_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La política como traición

Andrés Ortega

Ninguna otra actividad como la política, en el sentido de lucha por el poder, implica tanta disposición a traicionar a los mentores que a veces se presentan como compañeros o amigos. Un caso paradigmático de político que para llegar ha tenido que traicionar a diestro y siniestro es Nicolas Sarkozy. No es una crítica, sino una observación. Otro Nicolás, Maquiavelo, situó la traición dentro de la virtú política, que poco tiene que ver con la moral ni con el odio. La traición puede ser la plasmación de la dialéctica hegeliana -sólo que ahora sin la idea de progreso-, en la que se niega lo anterior: no se traiciona para ser igual al traicionado, lo que explica que alguien que haya estado trabajando con su predecesor puede acabar siendo muy diferente al llegar a la cúspide.

Sarkozy es un político puro, uno de los más puros que ha dado la política francesa y la europea en los últimos lustros. Ávido de poder, quiere cambiar las cosas, aunque pueda cambiar él mismo de opinión otras tantas veces. Traicionó a Charles Pasqua para hacerse con la alcaldía de Neuilly, y posteriormente a Chirac para acercarse a su primer ministro (con el que fue titular de Presupuestos), Edouard Balladur, para luego volver a Chirac y acabar traicionándole como éste hizo con Chaban Delmás. Esta progresión, avalada por una mayoría de los votantes, le ha llevado al trono del Elíseo, la sede de la monarquía republicana francesa.

Para ser traidor hay que tener aguante. Estas traiciones ocurren dentro de una misma familia. No hablamos de pasarse al enemigo, sino de traicionar al amigo, al compañero, al padre o al hermano. Ségolène Royal ha sufrido casi más por los suyos -que siguen en la brecha dificultando la renovación del socialismo francés- que por Sarkozy.

Los relevos no suelen ser pacíficos. Es rara, y a menudo infructuosa cuando se trata de cargos de tal importancia (no de alcaldes o presidentes de comunidades autónomas), la sucesión dócil, como la de Felipe González por Joaquín Almunia al frente del PSOE, o la de José María Aznar -que no está ya en el cargo, lo que no significa que no conserve poder (not in office, but still in power, como se dice a menudo en Estados Unidos)- por Mariano Rajoy en el Partido Popular. Y ya se divisan las posibles traiciones para suceder a Rajoy si éste no gana las siguientes generales (no digamos ya lo que pasaría en el PSOE si Zapatero perdiera).

La foto en el balcón de la madrileña calle de Génova del domingo de las últimas elecciones es una imagen muy gráfica de las traiciones que se urden en el PP y algunos de cuyos destellos ya empiezan a verse. Rajoy, en el fondo, tiene suerte no sólo porque en las municipales el PP haya sacado más votos que el PSOE, sino sobre todo porque el Partido Popular haya tenido antes más piedad que los conservadores británicos. Éstos se quitaron de en medio a Margaret Thatcher de un plumazo (entonces mediante un simple voto entre los diputados conservadores) simplemente por la sospecha de que iba a perder los comicios (estuvieron a punto de hacerlo antes, pero le salvó la guerra de las Malvinas).

En el Partido Laborista, Gordon Brown se apresta a tomar el relevo por el que ha estado esperando más tiempo de lo que él pensaba. En el fondo, Brown se siente traicionado por un Blair que ha aguantado más en el cargo de lo supuestamente pactado. Fue Brown el artífice político e intelectual del Nuevo Laborismo, que ahora va a tener que reinventar, y para lograrlo va a tener que traicionarse a sí mismo.

Tzipi Livni se lanzó en tromba contra su mentor, Ehud Olmert (que a su vez había traicionado a Netanyahu, que vuelve), cuando el actual primer ministro israelí salió tocado del Informe Winograd sobre la guerra contra Líbano del pasado verano. César dijo aquella famosa frase de "amo la traición, pero odio al traidor". Y aunque no se trate de política, últimamente, con los manuscritos descubiertos, se valora mejor la traición de Judas, pues aparece como necesaria. aortega@elpais.es

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_