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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Juzgar al monstruo

Jalid Sheij Mohamed se ha presentado como una mente monstruosa ante la comisión militar que examina su caso en Guantánamo. En una declaración que ha hecho pública el Pentágono, el paquistaní se declaró jefe de operaciones de Bin Laden, "responsable de la operación del 11-S de la A a la Z", y afirmó que con su mano derecha había decapitado al periodista Daniel Pearl, de The Wall Street Journal, en Pakistán, en 2002. Además, asumió la autoría intelectual de los ataques de Bali, del intento de Richard Reid de hacer volar un avión americano con zapatillas explosivas, y afirmó haber querido volar las Torres Gemelas de Nueva York, en 1993, y ejecutar otros atentados que nunca ocurrieron.

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Aunque resulta poco convincente tal ubicuidad terrorista, los atentados del 11-S y la decapitación de Pearl -en los que ya se sospechaba su implicación directa- lo convierten ya en terrible asesino, pese a su intento de presentar todos estos crímenes bajo el prisma del militar en una guerra contra Estados Unidos. Es puro terrorismo, con objetivos, pero sin fin.

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Pero incluso un monstruo semejante debe tener un juicio justo, que además sirva para esclarecer los hechos. Jalid Sheij Mohamed es parte de 14 detenidos que fueron llevados a Guantánamo desde otros centros secretos que la CIA tiene en el mundo, haciendo caso omiso de la legislación internacional. Previsiblemente, la Comisión que le ha examinado -lejos de toda garantía jurídica- le calificará como "combatiente extranjero" y le mantendrá indefinidamente detenido sin derecho a juicio. La difusión de su terrible confesión sirve también al Pentágono para justificar que se mantenga el centro de detención y limbo legal de Guantánamo.

Han pasado más de seis años desde los atentados del 11 de septiembre y hasta ahora sólo una persona, Zacarías Moussaoui, detenido en Estados Unidos un mes antes de que se produjeran, ha sido procesada. Acaba de ser condenado, aunque el jurado debe aún decidir si será ejecutado o cumplirá cadena perpetua. En comparación, tres años después de la matanza del 11 de marzo en Madrid, el juicio está en marcha, aportando datos nuevos y fijando la verdad judicial. Washington ha perdido el norte, y esta falta de respeto a sus propios principios le resta credibilidad. Los ciudadanos estadounidenses y del resto del mundo se merecen que Jalid Sheij Mohamed sea juzgado de forma abierta y con todas las garantías.

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