_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿De qué va todo esto?

Joan Subirats

¿Alguien entiende algo de lo que sucede en Endesa? Hoy se acababa el plazo para cobrar más de 38 euros por acción procedentes de la oferta alemana, pero ahora se ha ampliado el plazo hasta el 3 de abril, y la cosa ha subido a 40 euros. Pero si uno espera unos meses puede cobrar 41 euros de los italianos y Acciona. Ahora, vete tú a saber a cuánto estará la acción por aquel lejano entonces. ¿Quién se acuerda ya de la oferta de Gas Natural? ¿Pero, realmente Endesa vale el doble de lo que valía hace unos meses? La prensa dice, por otra parte y como quien no quiere la cosa, que las tres grandes eléctricas españolas generaron 63.000 millones de euros para sus accionistas en los últimos 15 años. Más allá de la cuestión eléctrica y de sus vericuetos nacionalenergéticos, lo sorprendente de todo esto es la poca relación que parece existir entre el precio financiero y la materialidad de lo que está en juego. Cada vez se sabe menos qué relación existe entre el mercado financiero y la realidad productiva o comercial. Uno puede despedir trabajadores (lo que en anteriores épocas señalaba un mal funcionamiento de la empresa) y conseguir de manera inmediata un significativo premio en Bolsa. Las compras y ventas, las fusiones y absorciones, se suceden a ritmo vertiginoso. Las acciones suben y bajan por razones no siempre comprensibles, y así, por ejemplo, cualquier día nos despertamos con el temor de que las hipotecas no cobradas a tiempo en Estados Unidos supongan un grave revés en el parqué de Madrid o Barcelona.

Hace ya muchos años, Max Weber, en su famosa obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, concluía que la actividad económica, desprovista de toda ética, tiende a asociarse a pasiones que cada vez son más banales, deportivas. Va quedando lejos ese componente del capitalismo como "concepción vital", mediante la cual se proyectaba en el triunfo empresarial la ascesis moral de quien necesitaba superar sus debilidades y flaquezas, siguiendo el designio divino del desarrollo. El capitalismo era así una fuerza modernizadora y racional, que poco a poco ha ido perdiendo fuerza transformadora cuando su propia lógica está sólo conectada a mayores cotas de consumo y de bienestar hedonístico. Cada vez existe una menor conexión entre economía y sociedad, entre capitalismo globalizado y financiero y realidad productiva y de trabajo. Nuestra vida social y cultural puede desarrollarse fuera de la lógica del gran capitalismo financiero. Poco de lo que nos sucede tiene que ver realmente con la última cotización de Endesa. La inversión financiera va por una lado y el consumo personal, por otro. La economía capitalista va concentrándose, va internacionalizándose, mientras que las decisiones públicas o privadas acontecen en terrenos muy distintos, llenos de elementos aún de matriz comunitaria o de lazos primarios. Entre el gran capital financiero y la vida cotidiana hay pocos intermediarios sociales y políticos. Las instituciones y los políticos pierden fuelle sin que esté claro quién les puede reemplazar. En la era industrial, economía y sociedad circulaban en carriles paralelos y coincidentes. Las protestas arrecian entre los que menos se benefician de la globalización. Pero esa protesta parece irrelevante, ya que sucede en escenarios en los que poco tienen que ver los que se mueven en la galaxia financiera. A pesar de todo, la desconexión economía-sociedad es muy peligrosa para el capitalismo. La economía va muy bien, nos dicen, pero uno se mira a sí mismo y a los que le rodean y no ve por ningún lado esa aparente satisfacción. La gran fuerza económica del capitalismo va siendo erosionada por la pérdida de su base cultural, de su ethos. Y eso acarrea tendencias destructivas, autoexplicativas, o simplemente notables tasas de abandono. Gentes que van dándose cuenta de que nada de lo que hacen acaba teniendo demasiado sentido. Trabajan, se mueven con frenesí, llaman por teléfono y envían mensajes, pero al final ni ven a sus hijos, ni disfrutan de los espacios de ocio o simplemente sólo logran llenar sus pequeños oasis de "libertad", consumiendo sin horizonte.

Schumpeter advertía que el capitalismo peligraría cuando perdiera su fuerza innovadora. A medida que todo va comercializándose y mercantilizándose, van quedando fuera valores como honor, vergüenza, dedicación, y por tanto sólo van quedando instintos y pasiones. Nos hemos liberado de muchas ataduras, pero eso no significa que tengamos más libertad. Los jóvenes sufren esa aparente libertad y autonomía sin fin con especial nerviosismo. Nada es bueno o malo, ni se sabe muy bien cómo evaluar aquello correcto de lo que no lo es. No es un problema moral-religioso, es un problema de pérdida de sentido de la máquina económica. Un clamoroso ejemplo de eso es la última película de Lars Von Trier. En El jefe de todo esto se demuestra, con humor corrosivo, que las vidas de muchas personas penden de decisiones que se toman con total falta de criterio. Sometidas a los caprichos y azarosas peripecias de absurdos jefes que ya no se sabe a quién representan, con evaluaciones de lo que es o no valioso que se mueven discrecionalmente. ¿Quién es dueño del conocimiento que ha impulsado la atractividad de la empresa que retrata Von Trier, el empleado que lo ha generado o la empresa que se lo ha apropiado? Y mientras, las transacciones se ven rodeadas de distorsionantes enmascaramientos nacionalistas para explicar decisiones que son de otro tipo. La trayectoria de Von Trier, con su permanente revisión de sus orígenes familiares luteranos y su sistemática revisión crítica del sistema norteamericano, encuentra aquí, en esta obra casi teatral, rodada de forma semiautomática, una nueva ocasión para poner de relieve muchas de las cosas aquí comentadas. Acabando dando la razón a ese Weber, que nos advertía de una deriva banalizadora y vacía de un capitalismo sin anclajes sociales. Ahora sólo falta esperar a cuánto acabará pagándose la acción de Endesa, y cuánto durará esa ilusión.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_