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Tribuna:Feria de San Isidro
Tribuna
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Un niño en los toros

Veía hace unas semanas una corrida de la Feria de Sevilla por televisión cuando llegó mi hija de 10 años y se sentó junto a mí con la mirada fija en el mando a distancia del Canal Satélite Digital, esperando mi aprobación para cambiar a su querido Disney Channel. Ante mi negativa -y sorpresa- se quedó a ver el resto de la corrida, era ya el sexto toro, y comprobé, no sin cierta complacencia, que el espectáculo no le resultaba indiferente, preguntándome ella, con esa caótica curiosidad propia de los niños, acerca de diferentes pasajes de la lidia. Al llegar a la suerte de matar me dijo que le daba mucha pena del toro y que "los toros son un deporte muy raro, papá". Fin de la corrida y, por supuesto, cambio de tercio y de canal.

Me ha hecho reflexionar esta escena familiar acerca de las primeras impresiones que en mi infancia pude tener yo de una corrida de toros y de la Fiesta en general. Soy consciente de lo engorroso y polémico del tema: introduciendo en el buscador Google de Internet las dos palabras que dan título a este artículo, "niños-toros", aparecen más de un millón doscientos mil resultados (el antitaurinismo más recalcitrante exigiendo la abolición por la Red), mas no es mi intención escribir sobre el sexo de los ángeles.

Debió ser que fui, o mejor, que me llevaron a los toros, por primera vez, a los siete u ocho años. Ser hijo de escritor y crítico taurino marca, y más en unos años, los últimos sesenta y primeros setenta del siglo XX, de particular esplendor de la Fiesta, con un elenco de grandes figuras que han pasado a la historia del toreo. En mi casa mis hermanos y yo jugábamos al toro con capotes y muletillas que nos hacía mi madre de restos de telas rojas, y cada uno se inventaba sus propios toreros con nombres tan delirantes como Paco Paquez Paquiqui o El Millonetis, banderilleando y "dando muerte" a un viejo radiador empotrado a la pared del pasillo que cumplía estoicamente la función de toro para tales menesteres. Tal era nuestra incipiente afición y el afán de emular a nuestros ídolos toreros. No obstante, jamás se me pasaría por la cabeza llegar a serlo.

Y debo suponer, aunque no lo tenga muy claro, que en aquellos días los niños no estábamos tan educados y sensibilizados como los de ahora con respecto al -buen, mal- trato a los animales. Pues lo cierto es que, cuando acudía a Las Ventas, podía sentir tanta lástima de un toro estoqueado por Paco Camino como del balón que pateaban Gento o Amancio en el Bernabéu (toros y fútbol siempre iban cogidos de la mano), o del radiador al que poníamos banderillas en el pasillo de casa. Simplemente, recuerdo que me gustaban el ambiente de fiesta en tendidos y gradas, el colorido de los trajes de los toreros y los cadenciosos pasodobles que tocaba la banda de música, y que me impresionaba sobremanera el griterío de la multitud enardecida por una buena faena o contra unos toros que, al parecer, le resultaban demasiado pequeños. Yo, a mi bola, perseguía por los tendidos el rastro del hombre que vendía los bombones helados mientras observaba, boquiabierto, la faena de un tal Antoñete, vestido de rosa y oro, a un toro que, para mi desconcierto, era completamente blanco, desmintiendo lo que creo muchos niños piensan en su primera corrida ante la abundancia y monotonía del pelaje negro en los bureles: que siempre es el mismo toro el que, tras ser arrastrado por las mulillas, resucita para volver a salir al ruedo acto seguido. Y un día, con gran decepción por nuestra parte, no nos dejaron pasar a mis hermanos y a mí a la plaza, al entrar en vigor durante unos meses, creo que del año 1969, en pleno régimen franquista, la prohibición a los menores de 14 años de asistir a los toros. Me acuerdo amargamente de la sensación de incredulidad y despecho volviendo a casa, calle Alcalá arriba, con la cabeza gacha y marcado por una medida que me parecía tan absurda como injusta. Con esa naturalidad y entusiasmo vivíamos el espectáculo.

Con el tiempo y una afición lógicamente más racionalizada, sí he llegado a sentir lástima de los toros: de aquellos que salen a la plaza cayéndose y arrastrándose por la arena sin condiciones para ser lidiados. Y me satisface que mi hija vaya forjando a los 10 años sus propios criterios y personalidad en la vida, aunque no voy a mentir si digo que me encantaría que me acompañase algún día a Las Ventas para ver ese deporte tan raro, persiguiendo por los tendidos el rastro del hombre que vende los bombones helados mientras torea un tal Talavante.

Jaime Urrutia es músico y compositor, ex miembro de Gabinete Caligari.

Una niña vestida de primera comunión en Las Ventas.
Una niña vestida de primera comunión en Las Ventas.MARISA FLÓREZ

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