"El porno es más la relación con la imagen que actividad sexual"
Una tarde de junio de 2006, en la fiesta que organiza la Residencia de Estudiantes, Andrés Barba (Madrid, 1975) y Javier Montes (Madrid, 1976) decidieron escribir un ensayo sobre pornografía. Habían tomado alguna copa de más, pero el alcohol no determinó la elección del tema. De forma tangencial ya lo habían tratado antes en sus anteriores obras por separado. Con La ceremonia del porno han logrado el Premio Anagrama de Ensayo 2007.
Pregunta. Parece que un acercamiento neutral a la pornografía es complicado.
Javier Montes. La pornografía es una experiencia diferente a cualquier otra y por eso exige un compromiso con el espectador: establecer una especie de ceremonia. Fuera de ese contexto se desactiva.
"La coartada de la pornografía se utiliza para intentar el control del acceso a Internet"
Andrés Barba. Es una ceremonia de características precisas: el lugar, la intención del acercamiento, la voluntad de excitación... A la inversa también funciona: no sólo el zapato de tacón puede ser un fetiche. El catálogo de Adidas es bastante consumido como material excitante.
P. ¿Deja la pornografía indiferente a alguien?
A. B. Yo ante quien reproduce ese tópico progre -'el porno es tan aburrido, lo intenté, pero me aburrí'- le digo que no tuvo una experiencia porno, no vio porno. La pornografía no es tanto una actividad sexual, como la relación de un sujeto con una imagen.
P. Las nuevas tecnologías han revolucionado el sector.
J. M. Internet es ideal para el porno porque ha inaugurado un habitáculo perfecto. Se establece una relación recíproca y el consumo es mucho más fácil. Se han eliminado los intermediarios. Antes había que acercarse a un sex shop, un videoclub... ahora está en casa. Pero Internet también ha desatado una nueva ola de pánico en cuanto a la accesibilidad al porno al confundir, con mala intención, la pornografía infantil con el acceso a la pornografía. Y está en juego algo que va mucho más allá de los contenidos: el control de acceso a Internet. Hace poco en Documentos TVE se emitió 'Pornografía en la red', y era casi como un documental de alcohólicos anónimos. Presentaban a tipos muy neuróticos y lo interesante era el miedo general que se desataba.
P. Con el cibersexo ha surgido un fenómeno nuevo: el porno amateur, donde el espectador se convierte en actor, a veces con famoso incluido, como Paris Hilton.
J. M. Es el ejemplo de cómo una imagen pornográfica al hacerse pública deja de serlo y pasa a ser carne de cotilleo o diversión. La experiencia pornográfica es muy delicada y con un elemento que se desmorone se viene abajo. La experiencia pornografía exige intimidad, soledad y cierto secretismo porque es tan delicada, tan lábil...
P. ¿Qué cambios ha generado Internet en la aproximación a la pornografía?
J. M. Es el primer gran paso de la pornografía a otra situación nueva porque se han añadido nuevos estímulos: ya no se trata sólo de apropiarse de una imagen sólo sexual, ahora se le añade su intimidad. Pasa a ser una imagen que contiene la historia de una persona concreta, su contexto, la habitación, la cama, el peluche.... De ahí el éxito de la web www.miexnoviadesnuda.com. El gran estímulo no es sólo la inmensa desnudez de la mujer, sino su historia.
A. B. Es el aire de estos tiempos en los que la ficción está más desprestigiada y el documental goza de cada vez mayor éxito. Cada porno tiene su época y la nuestra quizá sea la que vende realidad.
P. ¿Contemplar pornografía es o no fácil?
A. B. Es fácil en el sentido de lo que decía Gore Vidal: "Uno, al principio, ve un poco; luego un poco más y al final sólo ve pornografía". Se corre el riesgo de no ver esa complejidad de la experiencia pornográfica, ni de lo exigente que es como género. Se le supone un grado cero de la representatividad, cuando en realidad es el más exigente porque el compromiso que reclama para existir es mucho más violento que en cualquier género; es, nada menos, que excitarse y correrse. Es una experiencia que tiene que ver con el deseo, el placer, el tabú y a veces con el dolor. Y también posee un gran poder revelador. Linda Williams cuenta una anécdota de un chico que dijo tener miedo de ver pornografía gay, porque si le gustaba significaba que era homosexual.
P. Dicen que una gran mayoría detesta la pornografía y, a la vez, que nadie es ajeno a ella.
A. B. Uno mismo al consumir pornografía es otro individuo. En el fondo no hay gran conflicto intelectual, aunque lo puede haber moral. Un ejemplo está en aquel senador norteamericano empeñado en prohibir las imágenes en las que se vieran los ombligos. Era inexplicable. Pero al morir se vio que conservaba gran cantidad de imágenes de ombligos, era su fetiche, la imagen que tenía como pornográfica.
J. M. Países como Irán, Afganistán o la América profunda son grandes consumidores de porno porque no tienen conflictos en lo personal. Sus Gobiernos públicamente la prohíben, pero su otro yo quiere consumirla. El yo del día a día se desconecta con la experiencia pornográfica y pasa a ser el padre de familia. Por eso conviene asumir el esfuerzo de preguntarse qué nos pasa cuando vemos porno.
P. ¿Puede el porno ser arte?
A. B. Son experiencias diferentes, se anulan. Lo vemos con el cuadro El origen del mundo, de Colbert. Puedes tener la imagen de él debajo de la cama y producir en este contexto una experiencia pornográfica. O la artística, cuando es vista en el Museo D'Orsay de París por centenares de personas al día sin que se produzca el más mínimo escándalo.
Crítica de La ceremonia del porno en la página 15 del suplemento Babelia
Babelia
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