Doctor, ¿lo mío es grave?
¿Esto que me he tocado es un bulto? Últimamente me duele muy a menudo la cabeza. Parece que la comida me sienta mal. Creo que me agoto más de lo normal y me cuesta respirar al subir las escaleras. A veces tengo taquicardia y siento que el corazón me late deprisa sin ton ni son. ¿Esta irritación en la piel será algo serio? En ocasiones tengo ligeros mareos. Me duele la tripa, ¿será apendicitis? No duermo bien... Éstos son algunos de los múltiples temores que de continuo asaltan a esas personas que viven obsesivamente pendientes de su salud y que les aterra la idea de enfermar. Son los hipocondriacos o, como brillantemente les retrató Molière en el siglo XVII, los enfermos imaginarios. El término hipocondría, que aparece por primera vez en los aforismos hipocráticos, procede del griego hipocondrio y se corresponde con cada una de las dos partes laterales de la región epigástrica, situada debajo de las costillas falsas.
El propio Jean-Baptiste Poquelin (Molière) era hipocondriaco. La historia demuestra que uno de los ámbitos donde más se cultiva este perfil es el de las letras. Según el libro Hipocondría (Gedisa), de Susan Baur, el escritor chileno José Donoso acudía al hospital cada vez que acababa una obra, exhausto y "con úlcera de estómago" por el gran esfuerzo mental que le suponían meses "de enfrentarse con las hojas en blanco". También este rasgo se refleja en la novela autobiográfica La vida exagerada de Martín Romaña, de Alfredo Bryce Echenique. Otros escritores como Jonathan Swift, Samuel Taylor Coleridge y James Boswell; los filósofos Kant y Schopenhauer; el biólogo Charles Darwin, y los cineastas Ingmar Bergman y Woody Allen son igualmente hipocondriacos, según el libro de Baur. En la película Ana y sus hermanas, Woody Allen narra las desventuras sentimentales de tres hermanas de contrastados caracteres, junto a un realizador de televisión hipocondriaco, representado por el propio director.
La hipocondría del escritor norteamericano Edgar Allan Poe, que murió alcoholizado y de un ataque de delirium tremens, fue retratada por el poeta francés Charles Baudelaire como responsable de los "accidentes característicos que ensombrecían su cielo espiritual". Y añadía: "Hombres que llevan las palabras mala suerte escritas por caracteres misteriosos sobre las arrugas sinuosas de su frente".
Dos siglos antes, el escritor británico Robert Burton recogía con gran sentido del humor en su Anatomía de la melancolía (1621) las observaciones realizadas desde la antigüedad sobre la melancolía y la hipocondría: "El caso de senilidad más cómico que he conocido es el de un caballero de Siena (Italia) que se negaba a mear por temor a inundar la ciudad. Su médico ordenó que doblaran las campanas y le dijo que había un incendio. Entonces hizo aguas y quedó curado al instante".
Curiosamente, en el Renacimiento, la moda dictaba que un hombre vinculado a las artes debía ser "taciturno y un poco achacoso", ya que la buena salud era símbolo de grosería y falta de sensibilidad. En el siglo XVIII, la hipocondría pasó a ser "un grave problema social, combinación de trastornos emocionales, sociales y físicos". Ya en el XIX se asocia con alteraciones afectivas más que físicas y empieza a tener connotaciones peyorativas por su vinculación con las enfermedades mentales. Más tarde, Sigmund Freud sostenía que era una consecuencia somática directa de las alteraciones sexuales.
En el siglo XXI, ciertas observaciones epidemiológicas muestran que hasta el 70% de la población padece en algún momento de su vida síntomas hipocondriacos. Para la moderna psiquiatría, la algofobia (miedo al dolor) y la tanatofobia (miedo a la muerte) son los temores más extendidos en los países desarrollados. Las sociedades industrializadas tienden exageradamente al culto al hedonismo, el placer, la autosatisfacción? Además, en los últimos 15 años los avances en los tratamientos analgésicos han sido espectaculares, muy superiores a los surgidos en todo el resto de la historia de la medicina. A todo esto se une el fácil acceso a montones de datos médicos volcados en Internet, que llevan a mucha gente a autodiagnosticarse e incluso automedicarse, sin saber el rigor y fiabilidad de la información que facilita el ordenador.
Según el doctor Eduardo García-Camba, jefe de Psiquiatría del hospital de La Princesa, de Madrid, y presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática, la hipocondría puede ser un síntoma de ciertos procesos, un rasgo de personalidad o incluso una enfermedad per se (hipocondriasis). Sin embargo, como aclara, el hipocondriaco no consulta al psiquiatra: "Sólo llega a nosotros remitido por otros facultativos después de un largo peregrinaje de médicos. En esta andadura visita al médico de atención primaria y a otros especialistas en busca de ayuda para su mal. A partir de las quejas y los síntomas que refiere, demanda un gran número de pruebas y análisis ante el temor de que algo grave le ocurra. Algunos insisten reiteradamente en someterse a intervenciones quirúrgicas. Son pacientes que, a la vez que arrastran un gran sufrimiento, resultan muy frustrantes para los sanitarios porque nunca acaban de estar satisfechos. Van de un especialista a otro y se repiten una y otra vez las mismas pruebas".
Diversos estudios epidemiológicos desarrollados en el ámbito de la atención primaria sugieren que entre el 4% y el 6% de las personas que consultan presentan tendencias hipocondriacas.
En palabras de García-Camba, los estudiantes de medicina son, curiosamente, uno de los colectivos que más tienden a caer en episodios de éstos. "Hay una etapa en que la mayoría de los estudiantes de medicina pasan por esta situación y creen tener todas las enfermedades que están aprendiendo. Lo más normal es que luego se vaya pasando", explica este psiquiatra.
R. M., cirujana de 48 años, confiesa que en 4º de carrera sufrió en clase una lumbociática que la dejó paralizada: "Los compañeros de la facultad tuvieron que llevarme a casa y guardé varias semanas de reposo. Sin embargo, ninguno de los médicos que me vio me encontró nada ni tampoco en las exploraciones diagnósticas que me practicaron", cuenta esta especialista que prefiere ocultar su identidad.
La cancerofobia, o miedo a padecer cáncer, es uno de los temores más comunes. Así lo narra, también desde el anonimato, P. S., ingeniero de 56 años: "Después de morirse mi hermano de un tumor hepático, empecé a sentir que yo también lo padecía. En dos semanas me hice con diferentes médicos varias gastroscopias y colonoscopias, así como otros análisis, porque no acababa de fiarme de lo que me decían y vivía aterrorizado. Uno de los especialistas de digestivo me sugirió que pidiera la ayuda de un psiquiatra".
Como señala García-Camba, la sidafobia fue otro de los temores más frecuentes de los hipocondriacos cuando el sida estaba en plena expansión, del mismo modo que en los siglos XVIII y XIX ocuparon este lugar la sífilis y la tuberculosis. Los problemas más temidos son generalmente los que van ligados a un peor pronóstico y los que cursan con dolor. De ahí que los diferentes tipos de cáncer ostenten el primer lugar de la lista.
Jerónimo Saiz Ruiz, jefe de Psiquiatría del hospital Ramón y Cajal de Madrid, quiere aclarar que "el terror obsesivo a padecer una enfermedad no significa ni mucho menos que, finalmente, se sufra". "Tampoco hay estudios que demuestren que mantener este tipo de estado represente más riesgo de enfermar. Otra cuestión, demostrada, es que una actitud vital mantenida negativa, pesimista y depresiva sí influye negativamente en el sistema inmunológico o defensivo. Si la respuesta inmunológica se debilita, seremos más vulnerables a las enfermedades".
La hipocondría, en sus diferentes formas y manifestaciones, es mucho más frecuente en la edad adulta, aunque a veces puede empezar a fraguarse en alguna experiencia traumática de la infancia. Según los expertos, cuando este problema hace su aparición suele ir ligado a acontecimientos vitales desagradables relacionados con la salud, como vivir de cerca la enfermedad o la muerte de un ser de nuestro entorno. Si se presenta como rasgo de personalidad, suele ir asociado a caracteres obsesivos, neuróticos e inseguros.
Se da también el hecho, según el doctor Saiz Ruiz, de que ocasionalmente el hipocondriaco desarrolla conductas de evitación y, en vez de consultar reiteradamente a los médicos, rechaza cualquier idea de este tipo ante el temor de que le descubran algún problema.
M. S., profesora de 37 años, presenció cuando tenía 12 años la salida en ambulancia de un vecino con ataque de apendicitis. Este hecho causó tal impacto en ella que pasó diez años de su vida con la "angustiosa obsesión" de que también sufriría el cuadro y tendría que ser operada urgentemente. "Siempre he vivido torturada por estos temores", admite. "A los 27 años leí en un periódico un reportaje sobre cáncer de mama y a partir de ahí me obsesioné, me estaba observando y autoexplorando constantemente. Pero evitaba a toda costa ir al médico. He preferido adoptar la actitud del avestruz y esconder la cabeza debajo del ala. Aunque sufra terriblemente con esos temores, no consulto".
Como norma general, la hipocondría va aumentando con la edad y raramente se da en la infancia, según la doctora María Jesús Mardomingo, jefa de Psiquiatría Infantil del hospital Gregorio Marañón, de Madrid. "En los niños", explica, "se suelen presentar molestias abdominales, respiratorias o musculares, pero están ligadas más bien a no querer ir al colegio, tal vez por una fobia escolar. No obstante, nunca hay que desatender estas quejas en el pequeño, sobre todo si son frecuentes. Conviene llevarle al pediatra o al especialista que corresponda y hacerle una exploración completa para descartar cualquier dolencia orgánica real. Si el problema persiste y se considera que el pequeño necesita ayuda psiquiátrica, hay que empezar por escucharle, tranquilizarle y razonarle que no se encuentra enfermo. Puede que en algunos casos precise psicoterapia, pero nunca psicofármacos".
Los cuadros hipocondriacos que se mantienen durante más de medio año, si además van acompañados de quejas somáticas, requieren ayuda profesional psiquiátrica, asegura el profesor Francisco Alonso-Fernández, presidente de la Sociedad Europea de Psiquiatría Social y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. Estos enfermos imaginarios, advierte, representan dos grandes escollos para el Sistema Nacional de Salud: la iatrogenia (problemas de salud inducidos por pruebas y tratamientos innecesarios) y el excesivo gasto sanitario.
Para este especialista, la hipocondría como enfermedad en sí aparece en personas depresivas, ansiosas o con alguna lesión no detectada, y más bien en personalidades neuróticas, inseguras e hipersensitivas. "Esos síntomas somáticos", subraya, "no se derivan de la alteración mental de la depresión, sino como expresión del hundimiento vital que ésta supone. Aparece así un lenguaje de los órganos. La psicopatología alemana los ha llamado sentimientos corporales".
Las manifestaciones más frecuentes son dolores diversos (cabeza, espalda y región lumbar, garganta, tórax, pelvis, músculos), cansancio depresivo persistente, síndrome del intestino irritable, inhibición sexual, disfunción eréctil depresiva, taquicardia, opresión y dolor precordial, pérdida brusca del sabor para la comida, vértigos y mareos, hormigueo y acorchamiento en ciertas partes, visión borrosa, moscas volantes, espasmos musculares, alteraciones del sueño... Seguramente, quien lea esto y sea hipocondriaco estará ahora mismo sintiendo que realmente sufre la mayoría de estos síntomas.
La cibercondría arrasa
El miedo a la enfermedad es una sensación universal e inherente a la especie humana. Es además directamente proporcional al nivel de información que posea la sociedad. Según los expertos, cuanto más tribal y más virgen sea el núcleo social, menos temores elaborados y lacras emocionales existirán. Todos los expertos consultados coinciden en un aforismo que el doctor Eduardo García-Camba, presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática, resume así: “El exceso de información genera intranquilidad e infelicidad”.
Un reciente informe del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos confirma que en los últimos diez años, y contrariamente a la experiencia tradicional, los médicos han dejado de ser la principal fuente de información sanitaria de la población general, para pasar a ocupar ese lugar Internet.
Para el profesor Francisco Alonso-Fernández, presidente de la Sociedad Europea de Psiquiatría Social, el acceso masivo a las nuevas tecnologías, especialmente a Internet, da como resultado unos pacientes mejor informados. “Pero también vemos que, si esa información no es rigurosa ni está respaldada por organismos científicos competentes, los resultados pueden ser catastróficos y aparece lo que podríamos llamar cibercondría. Son cada vez más frecuentes las consultas médicas en las que el propio paciente solicita determinados tratamientos o pruebas diagnósticas a partir de información sesgada y errónea de la Red”.
Las estadísticas reflejan que uno de cada cuatro europeos acude a Internet para satisfacer sus dudas sobre problemas de salud. Dinamarca, Bélgica y Holanda encabezan la lista de la Unión Europea en este sentido. España desciende por el momento al penúltimo lugar, seguido sólo por Grecia.
Quienes más consultan esta fuente son los jóvenes de entre 18 y 34 años.
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