El rencor del inspector
Aunque pongan autobuses gratis, regalen las pancartas, las banderas, los eslóganes y los bocadillos; partamos de la base de que a nadie le apetece ir a una manifestación de masas a principios del siglo XXI excepto que se trate de un concierto pop o hip-hop, una visita del Papa, el casting de un reality televisivo, las rebajas de El Corte Inglés o el desfile de tu equipo después de ganar una eurocopa o sencillamente la Liga. Las manifestaciones de masas, hoy por hoy, no son espontáneas por la sencilla razón de que el ciudadano normal, sobre todo el conservador, tiene tendencia a huir del estrés como del demonio o el colesterol, y la participación en manifestaciones masivas, como se sabe, es, junto a las mudanzas, el paro y las separaciones matrimoniales, una de las principales fuentes estresantes en la vida.
Y aquí hay dos grandes teorías clínicas. O te manifiestas todo pagado porque tu ira y rencor ya no pueden más y para liberar el estrés acumulado (teoría de los gases reprimidos o retenidos) o te vas a las manifestaciones de Madrid, Pamplona y las que vengan para recargarte artificialmente de ese estrés españolista que sólo puede acabar con Zapatero según las teorías termodinámicas de la FAES o la escuela de Génova. Lo que llama poderosamente la atención de la internacional conservadora es que nuestra derecha pierda tanto tiempo y productividad liberando o realimentando su estrés con asuntos que en definitiva aportan muy poco a los sagrados principios conservadores del capitalismo global y globalizante y que ya nada tienen que ver, financieramente hablando, con los viejos "estreses" de la patria, el estado-nación, las identidades caseras y los símbolos (o marcas) locales.
Y los conservadores propiamente dichos, aquí y en Pekín, hacen las siguientes cuentas: ¿cuánto aumenta el producto interior bruto español al cabo de esas manifestaciones españolistas de la derecha? ¿En qué se beneficia nuestro I+D y sus exportaciones, y no digamos ya el Ibex 35, con esas pleamares rojigualdas que nada tienen que ver con los sagrados principios económicos conservadores? ¿Cuántos millonarios locales o globales sacan tajada de esas muy gratuitas manifestaciones millonarias? ¿Son las leyes del mercado más libres y des-reguladas al cabo de las ceremonias estresantes del ondear de banderas patrias? Y sobre todo, ¿por qué rayos la muy rara derecha española ha olvidado su sagrada misión universal de hacerse y hacernos más ricos en esta globalización? ¿Qué pasó para que la escuela de Ferraz haya olvidado las enseñanzas la escuela de Chicago?
Esto es muy nuevo, admitámoslo, y perdonen que vuelva a acudir a una metáfora ya usada aquí. Mientras las demás derechas, sin excepción, se dedican en esta globalización a trabajar egoístamente el crecimiento del Producto Interno Bruto, un notario gallego jaleado por el rencor de un inspector de Hacienda se dedican full time a fomentar la Producción Nacional de Estrés, también llamada Crispación Interna Bruta. Y eso, que me perdonen nuestros empresarios, no aporta un duro no ya a la riqueza nacional, sino a la riqueza personal.
Excepto los antisistema radicales, ya nadie discute que este capitalismo de la tercera edad de la globalización se ha convertido en el modelo único (talla XXL) de civilización del planeta, ni siquiera los dirigentes chinos. Pero resulta que nuestra derecha, y siempre por motivos ideológicos, ha elegido las iras o rencores del refundador del partido conservador como único motor del crecimiento nacional. Y, obsesionados por el célebre gen zen de Zapatero, han decidido activar el también célebre chip rencoroso y muy estresante del inspector de Hacienda como garantía de esas movilizaciones de masas que pueden acabar con ZP y están en la línea de aquellas antiguallas de la progresía sesentayochista en versión Escuela de Frankfurt.
Todo esto suena muy antiguo y elemental, incluso a chiste de Mortadelo y Filemón, si no fuera porque uno de los grandes filósofos alemanes, el tantas veces citado Peter Sloterdijk, no hubiera acabado de publicar un provocador ensayo titulado Zorn und Zeit (La ira y el tiempo) y que fue el acontecimiento no-ficción de la última feria de Frankfurt. No ganamos para disgustos. Primero, ayer nos anuncian las revistas científicas que los antioxidantes, esos complejos vitamínicos que tragamos con la fe del carbonero para retrasar la vejez, no sólo no sirven para nada, sino que a veces fomentan todo lo contrario; y segundo, al mismo tiempo, nos enteramos de que nuestro filósofo del siglo XXI, al cabo de habernos propuesto el zen de Zapatero como remedio a los males europeos (el Eurotao), ahora nos sale en Zorn und Zeit con que la ira, el rencor y la venganza, por este orden y en el mejor estilo Aznar, son los tres pilares de la sabiduría occidental frente a la ola de buenismo estetizante y seudobudista que nos invade. O sea, que esta vez toca hacer la guerra (individual) y no el amor (socialdemócrata).
No sé cuándo los linces de la Fundación FAES le pasarán a Rajoy el resumen del libro de Sloterdijk, supongo que mañana por la mañana, en maitines, pero apuesto a que el registrador tomará buena nota de los efectos filosóficamente beneficiosos del estrés manifestante y encolerizado contra las teorías zen de Zapatero, y que luego se dedique todavía con más ahínco al aumento de la Producción Nacional de Estrés a base de incrementar nuestro célebre CIB, o crispación interna bruta. El problema, ay, es que este delirio español de una derecha cuya única salida ya es la extrema derecha sólo puede ser frenado por los empresarios, millonarios y conservadores propiamente dichos, que, hartos de perder pasta y productividad en esas manifestaciones gratuitas de masas, digan basta ya en otra posible manifestación de élites al derroche nacional de estrés por particulares razones de ira, rencor y venganza (puro Sloterdijk) de un ex inspector de Hacienda en versión subtitulada de un ex registrador de la Propiedad.
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