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DEPARTAMENTO DE INTERÉS URBANO
Columna
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Muchos Madrid

No hay zanjas, ni bolardos. No hay hora punta de desayuno callejero, ni lucha cuerpo a cuerpo para montarse en un vagón atestado de metro. No hay aceras estrechas. Ni atascos infinitos, ni peatones insolentes que desafían al tráfico. Diez carriles no sustituyen a un río. Allí no se da la solidaridad nocturna en los bares donde todo el mundo parece olvidar la parte que le toca de infierno de ciudad. Sin embargo, se llama Madrid. Es un pueblo cubano sin mar, donde la gente va en carros arrastrados por caballos y el agua, en vez de ser corriente, cae por inercia tubería abajo. Sus cerca de 85 habitantes comparten gentilicio con los de otras cerca de 50 poblaciones. Madrileños todos en África, Europa, América o Asia. Pero los cubanos, a diferencia del resto, han sido los primeros en el itinerario que la fotógrafa Edurne Díaz se ha marcado.

Un día encontró una noticia de un remoto pueblo de Nebraska. Se llamaba Madrid

Casa por casa, el pueblo entero posó. Niños y ancianos atildados para la ocasión. No les hacían fotos desde antes de la revolución. El día de su llegada el pasado julio un cartelista de cine de un pueblo a 14 kilómetros le pintó un "Bienvenida a Madrid". Ésta ha sido la primera parada de su proyecto fotográfico De Madrid al cielo. Aún le aguardan cuatro más aquí, en Guinea Ecuatorial, Filipinas, Iowa y Argentina.

Quería un Madrid en cada continente. Las posibilidades en Asia y África eran limitadas y en Oceanía descubrió que no hay ninguno. Descartó los accidentes geográficos, los cabos y golfos, y con ellos la fría Groenlandia. Cámara en mano, Edurne piensa que aunque el escenario cuenta al fin, lo más importante son los actores, los madrileños, quizá tanto allí como aquí. Y ella busca a los de pueblo. Quiere contraste con la capital y le gusta la idea de toparse con una bella aldea en Guinea, con una pequeña urbe bulliciosa y abandonada en Mindanao, con un pueblo en Tucumán o con una población dedicada al cultivo de maíz en medio de Estados Unidos, es decir, en el centro de ninguna parte, como si fuera La Mancha.

Ellos, los madrileños de Iowa, tienen ascendencia sueca y piensan que su nombre les viene del norte europeo donde hubo un pueblo, hoy fantasma, que también se llamaba Madrid. En Cuba se confesó con Edurne una anciana que creía recordar que el nombre venía de un pueblo cántabro, Lamadrid, y que el artículo se perdió con el paso de los años. El resto de los madrileños cubanos estaban en desacuerdo. Querían saber más de su ciudad tocaya y castiza.

Edurne salió de su Madrid natal nada más acabar la escuela convencida de que la ciudad española era horrorosa e invivible. A pesar de todo, no se fue al campo sino a París para estudiar Bellas Artes. De allí siguió ruta a Nueva York. Un día leyendo el periódico encontró una pequeña noticia sobre un remoto pueblo de Nebraska. Se llamaba Madrid y no era el único. Descubrió más de 20 sólo en Estados Unidos, en lugares tan dispares como Nueva York, Iowa o Alabama. Y regresó a su ciudad.

Vio nuevas caras que habían abierto camino en las estrechas aceras. Retomó la relación "visceral" amor-odio con la ciudad que de pequeña veía tan fea. "Me gusta mi gente, quienes viven aquí y los vínculos que se establecen, esa unión ante la calamidad. Pero parte de ser de Madrid es pasar de Madrid, está implícito. Eso sí, que nadie te lo toque".

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