Puro oro de un saxofonista y el talento de un duque
EL PAÍS entrega mañana 'Lo mejor', de Stan Getz; y el viernes, 'El momento', de Duke Ellington, por 4,95 euros cada uno
Bob Dylan solía decir, probablemente con la misma razón de siempre, que sólo el grupo que le acompañó en los sesenta podía merecer llamarse The Band (La Banda, a secas). Tan canónicamente perfecta era su receta de rock americano. Los aficionados al jazz, que suelen serlo también a los apodos, siempre se refirieron a Stan Getz como The Sound. El Sonido. Y, seguramente también, ningún otro saxofonista tenor nunca mereció tanto un apelativo como éste.
Desde el día en que, siendo casi un adolescente, empezó a expresarse con propiedad en las orquestas de Benny Goodman o Stan Kenton hasta su muerte por cáncer en 1991, Stan Getz exhibió eso que llaman una voz propia. Eso que un músico de jazz se pasa persiguiendo toda su vida. La de Getz era tibia como el agua del mar el día más caluroso del año. O fuera del terreno de la metáfora, como le gustaba explicarlo a Lou Levy, coetáneo pianista de la costa Oeste: "Técnica sin tacha, tempo perfecto, un fuerte sentido de la melodía y más que suficiente dominio armónico, memoria fabulosa, y gran oído. La guinda es un sonido de puro oro. Así es Stan Getz".
En todas las épocas, para Duke Ellington, la palabra clave fue orquesta
Todas estas cualidades brillaron en cada una de las etapas del saxofonista: el aprendizaje en la era de las big bands, la maestría exhibida en los tiempos del bebop (los cuarenta y primeros cincuenta), el éxito mundial alcanzado en los sesenta con la fórmula que aunaba jazz y bossa nova, el ocaso del genio y el canto de cisne: aquel espectacular encuentro a solas con el pianista Kenny Barron grabado pocas semanas antes de morir y titulado People time.
Lo mejor, disco-libro que se entrega mañana junto al diario, traza en 12 temas un repaso por los 40 años en los que Getz estuvo asociado de un modo u otro al sello Verve. Y su mayor virtud es, precisamente, ir más allá del enorme legado del saxofonista de los sesenta, cuando cambió la historia de la música popular al invitar a Antonio Carlos Jobim, João y Astrud Gilberto o Luiz Bonfa a mudarse a Estados Unidos y conquistar las listas con Desafinado, The girl from Ipanema y otros clásicos.
De virtuoso se podría calificar también el trabajo de síntesis de El momento, que abarca 46 años de la carrera del que seguramente sea el mejor compositor de la historia del género, Duke Ellington. Además, dicho sea de paso, del autor de algunas de las más brillantes citas del género como "no significa nada si carece de swing", "hay dos tipos de música; la buena y la de la otra clase", y "el jazz es la clase de tío que una madre nunca querría para su hija".
A diferencia de Stan Getz, en el caso de Ellington, el alias acabó con el nombre real (Edward Kennedy, hijo de un mayordomo de la Casa Blanca). Y si bien los símiles aristocráticos suelen resultar estomagantes, en el caso del duque siempre estuvo plenamente justificado, dada la exquisitez y la inteligencia de la música de sus orquestas durante las más de cuatro décadas en que Ellington estuvo activo, hasta su muerte en mayo de 1974.
Aquí están contenidas las mejores de sus formaciones desde los tiempos en los que residió en el mítico Cotton Club, de Harlem (Nueva York), hasta las grabaciones históricas junto al contrabajo de Jimmy Blanton o los años de la madurez, en los que hubo lugar para las excursiones hacia los universos de Shakespeare (Such sweet thunder), las bandas sonoras (Anatomía de un asesinato) o la música litúrgica.
En todas las épocas, la palabra clave fue orquesta. Para Ellington, más que un grupo humano, un instrumento con el que probar su inacabable talento compositivo, el que más standards inmortales ha dado al jazz. Desde luego, su repertorio es imbatible: In a sentimental mood, Take the A train o Sophisticated lady son sólo tres de sus sobresalientes aportaciones a la lengua franca del jazz, y las tres están contenidas en el disco El momento, entrega de la colección correspondiente al viernes.
Babelia
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