Evocar la ciudad impura
Paco Ibáñez lo decía cantado a Brassens, ¡qué extraño resulta hacer lo que casi nadie hace! Es igual se trate de la indiferencia ante la música militar o, el día lo traía a colación en las calles de Madrid, recordando que "cuando la fiesta nacional, yo me quedo en la cama igual". La cuestión es que ir a un concierto en día de clásico futbolístico, cruzándose por la calle con bufandas y esperanzas henchidas por la rivalidad, otorga una extraña sensación de vivir en otro planeta. Si además se trata del concierto de un superviviente del Katrina que ha afirmado que "cuando pasa una cosa así es necesario silbar una buena melodía y volver a comenzar", la sensación es todavía más acentuada. Un concierto en día de partido clásico protagonizado por alguien que no se lamenta en tiempos de queja.
Esta extrañeza aumenta aún más cuando de camino al espléndido teatro que acoge el concierto, se piensa que la música de Nueva Orleans tiene que ver con tabaco y putas, sudor y humedad, nocturnidad y alcohol, mientras que por cuestiones que no vienen al caso su dignificación la constriñe en espacios impolutos que parecen otorgarle la seriedad que nunca ha reclamado de puro evidente que resulta. Con putas y todo. Pero no serán miramientos "ecológicos" los que empañen la primera visita de Allen Toussaint a España, ese "don nadie" oculto tras muchos éxitos de Lee Dorsey, Irma Thomas, Costello o The Meters. Pianista y cantante, Allen es autor de temas versionados por los primeros Stones, constructor de soul y rhythm and blues y figura que aparece en cualquier documental que se asome en los pantanosos terrenos musicales de la Louisiana.
Corbata de lentejuelas
Teatro Zorrilla. Su nombre recuerda una celebrada salida humorística de Pablo Carbonell en Caiga quien caiga. Toussaint: impecable traje oscuro con corbata de lentejuelas y sandalias de tiras con calcetines gris. Ante él, rockeros impenitentes con memoria y gusto, aficionados al soul y amantes del jazz y de cualquier otra variante de las músicas negras. Frente a ellos, Allen comenzó a frasear como quien quiere calentar los dedos y, antes de que se comprobase que iba a ser acompañado por un no anunciado percusionista de dimensiones vacunas, sonaba All of it.
A partir de este punto todo fue música. Música de calle y de barra paseada con extrema ductilidad entre las teclas de un piano por los dedos de Allen. Hablaba el artista y su voz parecía incluso más bella y varonil que cuando cantaba perlas como Working in the coal mine; se encorvaba sobre el instrumento y aparecían canciones cantadas por Costello & Atracttions -All these things-; The Meters -I'm gone-; Solomon Burke -Get out my life woman- o por ese inevitable Profesor Longhair del que Toussaint imitó su peculiar y afilado fraseo al piano tocando Big chief. Era como estar en una clase de historia, de la historia emocional de una de las ciudades más espléndidamente impuras que en el mundo han sido.
A la salida, después de que Toussaint firmase autógrafos mientras paseaba por la platea agradeciendo aplausos, las calles no tenía bufandas. En el interior de los bares el público de uno y otro equipo aún esperaba saber si había de estar satisfecho o frustrado. Con el repiqueteo alegre del Boggie woogie crepitando reciente en la memoria, era fácil recordar entonces que la música de Nueva Orleans no tiene un color, los tiene todos.
Babelia
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