El contraste se impone en Milán
Las tendencias se debaten entre lo tecnológico y el pasado
Los últimos flecos de la Semana de la Moda de Milán dejaban sabores de boca diversos y gustos contradictorios. Para algunos analistas, hay una falsa euforia que en nada tiene que ver con la realidad del mercado, la lucha entre los grandes grupos se atempera y los desfiles son el termómetro específico de tales cuitas. Llega sin dudas una silueta más amable y menos prieta, siguen dominando el abigarrado mundo del adorno y el colorido prismático; toca ahora el acentuado de los traslúcidos (que no transparencias), los volúmenes mórbidos y la más sofisticada papiroflexia de los tejidos, del drapeado al pliegue y el pinzado ocasional o casi espontáneo, para sorpresa de las líneas fijas del patronaje convencional. La silueta triangular no es un capricho, sino un nuevo dogma con diversas alturas proporcionales.
Versace sigue en su carrera de franca cristalización en su nuevo estilo
Missoni selló unas formas ondulantes obtenidas a base de rizar el punto
En las propuestas para la próxima primavera-verano sigue habiendo un tufillo (o perfume, si se quiere) de decadentismo barroco que no es otra cosa que continuidad y vida muelle en el éxito. La moda, en cuanto a estilo, sigue siendo referencial, endogámica y se imita a sí misma temporada tras temporada en un amable engaño del sistema.
En ese ambiente caldeado, los estampados en macrogeométrico (Pucci, diseñado por Matthew Williamson, que sigue hurgando y sacando maravillas del archivo de Emilio y encontrando estampados maestros), el cromatismo intenso, el dominio de las gamas calientes y un recurrente silueteado que escasamente se pega a la morfología natural, son casi lugar común. Hay excepciones, como el salto al vacío del exceso sensual del dúo canadiense de DSquared (negro con diamantes) o las evocaciones a lo temporal del pasado. Es otra de las luchas, los terrenos de contraste que se han verificado en Milán: lo tecnológico se debate frente a lo tribal. La presencia de un aire romántico hace que se suelten las prendas en libertad, en una especie de estructura romántica (Roberto Cavalli, por ejemplo, retrotrayéndose al art nouveau, lo mismo que Brioni con sus clámides a lo Vionnet o Consuelo Castiglioni para Marni a los años veinte y el charlestón) donde cabe aire entre prenda y piel.
Missoni, a lo suyo pero en tendencia, selló unas formas ondulantes obtenidas a base de rizar el punto, su materia operativa principal. Así, esas olas gráficas bajaban de cuellos y medias capas hasta el ruedo de los cortos vestidos holgados. Los trajes largos y los de cóctel eran atravesados por rayas brillantes monocromas que se cruzan siempre en ángulo recto a lo Mondrian sobre el zigzag tradicional, esta vez también orientalizado hacia lo curvo y almenado. La trama se vio también en destellos radiales de mucho impacto y la gama surge del negro y el marrón hacia los morados y el gris. Ese tratamiento radial del dibujo fue una constante que la propia estilista llama "explosión" y donde no se rechaza el eco étnico, algo que recibe un guiño en las cuentas de espejo, las cintas libres o el sari asimétrico.
Versace sigue en su carrera de franca cristalización en su nuevo estilo sin que la casa se falte a sí misma. Es decir, que lujo, cierta extravagancia y el aire despótico de lo imperial están presentes en esta colección que se inspira precisamente en el Imperio Romano tardío. La base está en los largos trajes túnica de gasa y seda a veces con el hombro amazona que recuerda la estatuaria del foro capitolino con detalles suntuarios muy localizados de pasamanería compleja, todo en una gama que va del verde río o nilo al perla, pasando por el turquesa y los azules celestes.
Gucci, ya dominado en manos de Frida Giannini, dibuja y presenta una colección sobrada de elementos e impacto donde el viaje al pasado está presente, pero se detiene en los años sesenta y el recuerdo del rock and roll con un acento en el rosa (a la americana) y el negro; su distintivo, las faldas rizadas y con enaguas para bailar y un sostenimiento de la hipersensualidad con las rubias como símbolo. Mientras, Dolce & Gabbana se perdían en un mar infinito de metraje de tul y tafetanes pintados a mano con gestualidad fauve (esos grandes vestidos recuerdan demasiado a la letra a los espavientos resultones de Galliano para Dior), y John Richmond dio un golpe de atención simbólico; siempre sobre su paleta oscura y algo agresiva, severo y estructurado, hizo desfilar a sus modelos sin una gota de maquillaje. No era sólo apariencia: sobre aquellas caras lavadas no había nada químico que las retocara, todo el peso estaba en una ropa potente de aliento ciertamente burgués. Pero, al mismo tiempo, se sigue agradeciendo un modista culto (verdadera rareza) como Antonio Marras, que hace su refinada colección basándose en los pintores prerrafaelitas.
Visto lo visto, y parafraseando el título de una mala novela y una graciosa película, si el diablo viste de Prada, Dios sigue vistiendo de Dior: en 24 horas ya empiezan los desfiles de París.
Del bolso al zapato joya
Fendi cumple 10 años de su bolso baguette y Giuseppe Zanotti ha reeditado su zapato con la raspa del pescado en plata maciza, una sandalia surrealista que se ha visto en muchas alfombras rojas. El complemento en la moda de élite, bolso y zapato fundamentalmente, también está tocando su techo en la implacable carrera del lujo. El baguette de Fendi, por ejemplo, lanzado en 1997, ha vendido un millón de piezas y se oferta en cuatro tallas pensadas por la diseñadora Silvia Venturini y que se han visto en esta pasarela milanesa junto a la colección diseñada por Karl Lagerfeld. Zanotti, zapatero de las estrellas, también rebusca en su archivo personal y reedita ese lujoso zapato que lleva cristales caros y una raspa de pescado articulada de plata pura que se pliega sobre el empeine de la mujer. Son objetos de deseo de miles de mujeres que entroncan bien con una moda que alienta los mismos sueños.
Babelia
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