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Reportaje:El proceso de paz en Irlanda del Norte

La reconciliación de los extremos

Ian Paisley y Gerry Adams han monopolizado las negociaciones iniciadas en 1998 a costa de las fuerzas moderadas

"Regocijaos, regocijaos", les conminó este domingo Ian Paisley a sus feligreses en el servicio de media mañana en la Iglesia presbiteriana del Ulster que él mismo modera, en el Este de Belfast. "Regocijaos y no tengáis miedo por los acontecimientos que van a ocurrir esta semana", insistió ante una parroquia más bien escéptica, formada sobre todo por gente de mediana y avanzada edad. Ellas, la cabeza tocada con gorritos. Ellos, con traje y corbata.

Paisley apenas habló. Ese día tenían la visita del coro de jóvenes de una iglesia de Misisipi y cedió su tiempo del sermón al coro y al religioso que les acompañaba, Clarence Sexton. Mientras sonaban los cánticos religiosos, Paisley parecía ausente, reconcentrado en su interior, pensando quizás en lo que iba a ocurrir al día siguiente. O en las consecuencias que eso podía tener en unos feligreses quizás aún más radicales y que podían no entender el giro brutal que estaba a punto de suceder.

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Quizá pensaba que lo que iba a ocurrir, lo que ocurrió ayer, era el premio a su firmeza de estos años, a sus constantes denuncias contra "el IRA / Sinn Fein", como siempre les había llamado antes de su declaración de ayer, en la que por primera vez les llamó, simplemente, Sinn Fein.

Ian Paisley y Gerry Adams, los dos enemigos irreconciliables de Irlanda del Norte, han acabado monopolizando el proceso de paz desde que se firmaron los Acuerdos de Viernes Santo de 1998. El primero, poniendo una tras otra nuevas condiciones antes de reconocer en los republicanos un partido democrático. El segundo, racaneando ante cualquier paso adelante en el proceso. Ambos han contribuido a envenenar el ambiente político y a convertir en crispación las esperanzas generadas por los acuerdos de 1998.

Desde entonces no hay atentados -la sangrienta bomba de Omagh, en agosto de ese año, fue obra de un grupo de disidentes-, pero la violencia de baja intensidad y las permanentes dilaciones en el desarme del IRA contribuyeron al declive de las dos fuerzas moderadas que tanto habían hecho para forzar la paz, los unionistas moderados de David Trimble y los nacionalistas de John Hume. Aquel Viernes Santo les valió el Nobel de la Paz, pero sus carreras políticas llegaron al final: más natural el de Hume, con problemas de salud, forzado el de Trimble, derrotado por el hastío unionista, acosado por Paisley y por el ala más dura de su partido.

Pero el desarme acabó llegando, aunque a cuentagotas. El desarme se culminó por fin. Y también la batalla para que el Sinn Fein reconociera por fin a la policía de Irlanda del Norte. Paisley no tenía más remedio que dar un giro de 180 grados. Y lo ha dado. Aunque a su manera, nadie le puede negar su coherencia. Dijo que nunca pactaría con un partido que se apoyaba en las armas y rechazaba a las instituciones. Y no lo ha hecho. Ha sido un pequeño sí, para no desairar al sector más extremista del unionismo. Pero ayer se comprometió a gobernar para todos, para los que le han votado y para los que nunca le votarán. Más aún: invitó a todos a que las desgracias del pasado no sean una barrera para el futuro.

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