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Columna
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Irán, ¿ficción o realidad?

Habrá que esperar el informe la próxima semana de los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) para comprobar si el anuncio hecho el lunes por el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, de que su país puede producir combustible nuclear a escala industrial, constituye una operación propagandística más, similar a la montada con la captura y posterior liberación de los rehenes británicos, o si, por el contrario, se corresponde con la realidad. Voces autorizadas, incluidos los ministerios de Exteriores de Rusia y Francia, han puesto en duda la afirmación de Ahmadineyad, corroborada el martes por el responsable del programa nuclear iraní, Reza Aghazadeh, para quien "la producción de uranio a nivel industrial significa que [para Irán] no hay marcha atrás. El portavoz francés de Exteriores, Jean Baptiste Mattei, resumió las dudas internacionales con una frase cartesiana: "Hay anuncios y hay realidad tecnológica".

En Natanz, principal planta de enriquecimiento de uranio de Irán, hay instaladas ya 3.000 centrifugadoras, que estarán plenamente operativas dentro de un mes, y se espera que en el futuro ese número aumente hasta las 50.000, capaces de producir combustible suficiente para alimentar un reactor o fabricar un arma nuclear. En todo caso, el régimen iraní ha vuelto a desafiar a la comunidad internacional que, a través de dos resoluciones unánimes del Consejo de Seguridad de la ONU, había pedido a Teherán la suspensión de su programa nuclear, a cambio de sustanciosas compensaciones económicas y la promesa rusa de facilitar el uranio enriquecido necesario para la continuación de su programa civil nuclear. Las sanciones impuestas por la ONU, no tan tibias como algunos creen dada la delicada situación económica del país, sólo han servido para envalentonar al régimen fundamentalista, cada día más decidido a convertir a Irán en la potencia hegemónica de la zona ante la alarma de los países árabes suníes, que ha llegado a amenazar veladamente a la comunidad internacional con retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), si continúan las presiones internacionales.

¿Qué opciones cabe adoptar si el OIEA, el organismo supervisor de la ONU, certifica la veracidad de las afirmaciones iraníes? Descartada la opción militar, impensable en la actualidad incluso para EE UU, empantanado en Irak y Afganistán y con un Congreso de mayoría demócrata beligerante contra George Bush, sólo quedan dos vías: la diplomacia bilateral, que tan buenos resultados le ha dado a Tony Blair en la crisis de los rehenes, y el endurecimiento de las sanciones por parte del Consejo de Seguridad. Y endurecimiento debe haber porque toda negociación que no cuente con una amenaza disuasoria que la respalde está condenada al fracaso. Habrá, por tanto, una tercera resolución del Consejo de Seguridad, si los contactos que en la actualidad mantiene la UE y otros actores importantes, como Rusia, con el negociador iraní, Ali Lariyaní, no fructifican. Ya se sabe que para Irán, y no sólo para el régimen de los ayatolás, el desarrollo del programa nuclear constituye una cuestión de orgullo nacional que no es nueva. Las primeras ambiciones nucleares iraníes datan de los tiempos del sha, cuando Washington y Teherán firmaron en 1959 un acuerdo de cooperación atómica para usos civiles. En virtud del acuerdo, EE UU accedió a vender a Irán un reactor de cinco megavatios y unos pocos kilos de uranio enriquecido. La revolución islámica de 1979 puso fin a la cooperación entre los dos países. Pero otros, Francia y Alemania primero y Rusia después, tomaron el relevo en la lucrativa puja nuclear. Incluso India y Argentina asesoraron en algún momento a los iraníes.

La sociedad iraní ha evolucionado desde los ardores revolucionarios de la década de los ochenta cuando la Guardia Revolucionaria enviaba a chiquillos a desactivar con sus cuerpos las minas iraquíes de Sadam Husein. Las masivas manifestaciones ante la Embajada estadounidense en Teherán de 1979 se han reducido a 200 personas ante la representación británica durante la crisis de los rehenes británicos. Quizás una mezcla inteligente de zanahoria y palo convenza a esa sociedad de la conveniencia de aceptar las ofertas de la comunidad internacional en el tema nuclear. No sería la primera vez que los iraníes discrepan de la línea oficial. La derrota de los candidatos de Ahmadineyad en las elecciones municipales de hace unos meses lo certifica.

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