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La pintura que crece y cambia

Miquel Barceló, tras cumplir los 50 años, en la madrugada del 8 enero de 2007, en París, un mes antes de la apertura de su magna y magmática cerámica incorporada a la catedral de Palma, anticipó: "Habrá retos mayores, ya saldrán (...). Tengo muchas cosas en perspectiva. Hasta los 100 años, como mínimo, no puedo pararme". El nuevo proyecto monumental de Ginebra crece desde hace meses en esbozos y experimentos.

El pintor medita para la ONU sobre una extensa obra suspendida que podrá provocar variaciones de colorido, forma y perspectiva según avance la mirada de los espectadores a ras de suelo. La cúpula tendrá muchas estalactitas, una geografía abrupta y variante, hecha de fibra y pinturas, que sugerirá diferentes planos y perspectivas. Posiblemente, el gran barceló -nunca se aparta de la pintura- remitirá, al final, a un paisaje en movimiento, a la mitología de las cuevas calizas de Mallorca, cargadas de columnas frustradas, trompeterías de órganos, chorreones como lanzas. Puede ser una visión de las cavernas del infierno.

El mural ginebrino estará emparentado con las telas de la serie de olas, de los mares detenidos, la pintura que crece, varía sus tonos y es puntiaguda, erizada, según se intuía en las salas de su taller.

"Mi naturaleza no es evitar los retos, mi postura es pintarlo todo, como Tintoretto". Su principal proyecto es pintar y trabajar en el taller (y en el andamio, en este caso). Este fin de semana, en Nueva York, presentará la performance Pasodoble, con Josep Nadj, que triunfó en Aviñón en 2006, en un combate creativo, de barro.

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