Linajes democráticos
Las dinastías políticas no son algo tan extravagante en democracia, aunque ahora proliferan. Ahí están, los Bush, los Clinton, los Le Pen, los Aznar, o ahora los Kirchner. Lo sorprendente no es que un familiar siga los pasos de los padres o del cónyuge, menos aún cuando el poder no se ejerce en mandatos consecutivos, sino que una persona suceda inmediatamente y sin interrupción a otra, tras haber trabajado con ella durante muchos años, y sin embargo, no sólo parezca una novedad, sino que logre serlo. Desde la derecha, y desde la izquierda, respectivamente, es lo que ha ocurrido con Sarkozy y Brown, mandatarios que coinciden en ceder poderes del Ejecutivo al Parlamento (que controlan, sin embargo).
Esta vía sucesoria es algo que se da a menudo en las dictaduras o en las democracias imperfectas como la Rusia en la que Putin intenta designar a su sucesor. Su amigo Aznar le habrá contado que cuando uno se va, es difícil volver. Por no hablar de regímenes en los que falta pluralismo y libertades, como el Egipto de Mubarak, donde el poder está intentado situar al hijo del presidente, al que ya han casado, para cuando éste fallezca, si no antes.
Lo interesante es en democracia. Sarkozy estuvo años a la sombra de Chirac. Fue su ministro de Economía en los años de la morosité y de Interior cuando las revueltas en las banlieues. Y, sin embargo, ha llegado al Elíseo y está provocando un terremoto absorbiendo a una parte de los socialistas (comenzando por Kouchner y ahora Védrine), al desbloquear el tratado institucional de la UE, y se ha comprometido a reformas que no logró impulsar desde sus anteriores cargos.
Brown ha estado esperando 10 años para mudarse del 11 (residencia del canciller del Exchequer) al 10 de Downing Street, por dimisión voluntaria de Blair (Helmut Kohl pensaba que en democracia parlamentaria un político de raza sólo debe irse cuando pierde una elección). Brillante cuando quiere, Brown era el verdadero cerebro detrás del Nuevo Laborismo. Llega al poder cuando los laboristas parecen agotados, y en unos días le da la vuelta. Sobrepasa a Blair en su reformismo político ofreciendo dar al Parlamento poderes que hasta ahora estaban en manos del primer ministro, como la declaración de guerra, o la petición para disolver el Parlamento. Todo ello junto a una agenda social ambiciosa. Incluso en materia de lucha contra el terrorismo, pese a los atentados frustrados no ha caído en la exigencia de leyes más duras. ¿Será menos autoritario que su predecesor ahora que manda él? ¿Retirará las tropas británicas de Irak?
¿Cómo es posible? Es verdad que el francés ha ganado las elecciones y el escocés aún no. Pero tanto Blair como Sarkozy han tenido que aguantar todos estos años agazapados, solidarios con el Gobierno al que pertenecían, para luego eclosionar como nuevas figuras una vez culminada la sucesión. No es un fenómeno propiamente de la política. Ocurre también en las empresas o en las iglesias, aunque en algunos grandes bufetes de abogados, con su extraña democracia limitada interna, no se admite contratar a hijos de los socios. En general, en la dirección de equipos humanos complejos, lo que uno lleva dentro no lo saca realmente hasta llegar a número uno. Y a veces, cuando llegan a la cumbre se ve que tenían poco dentro de sí, como Chirac, lo que no le ha impedido estar 12 años en el poder.
En cuando a Cristina Kirchner, hace unos meses decían observadores argentinos que si presentaba la actual mujer del presidente, es porque éste se sentiría seguro de ganar. De haber algún peligro de perder, se hubiera presentado él. Pero será interesante ver si gana Cristina y en qué innova respecto a su predecesor marido. En cualquier caso, según señalaba en La Nación Joaquín Morales Solá, "la política se inclina siempre hacia el lado del futuro poder; deja pasar, insensible, al poder que languidece". Efectivamente, pues en muchos de estos casos de sucesiones democráticas, el poder languidecía, pero parece capaz de regenerarse desde dentro. ¿La alternancia en la permanencia? aortega@elpais.es
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