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Columna
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España / Cuba: antidemocracia

Antonio Elorza

Hace pocas semanas tuve ocasión de revisar Mobutu rey, un documental del belga Thierry Michel que incluía las muy cordiales acogidas que recibiera el ubuesco personaje de reyes como Balduino de Bélgica y de presidentes como Jacques Chirac. Demócratas europeos se comprometían así política y moralmente con un monstruo que esquilmaba al pueblo congoleño. Sin duda, Fidel Castro, salvo excepciones, no es el sanguinario Mobutu, pero con él coincide en su condición de dictador cuya gestión es causa de la penuria y de la violación sistemática de los derechos civiles de un pueblo. De manera que el respaldo dado desde un Gobierno democrático a un dictador, llámese éste Mobutu o Franco, Fidel Castro o en un futuro próximo Chávez, por encima de los colores ideológicos, sólo puede ser juzgado como una agresión al espíritu democrático. Los españoles lo sabemos bien por la importancia que tuvo el apoyo norteamericano para la consolidación del franquismo y por la gratitud que guardamos hacia quienes no cejaron en denunciar la dictadura.

Conviene recordarlo al valorar la reciente visita a Cuba de nuestro ministro de Asuntos Exteriores. Nada tiene de extraño que un responsable del ramo visite un país tan próximo en muchos aspectos. Resulta en cambio sorprendente que Moratinos acepte que su estancia sea presentada públicamente por el canciller Pérez Roque como una "rectificación" de la política europea de rechazo a la escandalosa violación de los derechos humanos cometida por el castrismo hace cuatro años, con sus encarcelamientos y condenas arbitrarias de demócratas y sus fusilamientos. Y que además, todos y cada uno de sus gestos durante la estancia en La Habana respondan a ese deseo de hacerse perdonar por quienes en 2003 se comportaron -gritos, manifestaciones orquestadas e insultos incluidos- como dignos exponentes de un fascismo rojo. En cuanto a los disidentes, novedad, les tocó acudir por la puerta de atrás y sin acceso al ministro; lógicamente han rechazado el honor de pisar de ese modo el suelo de la Embajada española.

En la entrevista publicada por este diario, el ministro esboza una explicación cuyo contenido resulta fácil de resumir: nada en torno al núcleo del problema. Porque nada es decir que para España la relación con Cuba no es "una opción", sino "una obligación", o, ya con aroma de indignidad, que de cara al futuro "corresponde al pueblo cubano (sic) determinar qué cambios, cuándo y con qué ritmo realizarlos". ¿Sabe Moratinos de lo que significa la palabra "pueblo" en el léxico castrista? ¿tiene algo que ver con el ejercicio de la libertad política? Por si acaso, en ningún momento de la conversación, Moratinos menciona la palabra maldita de "democracia". Aquí ni siquiera por la puerta de atrás.

Culminando el viraje copernicano iniciado con la designación como embajador de Carlos Alonso Zaldívar, hombre inteligente, pragmático y de formación comunista, Moratinos abandona una tradición de apoyo a la instauración de la democracia en Cuba, inaugurada, no por Aznar, sino por Felipe González. Sólo falta un montaje al alimón sobre derechos humanos, que sin indagar nada -pues tendría que arrancar por parte nuestra de un rotundo balance negativo- debería servir para bloquear toda pretensión internacional de control sobre el tema. Al servicio del castrismo, Moratinos propone convertirse en su mensajero en la UE para "mejorar su interlocución con Cuba", esto es, para que Europa olvide la ausencia total de libertad en la isla, antes y ahora sometida a un régimen de vigilancia policial generalizada. ¿Cuestión de progresismo mal entendido? A la vista de la política sobre el Sáhara o de la consideración como "respetable" de la acción de Putin en Chechenia, ni eso: simple oportunismo de adecuación a lo más cómodo y rentable a corto plazo.

Y es que Raúl Castro no es para Moratinos el verdugo de tantas ocasiones, desde los fusilamientos a su entrada en Santiago al caso Ochoa, sino una personalidad "cordial y afable", "muy segura". Raúl intentará la vía china, y por lo visto ha de encontrar en el Gobierno español un leal aliado, excluyendo toda apuesta por la democracia. El encuentro de francas sonrisas en la fotografía de la entrevista Raúl-Moratinos lo dice todo. Triste papel. Y en la isla desaparece Vitral, un último reducto de libertad.

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