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Niño Josele conquista la catedral del jazz

Acostumbrado a recorrer los cinco continentes como segundo de a bordo, junto a Paco de Lucía, Niño Josele (Almería, 1974) ha cruzado por vez primera el charco por su cuenta y riesgo. El martes se presentó en el Village Vanguard de Nueva York, donde actuará hasta el domingo. "Ayer me llamo El Maestro y me felicitó por mi éxito", decía el guitarrista al pie del avión que le trasladaría a Nueva York. "Yo le dije: pero, maestro, si todavía no he tocado".

Acompañado por sus partenaires para la ocasión, el baterista cubano Horacio El Negro y la contrabajista de 22 años Esperanza Spalding, Josele no quería dejar ningún cabo suelto en la puesta de largo de su disco Paz, dedicado a la música del pianista de jazz Bill Evans.

Josele fue a tocar la música de Evans en el mismo escenario en el que el pianista labró su fama, el más legendario de los clubes de jazz, antiguo centro conspirativo antifranquista durante la Guerra Civil española convertido en club de jazz en el año 1957. Allí velaron sus armas los más grandes, desde John Coltrane a Miles Davis; de Leonard Bernstein a Barbra Streisand... pero José Heredia Heredia no es de los que se amilanan, ni siquiera después de un primer set, la noche del martes, en que hubo de luchar a brazo partido contra un sonido atroz mientras Lorraine Gordon -medio siglo al mando del Vanguard- la emprendía a gritos con los técnicos. Lo nunca visto en los años de historia del club: "Yo notaba una presencia hostil, como que el lugar con tanta historia no me quería", cuenta Josele.

El tocaor aguantó el tipo con la mejor de sus sonrisas y salió para el segundo set, si cabe, con más ganas: "De repente, noté que el ambiente sí me quería". Josele se impuso en el sanctasanctórum del jazz apelando al espíritu de la música de Bill Evans; una música de alta intensidad pero baja en decibelios hecha para escucharse en reverente silencio y con el respeto debido.

Con El Negro y Spalding ha conseguido algo que se parece mucho al trío perfecto. Los tres fueron capaces de poner al respetable a dar palmas y hasta pudo escucharse algún olé desde los bancos que suelen ocupar los turistas japoneses que nunca faltan en el Vanguard. Otra novedad en la larga historia del local.

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