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Hablemos del amor

Rosa Montero

Hablemos del amor, ya que estamos en primavera. Hablemos de ese raro ensueño, de esa invención luminosa o sombría con la que nos aguijoneamos el corazón para sentirnos vivos. Si un día no se te ocurre ningún tema para un artículo, escribe del amor, que es algo que nunca falla: es el único asunto que interesa de manera personal y desaforada a todo el mundo, la única cuestión en la que todas las personas se consideran expertas. Si mencionas la palabra amor, todos le echarán cuando menos una ojeada al texto, a ver si hablas de ellos. Es decir, a ver si pueden reconocer entre tus líneas sus vibrantes corazones enamorados.

La pasión es una locura universalmente admitida, un delirio que no está socialmente castigado. Para muchas personas morigeradas y convencionales, es el único viaje que emprenden a los extremos del ser, la sola aventura de sus vidas, aparte de la suprema aventura de morirse, que desde luego debe de ser una emoción intensa. En cualquier caso, el amor nos desatornilla la cabeza, transgrede los límites, enciende el mundo de colores y nos hace rozar la eternidad. Es un sentimiento místico, porque nos saca de nosotros y nos pone en contacto con lo universal. Es la vía de trascendencia más utilizada en este mundo nuestro occidental, en el que ya van quedando pocos dioses. En resumen, es un verdadero chute de droga. Si nos retrataran el cerebro eléctricamente en uno de los espasmos de la pasión, seguro que lo veríamos más iluminado que un carrusel, todo chisporroteante de hormonas y cociéndose en una fulminante sopa química. No he probado nunca la heroína, pero dudo que sus efectos sean más fuertes que los de un ataque de amor desenfrenado.

Cuando estamos enamorados, todos nos sentimos únicos y creemos estar atravesando por dolores y éxtasis que nadie más conoce, pero ésta es una percepción totalmente errónea, un producto de la borrachera de endorfinas. En realidad, y como suele ocurrir con cualquier sustancia intoxicante, la droga orgánica del amor produce síntomas muy semejantes en todas las personas. Tomemos, por ejemplo, el efecto "abismo-a-los-pies", también llamado "desangramiento-del-mundo". Ocurre cuando, tras haber subido al cohete del enamoramiento y habernos sentido perdidamente entusiasmados por alguien, la historia se revienta como un globo. Tal vez le vemos o la vemos con otra persona, o nos deja tirados, o nos dice con todas las letras que la cosa no funciona y que se va. Y entonces, puf, el mundo se apaga de repente. Es como si la realidad se desangrara, como si no tuviéramos fuerzas para seguir adelante. Es un ataque de pena absoluta, un agujero negro, un desconsuelo y un desasosiego tan agudos que no te dejan vivir. Y lo más increíble es que este abismo de desesperación puede surgir tras un enamoramiento de dos días, tras un coqueteo absurdo y leve. Pero da lo mismo. Tu razón puede decirte que te estás inventando esa pasión, pero tu corazón es una ballena arponeada. Basta con haberte metido una pequeña dosis de droga para sentir el mono.

Otro efecto habitual: el "campo-minado". Sucede tras la ruptura. Cuando un amor acaba (es decir, cuando te deja), el mundo se convierte en un lugar peligrosísimo, porque cualquier cosa puede recordarte de repente el dolor de lo perdido. Y así, pongamos que estás intentando sobrevivir al desconsuelo, y que por un momento consigues estar más o menos distraído y casi en paz. Pero súbitamente pasa por la calle una moto igual que la de tu amado, o una chica se sube al metro con el mismo perfume que llevaba ella, o ves un anuncio de Cancún, adonde pensasteis viajar un día juntos, aunque nunca lo hicisteis. Y una mina revienta en tus entrañas y te sientes muerto. Tras una ruptura, las bombas acechan ocultas en todas partes. Calles que no puedes volver a pisar, músicas que no puedes volver a escuchar, bombas de la memoria que te persiguen.

Se podrían nombrar muchas más experiencias comunes del amor y quizá algún día lo haga. Pero hoy acabaré con el efecto "incredulidad-y-predisposición", que es cuando ya se te ha pasado del todo la borrachera amorosa y verdaderamente no te puedes creer qué demonios viste en ese imbécil o en esa ceporra para haber sufrido tanto. Momento en el que ya estás dispuesto y más que predispuesto a meterte otra pasión en la cabeza y recomenzar la chifladura. En fin, que tengáis una buena primavera.

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