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Galdós y el matrimonio

Almudena Grandes

"Hola, seño?!".

Lenin Rodríguez, ecuatoriano, benjamín de cinco hermanos, nueve años, corre hacia ella con una mochila nueva y enorme, dos colores, seis cremalleras, trasera reforzada, hombreras ergonómicas. Valentina recuerda muy bien la penuria del equipamiento con el que abordó el curso anterior, pero ni así logra prestarle demasiada atención, y sigue andando, saludando a otros alumnos con la cabeza, con la mano, con palabras opacas que no transparentan la auténtica materia de su pensamiento.

Valentina recorre la calle de Bravo Murillo acechando la figura de un hombre joven, seductor de puro inquietante, o los pasos trabajosamente joviales de un galán maduro que se tiñe el pelo. No encuentra a ninguno de los dos, y, sin embargo, al saludar a la jefa de estudios ?que ayer fue a la peluquería y hoy estrena de todo, y todo a juego, y todo caro; desde luego, incompatible con su presunto nivel de ingresos?, está a punto de llamarla Rosalía. Ha cambiado de novela sin darse cuenta, y sin salir de Chamberí, ni del colegio en el que trabaja desde hace más de quince años, por un momento se encuentra recorriendo los pasillos de palacio.

¡Hay que ver, el daño que hacen los novios tontos!, se repite Valentina por enésima vez desde que empezaron las vacaciones. Porque fue un novio tonto el que le dijo que no se le ocurriera leer a aquel escritor. Entonces se cruza en la sala de profesores con una chica joven y menuda, inteligente, discreta, y hasta sosa en apariencia, que llegó al colegio para hacer prácticas y se ha quedado con lo que no quieren hacer los demás: extraescolares, apoyos y asistencias varias. Siempre le ha caído bien, pero ahora, mientras piensa que debería llamarse Amparo y encontrar a un hombre rico que se la lleve a vivir a Burdeos, le cae mucho mejor. Porque Valentina ha vuelto este año al trabajo más risueña que de costumbre.

Y todo fue culpa, o mérito, de la niña, su hija mayor, que decidió reservarse dos asignaturas para septiembre y llenó de libros dos maletas enormes que dejó en el recibidor, junto a la modesta bolsa en la que su madre había reunido sus lecturas para el verano. Ella, que salió muy temprano en el coche pequeño, ya debía de ir por Ocaña cuando su marido decidió que ya estaba bien de libros. Y luego, lo de siempre: ¡ah!, ¿pero mi bolsa no la has cogido?; ¡ah!, ¿pero es que no la habías cogido tú?; pues no, porque a mí no me cabía, con la comida y las sillas de la playa y todo eso; pues a mí tampoco me ha cabido; ¡pues qué bien!; pues sí, si tú no te ocupas de lo tuyo, ¿cómo me voy a ocupar yo?? En fin, lo que es el matrimonio.

Cuando empezó el verano, a Valentina le quedaban ochenta páginas de una mediocre novela policiaca. A su marido le dio tanta pena verlo que aquella misma noche le dijo que no se preocupara. ¿No ves que yo tengo que volver a buscar a mi madre dentro de diez días? Pero tu madre vive en Móstoles. Ya, pero no me importa pasar por casa, coger los libros y traértelos? Los buenos matrimonios no se parecen en casi nada al matrimonio a secas, y, sin embargo, aquella bolsa veraneó en Madrid, porque al día siguiente, cuando ya sabía quién era el asesino, Valentina se dio una vuelta por el pueblo buscando librerías, y encontró dos, y en ellas las mismas novedades que había mirado, sobado, hojeado, escogido y descartado en su librería habitual. Total, por diez días no iba a comprar el mismo libro dos veces, así que se puso a curiosear en los expositores de bolsillo y notó que un título, una portada, la llamaban. Tormento, leyó. ¿Y esto?, se preguntó a sí misma.

Entonces escuchó una respuesta antigua, la voz aflautada de un estudiante de Ciencias Políticas que le prestaba libros de Kerouac, y de Burroughs, y de Simone de Beauvoir. Pero con aquella voz recuperó sin falta la memoria de un imbécil presuntuoso, pedante y hasta un poco más que menos impotente, para decir toda la verdad, así que? Así que se lo compró, y se lo leyó en una tarde, y descubrió en la contraportada que aquella historia tenía una continuación. Pero, aunque no le quedó más remedio que comprarse otros títulos ?Miau, Doña Perfecta, Tristana?, no encontró La de Bringas en aquel pueblo. ¿Qué hacer? Total, el gran almacén más cercano estaba a treinta kilómetros, y siempre hace falta comprar algunas cosillas, ¿no? Fortunata y Jacinta, por ejemplo.

Ésa es sólo una parte de esta historia. La otra se resume diciendo que el marido de Valentina tiene muy pocas cosas en común con el estudiante que le precedió. Por eso, al empezar la primera clase de este curso, Valentina se sonríe para sí misma al concluir que, entre sus brazos y los de don Benito, ha pasado el mejor verano de los últimos tiempos.

Nuestras vidas se acaban, pero lo que está vivo no muere jamás.

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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