"El teatro es un juego terapéutico y divertido"
Francesc Orella (Barcelona, 1957), actor solicitado para papeles protagonistas por directores como Carles Alfaro, José María Flotats, Mario Gas, José Luis Gómez y Adolfo Marsillach, ha contribuido, y mucho, a convertir Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, en uno de los grandes éxitos del Centro Dramático Nacional (CDN). Encabeza el reparto de la versión de esta obra decimonónica, de gran carga política, realizada por Juan Mayorga y dirigida por Gerardo Vera. Ahora, terminada su etapa madrileña con llenos desde enero en el teatro Valle-Inclán, inicia una gira que le llevará al teatro Tívoli de Barcelona (desde mañana al 29 de abril) y a ciudades como Alcobendas, Las Palmas, Gijón y Sevilla.
"La derecha reaccionaria tiene miedo a los cambios y a la renovación, por eso intenta disfrazar y callar las voces que lo piden"
"Ibsen sólo dice que el mejor sistema para gobernarnos tiene fallos y que las mayorías se pueden equivocar"
Pregunta. ¿Vive el teatro como juego?
Respuesta. Es un juego necesario, terapéutico, serio y divertido a la vez. Los jugadores, actor y espectador, asumen la convención de una mentira y a través de ella se dicen verdades. Se está dispuesto a escuchar, a dejarse convencer, algo que resulta difícil para el carácter español.
P. ¿Es como si hablara de personajes de la obra que representa?
R. Sí, aunque también son cosas de nuestro carácter que están más acusadas en mentes reaccionarias y conservadoras. Son los que se ofenden más rápidamente, piensan que poseen la verdad; de ahí su falta de tolerancia, autocrítica y humildad. Son actitudes que nos han llevado a la Guerra Civil, a enfrentamientos constantes.
P. Esta obra nos muestra que los buenos y honrados, como su personaje, a veces también se las traen.
R. Es admirable ver en el doctor Stockmann que, por encima de todo, está lo que él cree. Lucha por ello, por su verdad, hasta las últimas consecuencias, pasando por encima de sus intereses personales y familiares. Pero lo hace con vehemencia, soberbia y visceralidad. En el fondo, subyace un resentimiento hacia esa ciudad que le critica y a la que considera inculta y corrupta.
P. Pero estamos ante una obra política.
R. Y dialéctica, con un discurso muy claro sobre la democracia, la validez del sufragio universal en una sociedad corrupta, la manipulación informativa, la conciencia cívica...
P. ¿Lo más grave que plantea Ibsen es que la democracia es perversa?
R. Ibsen sólo dice que el mejor sistema para gobernarnos tiene fallos y que las mayorías se pueden equivocar; no hay más que mirar a Hitler, a Bush o a tantos otros. Aquí lo que se ve es que eso de un hombre un voto es muy democrático, pero no siempre justo.
P. ¿De ahí las críticas a Ibsen por clasista?
R. Los griegos inventaron esto de un hombre un voto y daban una gran formación a los ciudadanos. De modo que el que votaba tenía criterio. Lo ideal es que el ciudadano no sea un ignorante manipulable.
P. ¿Pero si la cultura y el pensamiento suelen caminar más al lado de la izquierda, la derecha sería más manipulable?
R. La derecha reaccionaria tiene miedo a los cambios y a la renovación, por eso intenta disfrazar y callar las voces que lo piden. No quiere conocer lo que a lo mejor le hace cuestionarse su propia esencia. Pero no se puede ser simplista y pensar que derecha es igual a ignorancia.
P. ¿Además de abordar la temporada que viene un Tío Vania, de Chéjov, dirigido por Alfaro para el CDN, aún tiene que estrenar su cortometraje Letargo?
R. Lo hice porque había un actor, Víctor Guillén, alias Bubi, un ser especial, único, con una vida peculiar y especial. Le conocí en 1984 y pensé que quería hacer algo con él, pero sin interpretar a otro personaje, porque lo interesante era él. Lo rodé en 2003, luego fue todo muy lento. Bubi murió hace tres meses y Letargo, que se va a mover a partir de ahora, se ha convertido en un homenaje a este actor sorprendente y entrañable.

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