La cuarta vuelta de Rafael Correa
Los titulares, con sus omisiones, lo decían todo. Cuatro de los seis primeros rotativos nacionales anunciaban el triunfo del presidente Rafael Correa en un referéndum que abre el camino a una constituyente, reproduciendo con rara austeridad sólo los guarismos de la victoria; un quinto admitía lo rotundo del sí; y uno, El Comercio de Quito, titulaba sin ambages: "Ecuador por el cambio".
La victoria con cerca del 80% de síes es formidable; y aún más, porque el no apenas llega al 12% por el alto número de votos blancos y nulos. Pero ello no ha de hacer olvidar que más del 40% de los ecuatorianos se abstuvo, y bastantes porque no comprendían lo que se preguntaba. Al interrogante "¿Aprueba que se convoque (...) una Asamblea Constituyente con plenos poderes (...) para que transforme el marco electoral del Estado y elabore una nueva Constitución?", el 40% de los consultados por la encuestadora Perfiles de Opinión respondía que no entendía "plenos poderes".
A la victoria ha contribuido no sólo el hartazgo nacional con el fracaso de las últimas décadas, sino una serie de medidas que confortaban directamente el bolsillo del ciudadano: aumento del bono de desarrollo humano de 15 a 30 dólares que se facilita a madres solteras, ancianos y discapacitados sin recursos; eliminación de cobros en hospitales y colegios públicos; duplicación del subsidio para viviendas de interés social, y distribución de urea importada de Venezuela a mitad del precio de mercado para los agricultores.
Ese 80% posee, además, un dinámico carácter acumulativo. Correa quedó segundo en una primera vuelta electoral en las presidenciales del 15 de octubre de 2006; ganó ya en la segunda vuelta con un 56,8% de votos válidos contra el multimillonario Noboa; se ha coronado con el referéndum, que es la tercera, con ese marcador de 80 a 12; y se enfrenta ahora a la cuarta vuelta que será la Constituyente, en septiembre próximo. ¿Podrá el presidente mantener esa escalada de porcentajes?
El periodista ecuatoriano Rubén Darío Buitrón califica estos números de "cifras para el insomnio". De casi todos. Para los caciques de siempre, que hicieron campaña por el no, y hoy caben con sus huestes en un campo de fútbol de tercera división; con alguna mejor razón para la prensa, que teme que Correa lleve la imagen de Hugo Chávez en el relicario y empiece a retirar licencias a medios que no le gusten; y para el propio primer magistrado, que deberá demostrar en esta hora del apoteosis que el nuevo Ecuador es una promesa a cumplir únicamente por medios democráticos. Y, así, su siguiente paso habría de ser, como subraya el presidente de la ONG Participación Ciudadana, José Valencia, la formación de un gran movimiento que en las elecciones a la Constituyente -que tendrá unos 130 escaños- sea capaz de revalidar el extenso apoyo de la tercera vuelta.
Correa es quien da las cartas y no hay ningún motivo para pensar que vaya a respetar el espacio político del Antiguo Régimen, sino que, con toda lógica, va a tratar de reinventarlo. Y ésta es la hora de Lula en Brasil, Bachelet en Chile, Kirchner y Tabaré Vázquez en el Cono Sur, como también Chávez en Venezuela y Morales en Bolivia, aunque no debamos confundir galgos con podencos. El presidente deberá aclarar para entonces cuál es su proyecto histórico y qué clase de representación nacional ha de llevarlo a cabo.
Un ex diplomático, buen conocedor del presidente y que desea creer en la oportunidad-Correa, dice que el aspirante a refundador de la nación "tiene que desarrollar en muy poco tiempo los anticuerpos necesarios para vencer su tendencia al enfrentamiento innecesario, a derrochar esfuerzos sin provecho a la vista, a su accionar político exasperado, y saber que un modus operandi exige cambios de ritmo, medir al adversario y llevarle a los entendimientos de lo posible".
Hay, también, quien valora el éxito del presidente en unidades de tiempo, dándole entre 12 y 18 meses para crear nuevas instituciones que aglutinen a la gran mayoría de ciudadanos, lo que en el medio de la tierra jamás se había hecho con anterioridad. Pocos países gozan de una segunda oportunidad. Los ecuatorianos bien se la merecen.
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