Diez años sin Jeff Buckley
Merece recordarse ya que fue una muerte absurda, extrañamente simbólica. El 29 de mayo de 1997, Jeff Buckley se hallaba en Memphis, dispuesto a grabar. No conocía la ciudad y se perdió camino del estudio. Él y un amigo terminaron a orillas del Misisipi. Llevaban una guitarra, un radiocasete, una botella de vino. Jeff no había bebido demasiado pero tuvo un característico arrebato de exuberancia: se le ocurrió lanzarse vestido al inmenso río que nutre las grandes músicas estadounidenses. Contó su colega que cantaba mientras se internaba en la corriente. De repente, desapareció. Le arrastró un remolino traicionero o la turbulencia creada por los herederos del Proud Mary, esos barcos de ruedas que ahora sólo llevan turistas. Tardaron días en recuperar su cuerpo.
A los 30 años se apagaba uno de los cantantes más ambiciosos de su generación. Jeff no podía conformarse con ser un cantautor cualquiera: se había puesto las botas de su padre, Tim Buckley, un explorador musical que también murió prematuramente, un gigante frágil al que no llegó a conocer pero que dejó una obra considerable. Jeff prefirió andar con pies de plomo: evitó el repertorio paterno, pasó temporadas experimentando por garitos de Los Ángeles y Nueva York, probando formatos instrumentales para arropar su voz majestuosa, interpretando clásicas de Edith Piaf y Nina Simone, creando un delicado repertorio propio, cayendo a veces en excesos de truculencia y efectismo.
Sólo 'Grace'
De la mano del guitarrista Gary Lucas, pudo batirse en los escenarios de la vanguardia de Manhattan y, criatura de su tiempo, tampoco fue ajeno a las furias del grunge pero miraba más lejos: anhelaba la monumentalidad de Led Zeppelin, los arrebatos de Van Morrison, el misticismo de Nusrat Fateh Ali Khan. Con su apellido y su presencia escénica, no tuvo problemas para conseguir un contrato de grabación, aunque resistió la tentación de estrenarse prematuramente.
Hoy se pueden encontrar muchos discos con su nombre: su madre, triste albacea de dos desdichas, ha supervisado el lanzamiento de directos, maquetas, documentales. Todos son valiosos pero, en realidad, Jeff Buckley sólo hizo un disco, Grace (1994). Una obra épica, que le estableció como un artista apolíneo, que combinaba carnalidad y espiritualidad. Si eso suena improbable, óigase su Hallelujah: el salmo de Leonard Cohen se hace explosión orgásmica.
Babelia
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