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Tribuna
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Inquietante y mestiza

Rosa Montero

Leo en el periódico USA Today que en Estados Unidos cada día hay menos personas que se consideren a sí mismas multirraciales, aunque la tendencia social es justo la contraria, es decir, cada vez hay más parejas mixtas y más hijos mestizos. El censo norteamericano permite marcar varias casillas a la vez a la hora de definir la raza: negro, caucásico, indio americano, asiático? En el censo del año 2000, se definieron como multirraciales el 2,4% de la población. Cinco años después el porcentaje había descendido al 1,9%. Y, en cualquier caso, ninguna de las dos cifras se acerca ni de lejos a la realidad. La población mestiza es mucho más abundante.

Este curioso dato se puede deber a muchas causas. En primer lugar, seguramente influye la presión de los prejuicios racistas. Además, el concepto mismo de raza ha quedado obsoleto desde un punto de vista científico, y es probable que muchas personas marquen la casilla con fastidio y no se lo tomen demasiado en serio. Luego también está la necesidad de pertenencia a algo: siempre es mucho más fácil vivir amparado dentro de un grupo que caminar por libre y sentirte distinto. Lo que me lleva a otra reflexión, que es la que más me interesa en este momento: se me ocurre que, si la gente marca sólo una raza, también lo hace porque es lo más simple, lo más sencillo, lo más claro y carente de matices. El ser humano detesta lo confuso, lo cual parece lógico. Pero, en nuestro afán por simplificar, en nuestra necesidad de convertirlo todo en blanco y negro, también odiamos lo complejo. Ahí es donde empezamos a equivocarnos, porque la vida es una pura complejidad. Y la mayoría de la gente parece incapaz de soportar esa maldita indeterminación de la existencia.

Lo he comprobado innumerables veces, por ejemplo, con películas o novelas de desenlaces abiertos; he visto cómo muchos espectadores o lectores se desazonaban e incluso se irritaban porque no podían estar seguros de lo que sucedía al final de la historia. He oído a más de uno decir que se sentía estafado porque una película no explicaba lo que le sucedía al protagonista, o porque una novela no explicitaba la decisión que iba a tomar un personaje. La ambigüedad les resultaba inaguantable.

Por eso los personajes ambiguos molestan tanto. Es posible que buena parte de los prejuicios homófobos vengan de ahí: pero, cómo, ¿un hombre al que le gustan los hombres, una mujer que ama a las mujeres? Demasiado lío para las mentes que necesitan un mundo bicolor. De hecho, los homosexuales son tanto más admitidos cuanto menos amanerados o marimachos sean. Cuanto menos participen de las características del sexo contrario y menos matices de duda aporten al mundo.

Pero la mayor ambigüedad, la más difícil de asumir, es la del bien y el mal. Qué complicado le resulta a la gente aceptar la naturaleza contradictoria y paradójica del ser humano. Las mayores broncas de mi vida como periodista, las cartas más furibundas e insultantes, las he recibido de lectores mitómanos que consideraban que había dicho algo "malo" de sus ídolos: de Michael Jackson, de Lady Di, de John Lennon, de Simone de Beauvoir? personajes elevados a la categoría de santos intocables y que, al ser buenos en algo, ya tenían que ser perfectos en todo, como si el mal y el bien se repelieran mutuamente. Y lo mismo sucede en el otro extremo: cada vez que aparece en los medios una historia truculenta sobre un criminal que han detenido, tal vez un violador en serie, o un asesino de niños, o una envenenadora con las víctimas enterradas en el jardín; algo, en fin, lo suficientemente sobrecogedor y brutal, los vecinos del criminal siempre dicen lo mismo: "¡Pero si parecía tan normal!". Como si esa supuesta apariencia de normalidad (que a saber qué quiere decir, por otra parte) fuera salvaguarda suficiente contra los demonios interiores.

Hace un par de años, cuando estrenaron El hundimiento, la magnífica película de Olivier Hirschbiegel sobre los últimos días de Hitler, también hubo quien condenó la película con el argumento de que humanizaba al dictador. No sé si la vieron: Hitler resultaba aterrador precisamente porque era creíble, porque no era una caricatura de malo de feria, sino un monstruo muy real, con algún matiz gris en su alma negra. Y eso, la línea de sombra, es lo que resulta duro de asumir. Sería consolador que la vida no fuera más complicada que el mecanismo de un chupete, desde luego. Pero me temo que no hay nada más mestizo, híbrido y confuso que la existencia.

http://www.rosa-montero.com

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