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Reportaje:

Las mujeres y su voto destructor

Actores gallegos rememoran en el Parlamento los apocalípticos debates sobre el sufragio femenino en 1931

Sonia Vizoso

"El voto de la mujer casada llevará la perturbación a los hogares", vaticinó ayer un diputado en el Parlamento de Galicia. "El histerismo no es una enfermedad", apostilló otro sesudo compañero de hemiciclo, "es la estructura propia de la mujer". "¡Ellas ya se manifiestan en las procesiones!", remachó el ocupante de otro escaño buscando, y encontrando, grandilocuentes carcajadas. Estas fueron algunas de las argumentaciones que tuvo que combatir hace sólo 75 años Clara Campoamor para lograr que la II República permitiera a las españolas votar en las elecciones, un derecho del que hasta entonces sólo disfrutaba la mitad masculina de la población. Un grupo de actores gallegos rememoró ayer en la Cámara autonómica aquellos debates como homenaje a la política feminista que sacó adelante, casi en solitario, aquella revolución.

Uno de los más destacados detractores del voto femenino fue Basilio Álvarez, un cura gallego que ha pasado a la historia como progresista por su defensa de los derechos de los campesinos. Escandalizado ante la propuesta de que la Constitución de 1931 reconociese la igualdad de lo sexos en el matrimonio, el clérigo y líder de la lucha agraria no ocultó sus temores durante aquellos plenos revividos ayer en el Parlamento gallego: "¡Qué destrucción! ¡Habla de divorcio, de deshacer la familia española! ¡Quieren elevar a ley el histerismo, esa característica propiamente femenina!".

"El histerismo es tan masculino como femenino", replicó Clara Campoamor, interpretada por la actriz Berta Ojea. "Si no quiere leer los tratados, observe que son varones los que afirman haber visto a la virgen de Ezquioga y en Guadamur". Los argumentos contra el sufragio de las mujeres apelaban incluso a estudios científicos. Las alusiones al histerismo como una dolencia mental propia de las féminas citaban investigaciones del médico compostelano Novoa Santos. En una de las pláticas rememoradas ayer, un diputado llamado Ayuso proponía limitar el derecho al voto a la población femenina de más de 45 años. Y lo explicaba: "En un congreso internacional se estimó que la edad crítica de las mujeres latinas es aproximadamente a los 45 años. La voluntad, la inteligencia, la psique de la mujer, ¿no está antes de esa edad disminuida?".

De los cuerpos de las mujeres se decía entonces que tenían menos cloruro de sodio y carbonato de cal y se elucubraba sobre las consecuencias en su actividad cerebral que podía tener la falta de estos compuestos.

Pese a este panorama, el 1 de octubre de 1931 el Congreso de los Diputados aprobó el sufragio femenino con 161 votos a favor y 121 en contra. Ese día, la histeria se apoderó de muchos hombres. Así lo describió Clara Campoamor: "La mayor manifestación de nerviosismo e irritación masculina se localizó en las tres minorías republicanas: la Radical, la Radical Socialista y la Acción Republicana, incluso en diputados que parecían serenos y ponderados.

Victoria, en contra

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Sentimientos viejos como el mundo se concretaban en una fobia centrada contra mí y contra la dignificación política de la mujer, demostrando su fragilidad ideológica". Detractora del voto femenino fue la otra mujer que entonces tenía escaño en el Congreso. Victoria Kent, del Partido Radical Socialista, consideraba que aquel cambio debía aplazarse. Kent temía que la influencia de los curas sobre las mujeres de la época las llevase a votar en masa a formaciones conservadoras. "Yo necesitaría ver a las madres en la calle pidiendo escuelas para sus hijos o lo necesario para su salud, o impidiendo que sus hijos partiesen para Marruecos", argumentaba la diputada, interpretada ayer por María Armesto, directora asimismo del montaje. "Son necesarios algunos años más de convivencia con la República para que vean sus frutos".

Tras sacar el sufragio femenino adelante, Clara Campoamor fue víctima de las fobias de seguidores de todas las ideologías. Abandonó el Partido Radical y se le vetó la entrada en Izquierda Republicana, presidido por el coruñés Casares Quiroga. Tras la aprobación de la primera ley del divorcio de la historia de España, se dedicó como abogada a defender a esposas hartas de sus maridos. Fue la letrada de Josefina Blanco en su proceso de divorcio de Ramón María del Valle Inclán. El juez condenó al escritor a pagarle a su ex mujer la mitad de su sueldo como conservador del patrimonio artístico. El autor de Luces de Bohemia, furioso con la sentencia, dimitió de su cargo para que Josefina Blanco no cobrase ni un duro.

Clara Campoamor escribió El voto femenino y yo. Mi pecado mortal, justo un mes antes del alzamiento franquista. En su huida de la Guerra Civil, los republicanos le impidieron subirse a uno de sus barcos con destino a Argentina y los fascistas la encarcelaron. Murió en 1972 en su exilio suizo, frustrada por la dictadura en la que había caído su país de origen. Ayer su voz volvió a oírse en un parlamento. Pero esta vez fueron las intervenciones de sus detractores las que provocaron las carcajadas de los presentes.

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Sobre la firma

Sonia Vizoso
Redactora de EL PAÍS en Galicia. Es licenciada en Periodismo por la Universidad de Santiago. Lleva 25 años ejerciendo el oficio en la prensa escrita y ha formado parte de las redacciones de los periódicos Faro de Vigo, La Voz de Galicia y La Opinión de A Coruña, entre otros. En 2006 se incorporó a El País Galicia.

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