El padre inmortal
En su nueva novela, 'Ojalá octubre', Juan Cruz emprende la búsqueda de la felicidad a través de sus recuerdos familiares
Detrás de un libro se oculta siempre una historia. Y ésta empezó una tarde de verano, bajo el sol de Ibiza, en una conversación entre cuatro buenos amigos. Aquella tarde, tomando arroz caldoso y vino blanco, Juan Cruz Ruiz descubrió que una palabra puede ser un lema de vida. Y la suya era ojalá. "Una palabra que te inclina a pensar que vas a vivir siempre, y que vas a ser feliz".
Días más tarde, en aquel mismo escenario ibicenco, Juan Cruz leía las cartas de Truman Capote y una frase capturó poderosamente su atención: "Me gusta tanto este mes que ojalá siempre fuera octubre", le escribía Capote a un amigo. Y aquella frase, y todo lo que puede evocar, es el punto de partida de Ojalá octubre (Alfaguara), la nueva novela de este periodista apasionado que nació en Tenerife hace 59 años.
Ojalá octubre es una novela sobre la felicidad. Y también sobre un padre, el del propio autor, retratado en "su intento de perseguir el ojalá, su manera de buscar la felicidad".
"Mi padre era de los perdedores de la guerra", recuerda Juan Cruz. "No la hizo, no habló de ella, pero la guerra dejó a muchos españoles humildes más humildes todavía. La humillación fue feroz para los que no tenían nada. Mi padre siempre creyó que era inmortal, no entendía que él no fuera nunca feliz del todo. No iba al médico, consideraba que su naturaleza era la de los inmortales. Cada día tenía un problema distinto: de dinero, vital, de cualquier clase. Pero siempre salía adelante. Era imaginativo y melancólico, pero vital. Un día su salud ya lo derrotó, y cuando fue al hospital ya fue para morirse. Lo vi fuera de la clínica; su mirada desolada, perpleja, imploraba una respuesta. Y yo no se la supe dar. Durante años busqué el modo de darle esa respuesta. Es este libro. Aunque ni siquiera este libro es de veras una respuesta: aquella mirada no se responde nunca".
En su búsqueda de esa respuesta, Juan Cruz, periodista desde los 13 años, redactor de EL PAÍS desde su fundación, quiso hacer "un libro sencillo, amargo y melancólico, pero vital". Como su padre. Y rememorando su figura, el autor reconstruye su propia infancia en Tenerife y, en cierto modo, se reconstruye a sí mismo. "Lo que he querido recordar de él me ha llevado a mí", cuenta. "La misma frustración por no hallar en la vida la felicidad que soñé, y él soñó una felicidad que nunca alcanzó. La vida es una sucesión de hechos que nos van haciendo. Agradezco que nada de lo que ha pasado me haya hecho más mezquino o más rencoroso. Pero sí es cierto que la naturaleza humana, lo que no me gusta de lo que veo, me ha hecho profundamente melancólico. La gente cree que soy unas castañuelas. No me ven en soledad".
Como todo lo que ha publicado desde entonces, Ojalá octubre parte de Crónica de la nada hecha pedazos, su primer libro, publicado en 1972. Ahí ya supo servirse de la realidad para hablar de sus obsesiones y sus sueños.
Entre aquel primero y este último hay otra decena de libros, en los que se aprecia una evolución. "A lo largo de los años le he quitado barroquismo a la expresión, se ha ido desnudando el estilo", explica. "Este libro es como un espejo. Un día, en la redacción de EL PAÍS, un jueves en que vivía esa desazón que a veces siento los lunes, me encontré una figura canosa y algo asustada en el espejo. Dije: 'Joder, mi padre'. Era yo. Uno se encuentra al fin con el padre que tuvo. Y eso no se puede contar con artificios literarios; eso lo tienes que escribir como si estuvieras escribiendo una carta en el espejo".
Babelia
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