El otro legado de Gil
Venimos asistiendo impertérritos a una escalada de tonterías verbales que no tendría mayor importancia partiendo de quien las dice -alcaldes que pagan fianzas para eludir la prisión u otros que se suben los sueldos para no dejarse tentar por la corrupción- sino fuera porque empieza a ser preocupante el número de afectados por esta proverbial facilidad para creerse sus propias mentiras. No es desdeñable tampoco la poca imaginación que demuestran con sus excusas. Cada vez que trincan a un político en un renuncio parece la primera vez... La primera vez que dio explicaciones Jesús Gil de sus mangoneos.
El que fuera alcalde de Marbella, además de un polémico modelo de gestión, dejó como legado un manual de cómo actuar ante la adversidad. Esta especie de catálogo de improperios lo mismo servía para arremeter contra la fiscalía, los jueces o la policía. A veces, contra todos a la vez. Gil acusó a la fiscalía de practicar la inquisición y de estar obsesionado con "cargarse Marbella". Denunció a un fiscal por torturarlo y a otro por iniciar contra él un "linchamiento, peor que a cualquier narcotraficante, secuestrador o terrorista".
Tampoco le faltó a Gil una polémica en torno a su nómina, antes de que se conociera que robaba directamente de las arcas municipales sin registro de entrada ni firma del interventor. En El PAÍS del 1 de agosto de 1999, Jesús Gil escribió una carta al director para cuestionar una información sobre los sueldos que cobraban los alcaldes. En ella no se especifica la cuantía de los emolumentos del primer edil de Marbella, pero se afirmaba que en vez de cobrar del Ayuntamiento lo hacía de una sociedad municipal. Gil quiso zanjar la polémica de una vez por todas y escribió: "Cobro el sueldo del Ayuntamiento y lo envío directamente a una asociación de la tercera edad, desde hace ocho años, y a partir de esta nueva legislatura lo destinaré a un centro de rehabilitación de toxicómanos donde hay 400 personas luchando por salir del gravísimo problema que padecen por culpa de gentes sin conciencia que les están intoxicando". Ustedes igual no se acuerdan, pero estas cosas las decía Jesús Gil y la gente se las creía.
Hay periodistas que venimos advirtiendo desde hace mucho tiempo que con la desaparición del GIL no murió el gilismo, ese modelo corrupto que compaginaba los negocios y la política bajo una única premisa: todo se puede comprar con dinero. Lo que no sospechábamos es que su estilo caciquil también había calado hondo. Escuchando las explicaciones de algunos alcaldes una vez levantado el secreto del sumario sobre sus supuestas tropelías, o las excusas de otros para justificar el sueldo que perciben, vemos la otra herencia de Gil. Sus bravuconadas, sus desplantes, sus delirios. La confusión entre lo público y lo privado, o entre la decencia y la indecencia.
Y es que también hubo un día en que el registro policial del Club Financiero de Marbella, el ayuntamiento paralelo que montó Gil, fue "un asalto desproporcionado y brutal por motivos políticos". El juicio contra Carlos Fernández, el huido ex concejal del PA, por malversación, consecuencia de una "persecución". Y el tratamiento a Isabel García Marcos, el de "una presa política", por citar algunos ejemplos.
Cada vez que escucho a un presunto corrupto decir que está sufriendo una persecución me pongo en guardia. Los fiscales deberían considerar estas declaraciones como un indicio de delito. Si además de sentirse víctimas, sus explicaciones parten de la base que la inteligencia del personal está bajo mínimos, no caben atenuantes. Hay que partir de la presunción de inocencia de esta gente, siempre que ellos no partan de la presunción de que los demás somos tontos. Gil pensó que su caballo Imperioso era más listo que muchas de las personas que lo rodeaban. También de los que lo votaban. No se dónde está ahora Imperioso, pero hay alcaldes a los que habría que mandarles, no digo a Imperioso, sino al Séptimo de Caballería.
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