El escudo que enfría a Europa
El sistema antimisiles que EE UU planea instalar en Europa del Este rompe para Moscú el equilibrio estratégico
La atmósfera de guerra fría suscitada por el escudo antimisiles que Estados Unidos pretende instalar en Europa tiene más de pulso político que de ruptura del equilibrio estratégico que alega Moscú: nada va a cambiar en la efectividad y capacidad ofensiva de un arsenal ruso con miles de cabezas nucleares frente al despliegue en Europa de 10 interceptores de misiles balísticos de largo alcance. Un embajador aliado interpreta las duras palabras de Vladímir Putin en clave psicológica, como la reacción de quien ha alcanzado el umbral de tolerancia tras años de humillaciones y quiere volver a ser tomado en serio.
Todo empieza con el discurso de Putin del pasado febrero en Múnich, cuando el presidente ruso acusó a EE UU de actuar como si fuese el amo del mundo. Hasta entonces, ni Rusia ni los aliados habían planteado objeciones de fondo a la instalación del escudo antimisiles con sus 10 interceptores en Polonia y un radar en la República Checa, proyecto que Washington había discutido tanto con Moscú como con los aliados sin suscitar emociones públicas. El escudo era un asunto técnico sin interés fuera de los círculos especializados
"El discurso de Múnich fue una cruda demostración de las preocupaciones de Rusia", apunta el embajador de un país que apoya sin sombra de duda el despliegue del escudo. "Tenía una intensa componente psicológica, la de una superpotencia que pasó por muy malos tiempos y que ahora está recuperándose. Además, Rusia se encuentra en un proceso preelectoral ante las presidenciales del próximo año. Las relaciones van a pasar por baches durante bastante tiempo".
Expertos occidentales en las relaciones transatlánticas, como Ronald Asmus, director en Bruselas de la German Marshall Fund, hacen notar que "en privado, hay rusos que reconocen que Moscú no podía dejar pasar la ocasión de jugar con las diferencias transatlánticas". En público es otra cosa. Serguéi Lavrov, el ministro de Exteriores ruso, lo dejó claro ante sus colegas occidentales reunidos a finales de abril en Oslo: los nuevos misiles "cambian radicalmente la relación estratégica, al haber fuerzas americanas estacionadas en Europa".
Asmus y otros mantienen las tesis de que "no hace falta tener un doctorado en Física para darse cuenta de que un sistema con un puñado de interceptores que apuntan en otra dirección no amenaza las capacidades estratégicas de Moscú". Es lo que escuchan constantemente los rusos: "Diez interceptores ni pueden afectar, ni afectan ni afectarán el balance estratégico y 10 interceptores no pueden suponer una amenaza para Rusia", en palabras del secretario general de la Alianza, Jaap de Hoop Scheffer. Para la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, "es ridículo" pensar que un sistema tan básico puede romper el equilibrio estratégico establecido por Occidente con los miles de cabezas nucleares de la disuasión estratégica rusa.
Las objeciones de Moscú tienen una doble vertiente, diplomática y militar. En lo diplomático, Washington actúa con arrogancia, sin prestar suficiente consideración a Rusia. En lo militar, la tecnología avanza a pasos agigantados y lo que hoy es un sistema sencillo de 10 interceptores se convertirá en pocos años en algo mucho más complejo. Da la razón a estos recelos rusos el general Patrick O'Reilly, subdirector de la Agencia de Defensa de Misiles estadounidense, quien reconoce que el Pentágono ya está desarrollando un sistema de cohetes capacitado cada uno de ellos para transportar 10 o más cabezas cazamisiles, incrementando en consonancia su eficacia. El embajador ruso ante la OTAN, Konstantín Totski, asiente: "Sabemos por experiencia que cuando se tiene un sistema hay que seguir desarrollándolo. Ésa es una de nuestras preocupaciones. Porque ahora mismo no hay limitación al número de misiles y se les puede dotar de múltiples cabezas".
El Gobierno de los hermanos Kaczynski es el único que sigue viendo al vecino del Este como la amenaza que históricamente ha sido para Polonia, aunque la opinión pública polaca tenga otra opinión: el 57% está en contra del despliegue, frente al 25% que lo apoya. También en la República Checa hay desafecto popular: 61% de noes frente al 30% de síes. En ambos países debe ser el Parlamento el que confirme el hipotético pacto de sus respectivos Gobiernos con Estados Unidos.
La OTAN protegerá el flanco sur
El escudo que EE UU negocia instalar en Europa busca hacer frente a los misiles de largo alcance, los que tiene un radio de acción superior a los 3.000 kilómetros. Los requerimientos técnicos de tal sistema dejan fuera de cobertura el flanco sureste de la Alianza: Bulgaria, Grecia, Rumania y Turquía. Para esos cuatro países la Alianza prepara un sistema complementario, previsto en su fase inicial para 2010, casi simultáneamente con el proyecto estadounidense de 2010-2011, para así respetar el principio de no división en la defensa aliada, y que todos los miembros del club gocen de las mismas garantías de protección.
El sistema aliado se formará con la colegiación de los sistemas de defensa de que ya disponen los distintos países europeos con el propósito de proteger a las tropas aliadas contra misiles de corto y medio alcance. Los aliados proporcionarán los sensores y los sistemas de armamentos y la OTAN se encargará de diseñar el sistema de mando y control y de integrar tantos dispares elementos de manera efectiva: fragatas con sistemas antimisiles, artillería antiaérea, aviones o misiles Patriot.
El plan aliado es interceptar los misiles balísticos enemigos tanto en la fase de despegue, en su trayectoria media o en el tramo final del recorrido. Para la hipótesis de cazarles en su fase inicial se está pensando en vehículos aéreos no tripulados o en el empleo de láseres disparados desde aviones jumbos preparados. Un componente importante de este escudo lo aportarán barcos dotados de sistemas antimisiles como el Aegis americano del que dispondrá la Marina española en 2010, a tiempo para la teórica entrada en funcionamiento de un sistema que debe estar operativo en 2015-2016.
Detener una bala con otra bala
El sistema de defensa antimisiles se resume en una misión semejante a la de detener una bala con otra bala. En una simulación presentada hace unas semanas en la sede de la OTAN en Bruselas, representantes de los 26 países aliados vieron cómo un misil intercontinental balístico lanzado por el enemigo era detectado al segundo por un satélite en su fase inicial de despegue, de la que desde el espía espacial captaba información que enviaba a los radares de alerta temprana instalados en las inmediaciones de Praga.
Estos equipos siguen la trayectoria del misil al tiempo que otros radares de más alta resolución se fijan en el vuelo para distinguir entre las cruciales cabezas que no pueden pasar bajo ninguna circunstancia, los señuelos destinados a engañar a las defensas que pudieran desprenderse del aparato o el propio cohete de combustible, sin valor militar. Una vez definida la trayectoria del misil balístico, que abandona la atmósfera camino de su destino, el centro de mando da la orden de abrir fuego a los misiles interceptores instalados en Polonia.
Dotados de un cohete de lanzamiento que transporta otro exoatmosférico (EKV en sus siglas en inglés) con la misión de destruir al misil agresor, los interceptores son dirigidos contra el agresor, al que deben alcanzar durante los 20 minutos en que atraviesa el espacio, ya en caída inercial hacia el objetivo. El EKV, con su sistema de infrarrojos junto a los datos recibidos desde tierra o desde el espacio, enfila al misil enemigo a velocidades supersónicas para lanzar contra él una carga de metal de 75 kilos que le destruye. La bala ha alcanzado la bala. De no ser así otros dispositivos similares en otras localizaciones repetirán el intento.
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