Con el vodka en la garganta
Nadie ha sabido hacer cantar al alma rusa con la emoción, el desgarro y la bravura que Modest Mussorgski (1839-1881) pone en la garganta de sus personajes. No escribía óperas, las soñaba, empapado en vodka, entre negras alucinaciones y crisis delirantes. Tampoco lograba acabarlas. Por eso nunca escuchamos del todo a Mussorgski: suenan también otras manos orquestadoras. En su ultima ópera, Khovanshchina, dejó la partitura para canto y piano casi acabada, pero muy pocos fragmentos orquestados. Como la versión de Rimski-Kórsakov, que salvó la obra del olvido, suena demasiado a Rimski, se ha impuesto la orquestada por Shostakóvich, usada en el último montaje liceísta, en 1989. Para marear más la perdiz, el Liceo monta de nuevo la versión de Shostakóvich, pero con ligeros retoques y un nuevo final, de Guerassim Voronkov, inspirado en la orquestación que Stravinski hizo de la última escena. Demasiadas manos.
Khovanshchina
De Modest Mussorgski. Drama musical basado en fuentes históricas compiladas por Vladímir Stasov. Intérpretes: Vladímir Ognovenko, Vladímir Galouzine, Elena Zaremba, Vladímir Vaneev, Nikolái Putilin, Robert Brubaker, Graham Clark, Nataliya Tymchenko, Francisco Vas. Coro y Orquesta del Liceo. Director musical: Michael Boder. Director de escena: Stein Winge. Escenografía: Chloe Obolenski. Vestuario: Claudie Gastine. Coreografía: Inger-Johanne Rütter. Coproducción: Teatro de la Monnaie y Liceo. Teatro del Liceo, Barcelona, 15 de mayo.
La obra, cuyo título significa "el complot de los Khovanski", narra la conspiración de los príncipes boyardos Iván y Andréi Khovanski, padre e hijo, para arrebatar el poder a Pedro el Grande.
Mussorgski exige voces potentes, enérgicas y resistentes. Y así sonaron las voces del coro del Liceo, bien engrasadas por José Luis Basso. Estuvieron fantásticos, lo mejor de la noche. De todo hubo en el reparto. A la cabeza, tres grandes voces rusas: el bajo Vladímir Ognovenko, un Iván Khovanski de poderío vocal, orgulloso, pendenciero y fiero en sus arengas; la mezzosoprano Elena Zaremba, una Marfa de generosos medios y acentos conmovedores; y el tenor Vladímir Galouzine, sólida y resistente voz al servicio del débil Andréi Khovanski.
La cuidada, inspirada y segura batuta del alemán Michael Boder firmó una versión de alta calidad musical. Lo mejor de la austera puesta en escena de Stein Wingle es que huye del folclorismo; lo peor, la grisura del espacio escénico único, tan eficaz como aburrido.
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