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Reportaje:

Media ración de emociones

Karelia Vázquez

¿Glotones o frugales? ¿Nos ponemos las botas con una pizza o adelgazamos con los cereales Especial K? Del atracón a la dieta, y de la dieta al atracón. El hambre y la saciedad son reacciones fisiológicas normales que se activan mediante reacciones químicas y conexiones nerviosas automáticas que no necesitan de nuestra fuerza de voluntad. Así funcionan los animales y los recién nacidos. Comen cuando tienen hambre, y cuando se sienten saciados, paran. No cuentan calorías, no miden las grasas que han comido y no se dan un atracón de chocolate cuando están tristes. Comer por razones que nada tienen que ver con el hambre es una cualidad netamente de los humanos, que aprendemos a conectar la comida, además de con el apetito, con recuerdos buenos y malos, con lugares y con personas que nos cuidaron.

Los acontecimientos desagradables también se pagan con la comida. Se come por ansiedad, se deja de comer por desamor o uno se atiborra de dulces cuando está triste. "Con la comida conseguimos rebajar tensión. El lenguaje cotidiano está lleno de referencias de esta mezcla entre los sentimientos y la alimentación: 'no me lo puedo tragar', cuando rechazamos algo; 'se me revuelve el estómago', cuando sentimos asco", explica la psicóloga Isabel Menéndez en su libro Alimentación emocional. La relación entre nuestras emociones y los conflictos de la comida (Grijalbo, 2006). Los alimentos no sólo cubren las necesidades biológicas, sino que también llenan otros deseos que tienen que ver con las emociones. Lo saben los creativos de publicidad. Ya no es suficiente con que un producto tenga buen sabor. Le pedimos mucho más. Albert Font, planificador estratégico de la agencia Tiempo BBDO, explica que un anuncio de comida tiene que prometer imposibles para triunfar. "Buen sabor, presencia exquisita, ser fácil de preparar porque la gente tiene poco tiempo y garantizar la idea de salud. Y últimamente tiene también que tener un punto gourmet. El círculo se está cerrando", advierte.

Crecen como setas las tiendas para sibaritas y los restaurantes sofisticados. La comida parece ser lo de menos. La gente quiere emocionarse cuando sale a comer, quiere vivir una experiencia y está dispuesta a pagar por ello. A la par de esta búsqueda de lo exquisito en la restauración, en la vida doméstica comemos cada vez más rápido, sentados frente a la televisión y más solos que la una. ¿En qué punto de nuestra historia se juntan la comida y las emociones? "Desde el principio de la vida, el alimento de la madre nos entra con una serie de afectos", explica Isabel Menéndez, y agrega: "Cuando una madre alimenta a su hijo con placer le está dando un gran regalo. Pero si está ansiosa y estresada, este bienestar no existe; no se trasmite al bebé, que sí recibe, en cambio, la carga de angustia de la mujer. Esto se cuida poco y a la mujer se le presiona mucho para que se reincorpore a la vida laboral en tiempo récord".

Este niño no me come nada. La ansiedad que genera una madre cuando cree que su hijo no se alimenta bien se refleja en ese "no me come", que convierte el acto de la alimentación en un logro o en un fracaso personal. Los psicólogos conocen lo rápido que aprenden los niños a convertir a los padres en rehenes de la comida. "Usan la comida para retener a la madre y conseguir cosas. Enseguida descubren si en la familia hay angustia cuando ellos no comen, y, sobre todo, los adolescentes usan los alimentos para protestar", recuerda Isabel, que cree que los padres cometen un error cuando se fijan demasiado en cuánto y cómo comen sus hijos. Muchas veces, los vómitos repetitivos de los bebés, cuando no existe una justificación orgánica, son una consecuencia de la angustia de la madre, un modo de llamar la atención y de conseguir que la madre no los deje solos.

Hoy, pechuga y ensalada. Mañana, también. ¿Por qué acabamos comiendo siempre lo mismo? ¿Poco tiempo? ¿Falta de imaginación? Las dietas monótonas son una manera rápida de eliminar la emoción de la comida y comenzar a comportarnos como si repostáramos combustible. Los experimentos realizados por la neuróloga estadounidense Ann E. Nelly sobre el poder adictivo de la comida han revelado que la variedad de sabores estimula las ganas de comer. Si se reduce cada comida a un único ingrediente, el apetito disminuye drásticamente. Es el principio de funcionamiento de las dietas monótonas que se ponen de moda. Pero también es el tiro de gracia contra el placer de comer. Para la autora de Alimentación emocional, hacer de la comida un mero trámite nutricional es la base de la explosión de los conflictos con la alimentación de nuestra época. "Dedicamos menos tiempo a comer y obtenemos menos placer al hacerlo. Es aburrido comer solo. Comemos demasiado deprisa, sin pensar mucho, sin disfrutar. Si esto es tedioso para un adulto, imagine para un niño". Para asegurar una comida que alimente a la par el cuerpo y el alma habría que rescatar –según la autora– al menos una comida al día en familia. ¿Para qué sirve? "Para llenarse de las dos cosas imprescindibles para la vida: alimentos y compañía", asegura. Una teoría cercana al postulado de Sigmund Freud, que aseguraba que las necesidades básicas del ser humano sólo eran dos: el hambre y el amor.

Me declaro 'adicto' al chocolate

Las propiedades analgésicas para los dolores del alma que se le suponen al chocolate tienen que ver con su capacidad de levantar el ánimo. Un poco de mito, otro de conducta aprendida, otro de asociación con buenos momentos y otra porción de los efectos fisiológicos del chocolate que estimula la segregación de serotonina en el cerebro, un neurotransmisor que nos pone de buen humor. El mismo que regula el Prozac. Algunos estudios estiman que el chocolate es el protagonista del 40% de los antojos de las mujeres y del 15% de los caprichos de los hombres. En un estudio realizado por Antonio Bulbena, jefe de psiquiatría del hospital del Mar en Barcelona, entre un 15% y un 18% de los participantes se declararon adictos al chocolate. "La gente lo dice porque lo encuentra divertido y gracioso. No diría lo mismo", advierte Bulbena, que demostró que para tener adicción al chocolate habría que consumir 15 kilos diarios.

Asalto a la nevera con nocturnidad y alevosía

La comida funciona para algunas emociones como una aspirina para un dolor de cabeza. La tristeza, el miedo, la soledad, el aburrimiento y, sobre todo, la ansiedad suelen enmascararse con atracones. O todo lo contrario, con una negativa a probar alimento. Según Isabel Menéndez, cualquier emoción puede expresarse a través de un conflicto con la comida. Pero el más espectacular es la culpa. "Es un sentimiento inconsciente que se calma comiendo". Las visitas intempestivas a la nevera encajan en lo que la psicoterapeuta estadounidense Doreen Virtue llamó glotonería emocional. Según ella, tras esta conducta suele haber al menos una de estas cuatro emociones: miedo, rabia, tensión y vergüenza. La psicóloga Isabel Larraburu distinguía en un artículo las diferencias entre un ataque de comer y un antojo. "El atracón no tiene en cuenta el tipo de comida. Los antojos son selectivos y no se satisfacen con cualquier alimento: tiene que ser uno en concreto". Según esta experta, los antojos son frecuentes y no indican necesariamente ningún tipo de enfermedad.

El lunes empiezo

Dianne Neumar-Sztainer, especialista en nutrición en adolescentes, identificó los dos grandes problemas de las dietas: las reglas estrictas y la duración. Las reglas se inventaron para saltárselas, pues producen estados de privación que acaban por provocar el abandono del régimen. Cuando la persona se siente liberada, come de manera desenfrenada hasta que vuelve a la dieta. Isabel Larraburu explica que la manera clásica de boicotear un régimen es decir: "Ya comí lo que no debía, qué más da". A partir de ahí comienza lo que ella llama "el libertinaje alimentario": probar todo lo que antes estaba prohibido. Sin límites. "Luego llega un remordimiento intenso que hace volver a la privación reactivando el ciclo freno-desenfreno". Este juego es más peligroso de lo que parece y los expertos lo consideran el primer paso para desórdenes alimentarios. Las dietas intermitentes no funcionan porque se toman como algo eventual y no como un cambio radical en la forma de comer. Además, sobre todo en adolescentes, abren las puertas a la depresión, según un estudio realizado en EE UU con 1.000 estudiantes de bachillerato.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.

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