Una hora que se convirtió en ocho años y medio
Kristiana Valcheva, la enfermera búlgara acusada de planear la operación de contagio del sida en Libia, relata su tragedia
"Era la tarde del 9 de febrero de 1999. Volvía de hacer la compra y, al llegar a casa, vi a dos hombres. Querían hacerme unas preguntas. Entramos juntos en el apartamento. Lo registraron todo y, sin llevarse nada, me pidieron que cogiera mis cosas de valor y los acompañara por una hora. La hora se convirtió en ocho años y medio y las pulseras que me compré con mi trabajo nunca me las devolvieron". Así cuenta la enfermera búlgara Kristiana Valcheva su tragedia.
A sus 48 años, Kristiana ha vuelto a nacer. Condenada a muerte en 2004, junto a cuatro compatriotas y un médico palestino, la sentencia les fue confirmada en 2006. Ella fue hallada culpable de ser el cerebro del grupo que, por dinero, contagió el virus del sida a 438 niños del pediátrico de Bengasi. Valcheva nunca trabajó allí; estaba en la unidad de hemoglobina de otro hospital pero, según la policía libia, se encontraron bolsas con sangre contaminada en su apartamento.
Mucho antes de que se dictara la pena capital, en los meses que siguieron a su detención, pasó por un infierno de vejaciones y torturas. Hoy, libre gracias al indulto que les concedió el presidente, Georgi Parvanov, nada más pisar suelo búlgaro, se niega a recordar. Es como si hubiera encerrado en la caja de los truenos lo más duro de su cautiverio y temiera abrirla. "Necesito tiempo, me estoy adaptando a mi nueva realidad. Quiero pensar en positivo. No mirar atrás. Recuperar la normalidad. Me inquieta cómo afectará a mi futuro esta fama triste", señala. A primera vista, nadie diría que Kristiana ha pasado por semejante tormento. A diferencia de sus compañeras, que llevan la tragedia escrita en la mirada, ella conserva un cierto aire vital y los reflejos rojos en el pelo le dan un aspecto juvenil. Dice que todo es gracias a su madre, Zorka, su gran sostén.
Conocida como "la abuela" por las protestas ante la Embajada de Libia en Sofía, Zorka, de 72 años, casi antes de que se le pregunte ya arremete contra el régimen libio y contra el ex primer ministro búlgaro Ivan Kostov. "Su Gobierno no hizo nada y sabía cómo las estaban torturando. Las tenían desnudas, descalzas, con los brazos atados en alto y dándoles descargas eléctricas. Kristiana todavía tiene las marcas de la picana en los pies", afirma con rabia.
Durante año y medio, Zorka no supo nada ni de su hija, ni de su yerno. Kristiana viajó a Libia con su segundo marido, el médico Zdravko Georgiev, que trabajaba en el Sáhara cuando ella desapareció. Georgiev revolvió Bengasi, la segunda ciudad libia, buscándola y sólo sirvió para que le encerraran a él. No le soltaron hasta que se celebró el juicio en 2004. Para justificar los años de detención "se inventaron que había traficado con divisas". El régimen libio acusó ayer a Bulgaria de "violar el derecho internacional" por conceder el indulto a los liberados. "Era un rehén más", cuenta Georgiev, que se pasó los tres últimos años en la Embajada de Bulgaria en Trípoli y se convirtió, con sus visitas a la cárcel, en la conexión de los condenados con el mundo. Físicamente fue el que menos sufrió. Pero se desmoronó nada más llegar a Bulgaria y está hospitalizado. "Ahora sólo quiero que Zdravko mejore y algún día testificaré contra mis torturadores", comenta Kristiana.
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