El polaco que aborrecía las doctrinas
Cosas de Polonia. Así tituló Ksawery Pruszynski uno de sus cuentos sobre la Polonia de entreguerras y de los tiempos de la ocupación hitleriana. Optó por el título español para expresar su fascinación ante la semejanza de la suerte corrida por España y Polonia. Pruszynski vivió sólo 43 años (1907-1950), pero su creación es tan abundante que podría ser repartida entre varias personas. Fue periodista y reportero, autor de cuentos y de ensayos, comentarista y analista de temas históricos. Fue un testigo singular de sus tiempos y sigue siendo, hoy día, una leyenda de las letras polacas.
Pertenecía a los círculos conservadores, pero era de talante liberal. Se caracterizaba, ante todo, por una gran aversión por las actitudes doctrinarias. Mientras unos veían en él a uno de los exponentes de los terratenientes conservadores, otros a un aristócrata rojo. Él, sencillamente, era un sagaz observador del mundo y de la gente que sabía descifrar los signos de sus tiempos, descubrir los límites de los bandos ideológicos o de las corrientes históricas. Dotado de intuición y valentía, también sabía formular juicios inesperados y provocativos. Con frecuencia escribía a contracorriente, se exponía a brutales ataques y era blanco de histéricas campañas de acoso de la prensa. No eludía los temas tortuosos y conflictivos: Hitler y Stalin, las relaciones polaco-ucranias y el antisemitismo, las causas de la derrota militar de Polonia en 1939 y la necesidad de reorientar la política de Polonia después de junio de 1921. En 1945, Pruszynski regresó de Gran Bretaña a la Polonia gobernada por los comunistas, lo cual fue interpretado por la emigración anticomunista como un acto de traición. Pero no hubo nada de traición, sino una difícil elección del lugar en que quería vivir para influir sobre la suerte del país. No le dio tiempo a hacer muchas cosas: murió en un accidente de tráfico cuando, siendo embajador en Holanda, hacía un viaje a Polonia. Quedaron sus libros y sus artículos, que siguen fascinando y suscitando polémicas.
Un conservador escribiendo con honradez sobre la España roja fue en la Polonia de 1938 un ejemplar exótico. Su libro despertó enorme interés, aunque no podía contar con la simpatía de los comunistas, porque escribía sin remilgos sobre la crueldad de los rojos. No obstante, el libro fue una auténtica ofensa para la derecha católica y nacionalista, porque Pruszynski tampoco acariciaba a los representantes del alzamiento ni a sus aliados. Sobre los rojos escribía con mucha sagacidad y buena disposición. Al describir su conversación con un joven soldado de la República que pertenecía a una unidad que llevaba a cabo ejecuciones sin juicio, puso en boca del soldado: "¡Claro que sin juicio! No sea que los suelten y se salven. ¡Sólo sin proceso! ¡Menuda revolución sería la nuestra sí yo no pudiese matar!".
"Era terrible", comentó Pruszynski, "mataban de esa forma jóvenes de mirada sincera, chicos que no eran criminales, que además no eran personas corrientes, sino seguramente gente buena, seguramente idealistas, los mejores. Era terrible, seguramente lo peor de todo, no había ninguna fuerza que después de todo aquello pudiese devolverles la tranquilidad".
El fragmento citado indica con claridad que el autor no encubría la verdad más amarga sobre la España roja, aunque aquella verdad no era una verdad agradable para los amigos polacos del general Franco. Tampoco era una verdad agradable para sus enemigos. Por eso, cuando después de 1945 se impuso la interpretación oficial de la Guerra Civil en España, el libro de Pruszynski compartió la suerte de otros libros prohibidos.
Contradecía de manera obvia la imagen esquemática de la lucha del bien (representado por los republicanos) con el mal (representado por los fascistas y el general Franco). A los comunistas en el poder no les gustaba el mundo de los matices. Fue la editorial clandestina NOWa (la Oficina Editorial Independiente) la que publicó el libro de Pruszynski en 1986. Los ejemplares del libro solían ser confiscados por la policía comunista cuando hacía registros en nuestras viviendas y la divulgación del libro, en tanto que publicación ilegal, era castigada por los tribunales. Ksawery Pruszynski, aunque ya llevaba muerto 35 años, seguía siendo un escritor peligroso.
Para mi generación, educada con las imágenes blanquinegras de la Guerra Civil española, el libro de Pruszynski era una fuente inagotable de información sobre un mundo lleno de complicaciones y de diferentes razones. Pruszynski nos enseñaba a aprender la complejidad de la Guerra Civil española.
Nos enseñaba también a ver de manera distinta nuestra propia suerte polaca, porque, al describir a España bañada en sangre, el autor nunca dejó de pensar en Polonia. No fue el primero. En el siglo XIX muchos escritores y políticos compararon la suerte de España y la de Polonia.
Jan Kieniewicz, historiador y ex embajador polaco en España, citó en uno de sus libros una carta que Juan Donoso Cortés le escribió en 1849 a Atanazy Raczynski: "En el carácter histórico de los españoles se destaca la exageración en todo. Exageramos en la testarudez, en la lucha durante siete siglos contra los árabes, en los sentimientos religiosos inventando la Inquisición y lo único que nos falta es que exageremos también con el socialismo, cosa que, sin duda alguna, haremos. Y entonces os enteraréis de cómo son los españoles enamorados de una causa, sea buena o mala".
Al leer esas palabras el lector polaco piensa, por fuerza, en su historia. La analogía -también recogida de manera interesante por Ksawery Pruszynski- resultó ser, con el correr del tiempo, muy sugestiva. Muchos años después, estudiando la historia de la dictadura franquista y de la oposición antifranquista, muchos de nosotros buscamos las antiguas analogías y fue entonces cuando empezamos a pensar y hablar sobre el camino español, sobre la senda española hacia la democracia. Muchos de nosotros tratamos de incorporar las experiencias españolas a la realidad política polaca.
El libro de Pruszynski fue también una advertencia ante los aspectos más tenebrosos de toda revolución o de todo gran terremoto histórico. Por ejemplo, es singular la conversación citada por Pruszynski con Gregorio Marañón, famoso médico e intelectual liberal de gran autoridad moral en España. La conversación nos mostró, muchos años después, cómo la dinámica del radicalismo destruye los valores en nombre de los cuales se enarbola el estandarte de la revolución, cómo una cruel Guerra Civil destruye la libertad. Marañón, aterrorizado por la envergadura de la cruel represión practicada por los rojos, se pronunció en cierto momento a favor de los franquistas. Para nosotros, era de menos si tenía razón, lo que nos interesó fue que descubrió ante nosotros una nueva verdad sobre España y Polonia que desconocíamos. Pruszynski, con una intuición genial, intuyó que en algún momento se vería ante la necesidad de hacer una elección similar. Y es que, ante el choque entre dos grandes ideologías totalitarias, perdía la ilusión sobre un Estado democrático, plural y tolerante.
Esa ilusión se veía derrotada en las mentes de la gente que retrataba con tanta destreza Pruszynski, un escritor dominado por el apasionamiento y la ira, que tenía su propio código creativo al que no siempre era fiel. Al explicar su compromiso con causas que suscitaban una actitud de rechazo en la opinión pública escribió poco después sobre la guerra: "El comentarista siempre tiene que sentir una gran responsabilidad, siempre debe tener en cuenta las consecuencias que puede provocar con lo que escribe, si instará a menospreciar el peligro que acarrea una determinada situación o, por el contrario, sabrá dar máxima seriedad a su advertencia. El comentarista tiene que saber que su papel no consiste en repartir alfilerazos con soberbia, en gastar bromas, hacer juegos de palabras y, menos aún, en buscar ante todo la popularidad. El actor, para ser bueno, nunca podrá ser pitado, pero el comentarista malo es aquel que nunca fue pitado por nadie, que nunca se expuso a la ira de la opinión pública. Y por eso siempre debemos hacer lo que hay que hacer, independientemente de que nuestra acción pueda tener efectos seguros o aunque sólo podamos tener probabilidades de conseguir efectos e, incluso, aunque tengamos el temor de que no los conseguiremos, aunque alguien nos garantice que sí. La tarea del comentarista no es, pues, tocar un interminable sztajerek [en el folclore urbano polaco, una polca briosa] para satisfacer el gusto del público. La tarea del comentarista es explicar lo que ha entendido con su mente e independientemente de que el razonamiento en cuestión guste o no guste al poder, a la Iglesia, a las masas, a la sociedad, al pueblo, a la opinión pública. Siempre defender la convicción de que los consejos que da o las advertencias que hace son justos, aunque no gusten".
Y añade: "La tarea del comentarista es también defender sus opiniones hasta el fin, a pesar de otros e, incluso, en contra de otros. Como dicen los anglosajones, again and again. Y el escritor tiene que defenderse solamente en el búnker de su propia conciencia ante los reproches de que no gusta, que no cumple las esperanzas depositadas en él o, lo que es aún peor, que se está quemando, que está acabado. Y ante todo eso debería disponer de una indiferencia como la de Horacio. Tiene que saber decir lo que debe cumplir, tiene que repetirlo hasta el fin, aunque todo sea cada vez peor, y, en particular, cuando todo es peor, o cuando nadie le hace caso, en particular cuando no le hacen caso".
Así escribía Pruszynski sus libros y ese espléndido credo literario es la mejor introducción a En la España roja. Yo siempre animé a mis amigos polacos a leer ese libro. Hoy animo a hacerlo a los lectores españoles.Fue un escritor dominado por el apasionamiento y la iraPruszynski era un sagaz observador del mundo y de la genterecorrió la España en guerra en 1937 y reunió sus crónicas en el libro En la España rojaque viajó a España como corresponsal de la revista Noticias Literarias. El libro incluye entrevistas con el doctor Gregorio Marañón y con el lehendakari José Antonio Aguirre, y multitud de voces de quienes protagonizaron y sufrieron los tiempos de guerra.
Adam Michnik es escritor polaco. Traducción de Jorge Ruiz Lardizabal.
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