Tejela se lo cree
Una semana de San Isidro. Algo se empieza a calentar. Una oreja a Valverde, dos a Pepe Moral y los destellos toreros irrepetibles de Curro Díaz y de Morante. Pero el estallido redondo de los oles, que rompe la plaza como un cristal y saca al público por vomitorios y puertas como un hormiguero locuaz y excitado, aún no se ha producido. Hoy los deseos del público forzaron la realidad y se abrió la Puerta Grande.
Antes del paseo, conversación de fútbol. No son los toros lo único que se halla al rojo vivo. Nerviosismo entre los madridistas del tendido, sólo interrumpido por el preceptivo minuto de silencio en recuerdo de Joselito, El Gallo, al que también da su homenaje un avión que deja un camino blanco que se pierde en el espacio azul y blanco.
Domecq. Pereda / Jiménez, Marín, Tejela
Toros de Salvador Domecq y uno de José Luis Pereda. Todos ellos flojos. Nobles 3º, 4º y 6º. Bronco el 2º. Sosos el resto. César Jiménez: pinchazo y media (silencio); paletillaza, estocada y un descabello -aviso- (silencio). Serafín Marín: atravesada y dos descabellos (silencio); metisaca, media caída, dos descabellos -aviso- (silencio). Matías Tejela: estocada pelín caída (oreja); estocada baja (oreja). Plaza de Las Ventas, 16 de mayo. 7ª corrida de abono. Lleno.
Tejela necesitaba creerse su toreo. Y ayer, tras vacilaciones pasadas, se lo creyó. Su primero, Droguero, metía un poco la cabeza en el capote. Tras dos buenas varas de Vicente González -qué importante es la puya certera, en lo alto, sin rectificaciones, ni meneos-, se lo llevó a terrenos del 5, lo embebió bien con la derecha, le tomó la distancia, y en la segunda serie, dando la salida corta que el bicho requería, se lo enroscó entre ovaciones y lo remató por bajo con una trinchera larga. El toro lo avisó por la izquierda, pero el calor del público le daba en el cogote y esta vez no se amilanó. Tres derechazos más, adornos por bajo con media ayuda, el juego de muñeca preciso, y una estocada rápida, pelín caída, le valieron un trofeo. Su segundo, Ginebrito, de Pereda, pesó en capicúa (555), era cornalón, engatillado, un poco bizco, y también quedó fijo en el capote de Matías, que le miraba ávido, sabedor de lo que había. Entró bien al caballo, y a la salida dio una forzada voltereta que brindó a la afición la oportunidad de decir que eso es peor que una vara. Luego quitó con chicuelinas, ceñidas y apresuradas por la ansiedad. Junto a la tronera del burladero, mientras Carlos Ávila lo banderilleaba con autenticidad, el diestro escupía el agua antes de beberla; y la gente, contagiada por el deseo, ovacionó el brindis. Se fue, por supuesto, al 5, le dio dobladas fugaces, escuchó el silencio, y la prisa comenzó a traicionarle. ¡Quee noo! -gritó alguien-, y la gente callaba al protestón mientras el toro se iba suelto por su cuenta. No estaba Tejela como en su anterior astado, pero se deseaban trofeos, y el grueso de la plaza, a la luz de los focos de las nueve y diez, era todo solanera. Había controversia y el tendido 7, sin quererlo, estaba abriendo la Puerta Grande para Tejela.
César Jiménez tuvo dos toros flojos, sosos, de bella presencia; el cuarto, con nobleza. A su primero lo miraba Victoriano García, el picador, mitad en sol, mitad en sombra, como pintado por un fauvista, hasta que lo derribó. Jiménez se dobló con él, un poco teatral, y en el tercio le giraba la cintura más que le corría la mano; así que nunca supimos si el toro pasaba o se quedaba a medio pase: el de Fuenlabrada no probó a dar uno entero. El cuarto, pese a la escasa puya, arrastró las manos. Lo vio el diestro, y le subió la tela a media altura, con cierto garbo, a compás abierto, pero en cuanto le bajaba, el toro se empecinaba en la arena, ya fuera con las astas, ya con las rodillas. A estos toros blandos, de embestida semiseca, los cuajaba a media altura, hasta enloquecerlos -y enloquecernos-, Curro Romero. Pero eso ya es cine de la edad de oro.
Serafín Marín tuvo un primer oponente flojo y bronco y un segundo apelmazado e imposible. Eslora, el segundo, casi encalla en un burladero, después quedó varado en el peto y levantó la cabeza, como débil, en banderillas. La siguió levantando entre saltos y tarascadas en la muleta y Serafín, con oficio, salió indemne. Al quinto los kilos le sobraban por doquier, y llevó, entre revuelcos y parones, el paso marinero de un pesquero, lo que libró a los banderilleros de percances seguros, y Téllez, como su homónimo, el fraile que da nombre a la plaza del Pogreso, se llevó una merecida ovación. Aunque Marín empleara el truco de llevarlo al 5, el morlaco ya pensaba en terrenos más tristes.

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