Retumba la rumba
Hay palabras prometedoras, eufónicas, capaces de arraigar en las circunstancias más insospechadas. Por ejemplo, rumba. Hace unos años, decidí montar un programa de radio con músicas que, en diversas épocas y latitudes, eran conocidas como rumba, pero que escondían realidades sonoras muy diferentes. Abandoné cuando comprendí que, sumando las que se autodenominaban rumba, necesitaría cuatro o cinco horas simplemente para situarlas y poner muestras de cada una de ellas.
Incluso en la música española, y obviando la pura rumba flamenca, la rumba catalana, festiva y caribeña, se enfrentaba a la madrileña, a veces dramática y pop en arreglos. Luego, estaba la derivación rock, que eclosionó en Francia, con Ricky Amigos y grupos de la prehistoria de Manu Chao.
Un músico nacido en Buenos Aires, Gato Pérez, reinventó la rumba catalana a finales de los setenta
Ese detalle ya revela la difícil relación de nuestra modernidad con las músicas genuinamente populares. Andrés Calamaro, argentino recién llegado a Madrid, advirtió el potencial en rockerizar la rumba suburbial: Los Rodríguez rompieron inicialmente con rumbas eléctricas propias. Curiosamente, también fue un músico nacido en Buenos Aires -Gato Pérez- quien reinventó la rumba catalana a finales de los setenta.
¿Y a qué viene esto? A que han coincidido dos discos que especulan sobre el pasado y el presente de la rumba. El más impresionante es Achilifunk-Gipsy soul 1969-1979 (Lovemonk), que viene respaldado por un librito de 112 páginas.
Una idea del diseñador y pinchadiscos Txarly Brown, que busca internacionalizar sus descubrimientos: su texto está traducido al inglés y al japonés, aunque no sé si allí entenderán el título, con su guiño al sísmico Achilipú, de Dolores Vargas. De todos modos, las notas transportan un robusto argumento contra los prejuicios generados por el papanatismo musical de este país.
Achilifunk está generando cierto debate entre los enterados, por la generosidad con que Txarly ha confeccionado su selección: se cuelan aberraciones o el archiconocido Garrotín, de Smash.
En general, apuesta por las producciones cuidadas de querencia soul-disco, prescindiendo de las letras (el apartado que alcanzó mayoría de edad con el precitado Gato Pérez) o la actitud.
Pudo ser peor: una colección británica de spanish rumba llegaba hasta Manolo Escobar. Y si se quiere reivindicar el género, se debe desmarcar del bizarrismo, esa apreciación "irónica" de subproductos sonoros del Celtiberia Show. Por contra, también repesca alguna grabación ultrarrara, como la de Rabbit Rumba. Y conecta con 2007 gracias a temas de Los Fulanos -¡con Peret!- o Mantecao y su Combo.
De la actualidad trata Rambla rumble rumba (EMI), recopilación de Xavier Estríngana que junta 18 -¡dieciocho!- bandas y solistas en activo, todos con mayor o menor puntito rumbero, todos autosuficientes, nada que ver con las labores de productor de Achilifunk. Confirma la sospecha que latía en los volúmenes de Barcelona Raval sessions: que existe un nuevo movimiento rumbero, una canalla Condal que traslada los hallazgos de los gitanos de la calle de la Cera a la sensibilidad del siglo XXI.
Ojo: mucho de lo incluido está en el límite, puede deslizarse hacia la zafiedad o la gracieta. Y es que en la promesa de rumba siempre hubo algo de espejismo.
Babelia
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