas 200.000 personas.
El resto del país sigue incomunicado. Las calles han sido bloqueadas con alambres de espinos, las fuerzas de seguridad controlan la situación y el toque de queda ha convertido Yangon en una ciudad fantasma, donde la tensión parece haber decrecido tras las muertes de los últimos días.
Con la idea de investigar una de esas muertes, la del fotógrafo japonés Kenji Nagai, de 50 años, se desplazó ayer a Birmania un enviado del Ejecutivo nipón, que dijo tener dos objetivos básicos: de un lado, asegurarse de que la investigación sobre este suceso es real y no una mera pantalla para tapar los hechos. Del otro, hacer llegar la voz de la comunidad internacional, que pide que la junta afronte la situación de forma pacífica.
La junta militar insiste en que el número de muertos es 16. La disidencia eleva esa cifra a 200 y asegura que los soldados se preocupan de retirar inmediatamente los cadáveres y los hacen desaparecer.
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