El gusano que fulmina elefantes
El grupo valenciano de parasitología investiga el caso de Sri Lanka, donde la fasciolasis mata a animales y no a personas
Los elefantes de Sri Lanka, unas bestias que alcanzan los cuatro metros de altura y los 5.000 kilos de peso, están siendo minados por un enemigo diminuto: un gusano de apenas un centímetro de largo que se acantona en sus hígados y destruye su sistema inmunológico. La primera vez que le pidieron ayuda, Santiago Mas-Coma, catedrático de Parasitología de la Universitat de València, se quedó frío: Su grupo integra el equipo de expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la enfermedad (llamada fasciolasis)... en humanos. Un grave problema de salud, a veces letal, que afecta a 14 millones de personas en todo el planeta según los cálculos más moderados. Así que cuando a Mas-Coma le explicaron el caso, se dijo: "¿Pero qué tenemos que ver nosotros con los elefantes?"
Existía, sin embargo, un interés. La antigua Ceilán es uno de los últimos santuarios del elefante asiático, una especie en peligro de extinción. Según Wikipedia, a principios del siglo XIX vivían en la isla 14.000 ejemplares. Hoy, quedan 3.000. Los animales son uno de los principales atractivos turísticos de un país castigadísimo por una larga guerra civil.
Pero el riesgo de desaparición -en un par de meses ha muerto cerca de una decena de animales víctimas del parásito- no habría justificado la intervención de la OMS. El gancho médico provino de una peculiaridad: mientras el parásito fulmina elefantes a toda velocidad, Sri Lanka es el único país del mundo en el que no se producen casos de fasciolasis en humanos.
"Lo cual es más raro todavía si se tiene en cuenta que en sus vecinos, Irán, Pakistán, India o Bangladesh está muy extendido. De modo que si llegáramos a dar con las claves de por qué en la isla no hay, quizá podríamos avanzar en la erradicación mundial", comenta el catedrático.
El equipo valenciano viajó al país asiático. Allí contemplaron lo que nunca habían visto: En un solo hígado (de elefante) recién muerto se acumulaban más de 50 gusanos. Tomaron muestras del parásito, encontraron, y esto lo consideran excepcional, ejemplares vivos del caracol que lo transporta. Volvieron a Valencia, empezaron a cultivarlos en laboratorio y a sintetizar su ADN para compararlos con sus parientes conocidos.
El mecanismo de contagio de los elefantes es todavía un misterio. Pero Mas-Coma está convencido de que no debería ser muy distinto al que se da en los humanos y en el ganado bovino, que constituye el reservorio natural de la enfermedad, documentado en Europa desde hace 400 años.
El círculo del parásito comienza con su salida al exterior, en forma de huevo, a través de las heces del hospedador, explica el catedrático. Los que llegan al agua eclosionan, y en un primer estado de larva, emprende una frenética carrera en busca de su vector: un tipo de caracol de agua dulce. Una vez dentro, evoluciona, abandona su refugio y se adhiere a las plantas cercanas. El ganado se infecta por el consumo de pastos; los humanos, sobre todo, por comer berros y, en algunos casos, por beber agua de río y arroyos.
En España se han detectado 400 casos en los últimos 20 años. Pero Mas-Coma teme que el parásito irá a más debido a la inmigración: en zonas rurales de ciertos países andinos (Bolivia, Perú), la fasciolasis afecta al 80% de la población.
La enfermedad resulta especialmente grave en el caso de los niños; la debilitación de las defensas facilita su muerte a causa de otra enfermedad.
El tratamiento en humanos y en bovinos está ya muy protocolizado. En elefantes, sin embargo, no existe ninguna experiencia.
Aunque el mismo tipo de fármacos que se utiliza en humanos y en bovinos funciona en los elefantes, Mas-Coma ve muy difícil que su propagación pueda controlarse a corto o medio plazo: "Lo más probable es que otros mamíferos, como los búfalos y las gacelas, estén actuando también como reservorio natural".
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