Bombardeo de saturación
Ya estamos en el fregado. La vuelta caliente del verano ya ha llegado. El fin de semana, Le Monde le publicó una entrevista en la que fustigaba al presidente del Banco Central Europeo, el francés Jean-Claude Trichet, y al presidente del Eurogrupo (los 13 países del euro), el luxemburgués Jean-Claude Junker. El lunes proclamó ante los mejores arquitectos del mundo que "la arquitectura también es política" y anunció una reflexión sobre el futuro del Gran París. El martes anunció la reforma de los regímenes especiales de pensiones y de jubilación en las empresas y servicios públicos. Y ayer miércoles, hincó el diente a la función pública y a la reforma del Estado: quiere una "revolución cultural", menos funcionarios, que trabajen más, y estén mejor pagados.
El presidente de la República, retranqueado en el trono del monarca republicano, contaba con sus dominios reservados, fundamentalmente en defensa y relaciones internacionales. Nada queda ahora fuera del alcance de este presidente, que se mezcla en todo, en todo se adelanta a su Gobierno y a sus ministros, y apenas utiliza la técnica del fusible, por la que el jefe del Estado se resguardaba de las políticas impopulares. La técnica de Sarkozy es la del bombardeo de saturación, que no deja respiro ni espacio para la respuesta. Su agenda diaria se mueve en sus manos como las riendas del caballo en manos del general, con vistas a situarse en todo momento en el mejor lugar desde donde plantear batalla. Y este lugar es siempre el del máximo protagonismo y visibilidad. Sólo él hace política. El resto son sus colaboradores, tal como ha dicho respecto a su primer ministro, François Fillon.
Francia ha quedado muy atrás en la adaptación de su Estado de bienestar y su pesado sector público y regulado. El campo sobre el que Sarkozy puede cabalgar con su programa de reformismo rupturista es ancho y profundo. La cosecha es obligatoriamente positiva, pues hay tanto a reformar que siempre entrará grano en el granero. El nuevo presidente quiere hacer en un año lo que el Gobierno federal alemán, primero con Schroeder y luego con Merkel, viene haciendo con las reformas de su Agenda 2010 desde hace cinco, y la señora Thatcher hizo en el Reino Unido hace dos décadas. Nadie, ni derecha ni izquierda, ha sabido hincar el diente en las dos últimas décadas a una estructura que tiene unas raíces a veces remotas, incluso más allá de las políticas de los gobiernos socialistas de la V República. El régimen de pensiones del Banco de Francia, por ejemplo, se remonta a 1808. El régimen especial de los oficiales de notaría, a 1937. La tradición entera del Estado, a Jean-Baptiste Colbert, el intendente de Mazarino.
Habrá fronda sindical contra estas reformas. Sería incomprensible que una izquierda y un sindicalismo tan combativos, bregados en una singular tradición histórica de derribar Gobiernos y liquidar reformas, se sometieran sin rechistar a los proyectos del brioso presidente. El propio Sarkozy probablemente lo lamentaría, pues algo hay en su actitud de desafío y de ansias de combate. Pero si se aceptaran apuestas, la gran mayoría de los franceses, incluidos los afectados, darían por ganador a Sarkozy antes incluso de entrar en liza. Los sindicatos son débiles y tienen tasas de afiliación muy bajas. La izquierda se halla cuarteada y dividida, y eso es más evidente y cruel todavía en el caso del Partido Socialista, flagelado por las opas hostiles presidenciales.
La única oposición a Sarkozy está en la mayoría. O en su propio Gobierno, donde en apenas tres meses hay ya humillados y ofendidos. Pero deberán andar con tiento, porque Sarkozy tiene también el ímpetu jacobino y cortará cabezas sin piedad alguna. Ya se anuncia una remodelación de Gobierno para el próximo enero, en la que podría producirse una nueva embestida contra el Partido Socialista y más agravios entre los despreciados de su propio partido. Pero la sombra que pesa sobre estos primeros compases de la ofensiva de otoño es la debilidad del crecimiento francés. Si no cambia el signo en los próximos meses, las reformas pueden confundirse con la mala marcha de la economía. Sarkozy tiene incluso la osadía de dar a entender que también esto está de su mano. Quiere crecer al ritmo del 3%, ya. Por eso lo pagará muy caro si no lo consigue.
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