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Tragedia en Perú
Columna
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El movimiento

Alonso Cueto

El día empezó con una sorpresa agradable para los limeños, que estábamos viviendo el invierno más crudo en muchos años. Había un cielo claro, como perdido de otra estación, que rápidamente llenó el malecón de peatones y corredores. Al mediodía, para mayor sorpresa, apareció un sol veraniego que se mantuvo en alto durante buena parte de la tarde.

A las siete menos veinte, yo estaba sentado frente al ordenador, oyendo vagamente a mi hijo que habla por teléfono. De pronto, la pantalla empezó a moverse de un lado a otro, lo mismo que las fotografías en la pared (mientras escribo veo que siguen torcidas, aún paralizadas en el balanceo).

Cuando escuché a mi hijo decir "voy a colgar porque hay un temblor", me pareció exagerado. Vivir en Lima nos ha acostumbrado a los temblores, y, por lo general, éstos sólo duran algunos segundos.

Seguí frente a la máquina hasta que vi las plantas y las cortinas moverse. De pronto el piso cobró una fuerza monstruosa. Estábamos encima de un movimiento ondulatorio, como el de un barco en una tormenta. En la ventana, retumbaba el sonido de un tren. Me puse en el umbral de la puerta con uno de mis hijos, mientras me comunicaba con el otro (a través de los gritos más tranquilos de los que era capaz), en el segundo piso. Cuando el movimiento pareció amainar, intenté tranquilizarlos. La realidad me contradijo, pues de pronto el movimiento se convirtió en una serie de sacudidas violentas. "Vamos a la calle", dijo mi hijo mayor.

Nunca he pasado tanto tiempo bajando las escaleras de mi casa, agarrándome a las barandas, buscando con esfuerzo cada peldaño, mirándonos salir.

En la acera, nos encontramos con los vecinos. Todos hablando al mismo tiempo (nada une más a la gente que compartir una catástrofe). Mi esposa llegó. El terremoto la había sorprendido entre un puente y unos edificios que se balanceaban. Nos abrazamos.

Durante las siguientes horas, se sucedieron las imágenes. El mensaje del presidente García, las terribles noticias en Ica, los reproches a las empresas telefónicas por la falta de comunicaciones, las entrevistas a los expertos, los protocolos del duelo. La vida sigue, pero no para todos.

Mientras he escrito este texto ha habido algunos temblores. En este mismo instante hay otro. Pero nada serio. Hasta dentro de muchos años, espero. Seguiremos recordando el sol que apareció temprano ese día de agosto.

Alonso Cueto, escritor peruano, ganó el Premio Herralde de novela en 2005 y el Planeta-Casa de América de 2007

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