Mujeres en el campus
En la Universidad, como en la sociedad, hay discriminación hacia la mujer. El resultado más evidente es que la progresión académica de las mujeres es más difícil y más lenta que la de los hombres. Hay una multitud de datos que muestran, sin lugar a dudas, que esto es así y quien desee verificarlo puede entrar en el observatorio de la igualdad de la Universidad Autónoma de Barcelona (http://www.uab.es/observatori-igualtat). Baste con recordar a modo de ejemplo que, aunque se doctora un 55% de mujeres, sólo hay un 13% de catedráticas y que solamente hay cinco rectoras de un total de 71 universidades. Y avanzándome a argumentos que ya he oído, estos datos no se explican por diferencias en las cohortes, es decir, no son el resultado de la menor entrada de mujeres hace años en la carrera académica. También este punto se ha investigado y está a su disposición. Un ejemplo: en el año 1978 iniciaron su carrera como profesores ayudantes en la UAB 91 hombres y 30 mujeres. De los primeros, el 22% ha llegado a catedrático; de los segundas, sólo el 3%. Tampoco es cierto que el tiempo vaya a curarnos. Todos los estudios, en España y en otros países, muestran que se avanza muy lentamente hacia la igualdad.
Las cuotas han sido y son habituales en la Universidad. Siempre se ha procurado una representación equilibrada
La plena participación de la mujer en condiciones de igualdad en la vida universitaria es un tema de justicia, de cumplimiento de la legalidad -de la extensa normativa que existe- y es imprescindible para que la ciencia y la enseñanza superior alcancen la calidad que deseamos. Conscientes de todo ello, algunas universidades hemos puesto en marcha planes de igualdad. El de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) se inició en el año 2003 e incluye numerosas actuaciones, desde la representación equilibrada de sexos en los equipos de gobierno a la introducción de incentivos económicos a los departamentos en sus contratos programa para implementar políticas de igualdad (http://www.uab.es/observatori-igualtat). La cuidadosa evaluación de cada programa nos permitirá ir corrigiendo errores e ir mejorando.
Paradójicamente, en la Universidad, que se considera una institución progresista, la implementación de estas políticas no ha sido fácil y no han faltado las resistencias, directas o camufladas bajo todo tipo de precauciones y objeciones metodológicas o filosóficas. Un ejemplo es la resistencia que detectamos a la instauración de cuotas en diferentes órganos y comités. Lo que hay que garantizar es que los más cualificados -sean hombres o mujeres- formen parte de los diferentes órganos de gobierno y comisiones, argumentaban algunas voces. Sin embargo, las cuotas han sido y son habituales en la Universidad. Siempre se ha procurado representación equilibrada de los diferentes colectivos: numerarios y no numerarios; estudiantes, personal de Administración y Servicios y profesores; funcionarios y laborales; de los diferentes ámbitos científicos y un larguísimo etcétera. No se habría aceptado, por ejemplo, que en la comisión de doctorado de la UAB los ocho miembros fuesen doctores en derecho. Aunque fuesen los más cualificados -según no se sabe qué criterios. Curiosamente, cuando llega el turno a la representación equilibrada de hombres y mujeres, las cuotas parecen inaceptables, estúpidas. Parece que la nueva Ley Orgánica de Universidades incluye la obligación de desarrollar algunas -tímidas- acciones de igualdad y es bueno que los dirigentes universitarios sepan que tendrán que mantenerse firmes si quieren hacerlas efectivas.
Quedan, no obstante, muchos temas pendientes. Uno, en el que estamos trabajando, es la aparente feminización de algunas carreras. ¿A qué se debe, por ejemplo, que los chicos prefieran ciertos estudios y las chicas otros? Lo aceptamos con sorpresa o con comentarios divertidos, pero lejos de ser una moda o una curiosidad, creo que es un síntoma de la misma enfermedad.
Y he dejado para el final un tema complejo que habrá que abordar si de verdad queremos una Universidad mejor. Se trata del famoso tema de la excelencia. Si en la evaluación de las personas y de las instituciones lo que se valora es la excelencia, será difícil llegar a la igualdad y avanzar a hacia la calidad de verdad. En la mayoría de casos, no sabemos cómo se mide, ni cuánta excelencia es suficiente para obtener un reconocimiento. Pero incluso cuando se dispone de indicadores acordados, es dudoso que la excelencia sea el parámetro a medir. No creo que la calidad de una institución compleja e inteligente como es una universidad, dependa de seis u ocho personas excelentes, aunque, lamentablemente, algunos populares ránkings de universidades parecen construirse a partir de este criterio. Algún día, a las universidades se las valorará por muchas otras cosas. Por la calidad real de la formación que proporcionan a los estudiantes, por qué y para qué o para quién investigan, por sus políticas de igualdad o medioambientales, por su compromiso social. Y hay que esperar que este día no tardará en llegar.
Lluís Ferrer es rector de la Universitat Autónoma de Barcelona
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