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Decadencia de las clases medias

Las clases medias de los países ricos están en declive, tienden a diluirse: ésa es la tendencia objetiva. Es un secreto, aún para iniciados, pero los síntomas afloran por todas partes. De momento resulta difícil agarrar ese toro por los cuernos: ¿no era la clase media quien tiraba de la maquinaria económica?, ¿no había sido un gran logro social la transformación de los antiguos obreros en convencionales padres de familia y dóciles consumidores con todas las ventajas (e inconvenientes) de la middle class de las sociedades postindustriales? Y, sobre todo, si las clases medias están en trance de desaparecer ¿qué las va a sustituir como motor económico, colchón interclasista y amortiguador social? ¿Amanece una utópica sociedad sin clases o una sociedad de desclasados que se mecen como hojas al viento? ¿Se puede hablar todavía de igualdad o se consolidan nuevas y vertiginosas desigualdades sociales?

Los sociólogos buscan explicaciones a lo que se intuye como un cambio social en profundidad. En el marco de ese gran cambio que vivimos, bailan realidades y conceptos como: globalización, movimientos migratorios, paridad de sexos, desigualdad (progresiva) en el reparto de la renta, precariedad laboral, economía criminal, individualismo radical, revolución de las dimensiones espaciales y temporales de la mano de maravillas tecnológicas... Éstos son algunos de los fenómenos que se entremezclan en avalancha. Muy pocos cerebros tienen hoy capacidad para interpretar lo que nos sucede en tanto que individuos, y las indagaciones sobre el proceso de cambio colectivo resultan parciales e insuficientes.

Algunos expertos expresan esta confusión con expresiones como modernidad líquida (Zygmunt Bauman), sociedad del riesgo, individualización (Ulrich Beck), bienestar de bajo coste (Gaggi y Narduzzi), hipermodernidad (Lipovetsky), sociedad-red (Castells) o, directamente, como hace Richard Sennett (en su imprescindible libro La cultura del nuevo capitalismo), reconocen con humildad que "el problema cultural fundamental (es) que la mayor parte de la realidad social es ilegible para la gente que trata de darle sentido". ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, el alargamiento de la vida si los viejos son tratados como inservibles trastos improductivos? ¿Cómo conjugar el énfasis en el valor de lo joven y la vida sana con una realidad como la de los mileuristas o los jóvenes hipotecados de por vida?

Es en este marco general, de confusión y excesos, en el que se vislumbra la decadencia de aquel puntal social que pronto podría ser historia pasada y al que llamamos clases medias. Hay síntomas de esa deriva también en España, donde las clases medias modernas llevan poco más de dos décadas afianzándose en su papel -siempre inconsciente, pero no menos real- de amortiguador social y político a la manera europea. Los españoles contemporáneos hemos vivido procesos históricos aceleradamente: apenas acabamos de alcanzar la estabilización social en unas renovadas clases medias cuando aparecen, otra vez, las orejas del lobo. Nuestra alegría de nuevos ricos consumistas, de recién llegados al Estado de bienestar, ya percibe los síntomas de las transformaciones que están en marcha. Otra cosa es que esa percepción lleve a la conciencia de lo que acontece.

He aquí un ejemplo común, imposible de cuantificar aún, del que cualquiera puede tener experiencia directa. ¿Quién no conoce a esa familia -esas familias españolas, mejor- en la que los padres, que rondan los cincuenta años, ayudan a sus hijos a emanciparse o dándoles cobijo, al tiempo que también se ocupan de los abuelos y de sus achaques? ¿Alguien no conoce a treintañeros que no hay manera de que se estabilicen laboralmente o se libren de la consabida hipoteca? ¿Cuántos no se han topado con esas jóvenes abuelas -y abuelos- que cuidan a sus nietos a la par que dan compañía y atención directa a sus propios padres ya viejos? ¿Quién ignora la desazón de esa familia de cincuentones al borde de la jubilación que ve mermar sus ingresos y aumentar sus gastos sin encontrar alternativa a la ayuda a los hijos y el cuidado de los propios padres?

No se sabe cuántas familias españolas se encuentran en situaciones similares, características de la más pura clase media y que afecta directamente a las familias de la generación del baby boom que tiraron -y consolidaron- de la democratización española. Pero no es aventurado hablar de que un porcentaje que supera el 50% de la población adulta española -nuevas clases medias, viejas clases medias y obreros cualificados, según la terminología clásica- se encuentra confrontado directa o indirectamente a esta situación de dependencia familiar directa y hoy acuciante. ¿Quién dijo que la familia estaba en decadencia? Las familias de las clases medias españolas han sido y son todavía un estado de bienestar por sí mismas; lo cual significa que se ocupan privadamente de lo que, a menudo, se publicita como tarea, pública, de nuestro novato Estado de bienestar. Estamos, pues, ante una privatización oculta del bienestar que ha recaído, de buena gana hasta ahora, en unas clases medias acostumbradas a un horizonte de prosperidad convencional. Un horizonte que se diluye en el nuevo marco económico, político y social global.

Y aquí se abren inquietantes incógnitas. ¿Qué sucederá cuando esta generación de familias españolas se jubile y sus propias fuerzas físicas y económicas flaqueen? ¿Quién o qué institución ocupará su lugar haciendo las tareas de apoyo real intergeneracional que han realizado hasta ahora nuestras clases medias? No hay mucho tiempo para resolver -sin la fantasía demagógica de leyes, como la de Dependencia, difíciles de poner en práctica- los problemas reales de jóvenes y viejos, que hasta ahora han solventado, como han podido, las familias de las clases medias españolas. En una sociedad ultra / individualista los problemas de dependencia se agravan y el Estado, sin el amortiguador de las clases medias, puede sentirse acosado, actuar a la defensiva y, lo que es peor, favorecer el clientelismo y la arbitrariedad. El reto de la decadencia de las clases medias está ahí. Las generaciones de jóvenes españoles que, hasta ahora, se han beneficiado de este oculto colchón social, deberían ser conscientes de que el vacío que se dibuja corresponde a un presente que es ya su responsabilidad.

Margarita Rivière es escritora y periodista.

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