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Columna
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El talón de Aquiles

Lo que está en juego en Afganistán no es sólo la paz y la estabilidad de aquel país y de su entorno, donde se ubican dos potencias nucleares, Pakistán e India, mientras un tercero, Irán, intenta unirse al dúo. Lo que también se dilucida es la seguridad de Occidente, que se vería seriamente comprometida si la actual guerra entre la OTAN y los talibanes terminase con la derrota de la primera y el triunfo de los segundos. Geográficamente, Afganistán está muy lejos de España y los españoles no comprenden muy bien qué hacen allí nuestras tropas ante la deliberada equivocidad del Gobierno para explicar con claridad su misión. Pero, una restauración del poder talibán en Kabul, con el consiguiente retorno de los yihadistas de Al Qaeda, supondría una amenaza real y directa a nuestra seguridad. Por si hubiera alguna duda, ahí están las recientes amenazas de grupos ligados a Al Qaeda contra países que mantienen tropas en el norte y oeste de Afganistán: Alemania, Austria y España. Al Gobierno español le acusa de haber engañado al pueblo al trasladar a Afganistán las tropas retiradas de Irak. Una falsedad evidente porque las tropas españolas están en Afganistán desde un año antes de la invasión de Irak y que sólo prueba la falacia de los argumentos del terrorismo islamista y que la presencia de tropas españolas en la antigua Mesopotamia no fue la única causa del horrendo atentado del 11-M.

España llevaba mucho tiempo en el punto del mira de Al Qaeda. La "liberación de Al Andalus" y la "reconstrucción de un califato islámico desde la Península ibérica hasta Indonesia" es un tema recurrente en todas las apariciones televisivas y en internet de Osama Bin Laden y de su segundo, el egipcio Ayman al Zawahiri, desde los atentados del 11-S. Constituye una obsesión para los líderes terroristas a la que se ha añadido la amenaza de expulsarnos de Ceuta y Melilla, expulsión exigida por Al Zawahiri el pasado febrero. Por eso es elogiable la firme actitud del ministro de Defensa, José Antonio Alonso, al rechazar la retirada del exiguo contingente español en Afganistán al tiempo que pedía que se mantuviera "la guardia muy alta" dada la peligrosidad de las amenazas terroristas. Se comprenden menos las repetidas negativas del presidente Zapatero a incrementar la presencia española en el país asiático dada la importancia de su misión y la amenaza talibán de llevar el conflicto a las zonas donde se encuentran nuestros soldados y a pesar de las peticiones hechas por los mandos de la Alianza y por el propio el Gobierno afgano, creo suponer favorablemente informadas por el mando militar español.

En estos momentos, nuestras tropas participan, junto a unidades italianas -por cierto, Romano Prodi se atreve a poner en peligro su propio Gobierno por no ceder a las exigencias de retirada que le plantean sus socios de la izquierda-, y del Ejército afgano en la llamada Operación Aquiles, destinada a evitar la infiltración de guerrilleros talibanes desde el sur del país al oeste y norte de Afganistán. Aquiles coincide con la gran ofensiva lanzada por la ISAF, que agrupa a las fuerzas de la OTAN y de otros países, contra los reductos talibán en la zona meridional de la provincia de Helmand y en la frontera con Pakistán. Como informaron varios servicios de inteligencia occidentales y se ha confirmado en el juicio del 11-M, Madrid fue escogido para el atentado porque se consideraba que "España era el eslabón más débil" de los países con presencia en Irak. La negativa a enviar refuerzos que potencien la seguridad de nuestras tropas en Afganistán no hace sino reforzar esa sensación de debilidad percibida por los yihadistas. Sería lamentable que el talón de Aquiles en la operación del mismo nombre fuera la escasez de recursos humanos y materiales puestos a disposición de nuestras Fuerzas Armadas.

En octubre de 1415 y durante la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, los ingleses, diezmados por la disentería y en una inferioridad numérica de tres a uno, libraron una de las batallas más decisivas de esa Guerra, Agincourt. Shakespeare la inmortalizó en su Enrique V. "En nuestro estado [de inferioridad], no buscaremos una batalla. Pero, en nuestro estado, tampoco la rehuiremos", dijo el rey Harry. Zapatero debería leer más a Shakespeare.

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