Dos retratos de viudedad
El 5,9% de la población vasca es viuda. Las vidas de Elisabete y Jesusa representan al colectivo
Elisabete tiene 90 años y aún friega el suelo de rodillas; Jesusa, con 76, reside con su hija y su familia. Son dos de las más de 122.766 viudas que viven en Euskadi, según los últimos datos del Instituto Vasco de Estadística-Eustat, que califica la viudedad de "fenómeno creciente".
El abanico de viudas lleva desde la extrema pobreza y soledad (un 38% vive sin compañía) hasta el arrope familiar y una buena posición económica. Ni Elisabete ni Jesusa se encuentran en los extremos. Ambas afirman estar contentas con sus vidas y sus pensiones: "Algo más de 60.000 pesetas de antes [cerca de 400 euros]", la de Elisabete, y "poco más de 600 euros" la de Jesusa. "No nos podemos quejar, las hay que viven en muy malas condiciones, con muchísimo menos. Ni siquiera les llega para un poco de calorcito en el invierno", afirman casi al unísono. "Las instituciones deben atender a esas personas", reclaman.
Elisabete Barriketa nació en Bermeo "el 19 de junio de 1917", dice sin titubear. Muy risueña, Eli, como la llama "todo el mundo", afirma encontrarse en plena forma física, aunque "un poco de glucosa suelo tener". Se acuerda de todas y cada una de las personas de su vida y, físicamente, dice que sólo le cuesta "un poquito" levantarse tras pasar un buen rato fregando de rodillas.
Lo que le fascina es el cine. Primero fue el mudo ("me chiflaban las películas del Oeste") y ahora, el de la televisión ("con la pantalla panorámica de mi hijo se ve fenomenal"). Y a quien recuerda constantemente en la conversación es a su madre, una mujer que crió a siete hijos y que siempre les llevó "bien vestidos y bien alimentados".
Eli se trasladó de Bermeo a Bilbao cuando tenía 19 o 20 años, "cuando entraron los nacionales en Bermeo", precisa, porque no quería trabajar en las fábricas de su pueblo. "Aunque cuando era jovencita sí solía ir a la anchoa, para comprarme luego vestidos, no me gustaban las fábricas. Quería salir, conocer más cosas", explica. En Bilbao estuvo nueve años sirviendo en una casa "muy buena". Tanto que, cuando se casó, y tras unos años de vivir en casa de la suegra, los señores les ofrecieron las llaves de la residencia veraniega que poseían en Algorta. En invierno, Eli, su marido y sus dos hijos (chico y chica) vivían allí, y en verano trasladaban sus efectos personales a la casa de los señores en Bilbao, donde permanecían hasta fines de septiembre. "Yo he veraneado en Bilbao, sí, y tan ricamente", dice. Tardó en tener casa propia: "Si no se podía...".
Nunca pensó en trabajar fuera de casa. "Me arreglaba con lo de mi marido", indica. Su hija, que ya tiene 60 años, le ha dado un nieto y dos nietas, y la mayor de éstas, un bisnieto. "Tiene seis años y juega al fútbol y mete goles y todo. Y cómo nada, parece un pez. No sé de quién lo habrá sacado", cuenta. Eli vive en su propia casa en el barrio bilbaíno de Sarriko y su hijo, de 53 años, está con ella, "aunque él tiene un apartamento y hace su vida". No se siente sola, pero reconoce que la asociación de mayores Nagusilan le ha proporcionado un grupo de amigos y muchas cosas para hacer: cuidar y y acompañar a otras personas mayores.
A Jesusa Pagoaga (Lekeitio, 1931) todavía se le nublan los ojos cuando habla de su marido, de su enfermedad y su muerte. "Me vas a hacer llorar", recrimina. A su marido, que perdió hace 25 años, lo conoció en Venezuela, "pero era de Lekeitio", su pueblo. Al quedar viuda su madre, la familia emigró a Venezuela, donde había ido antes una hermana de Jesusa. Ella trabajó allí de joyera y de supervisora, se casó y tuvo a su primera hija, que es "criollita", bromea. Para el segundo, eligió el País Vasco: "Me vine a pasar el verano y ya no me fui hasta que no tuve al hijo, para que naciera aquí".
Aunque no se queja de su pensión, reconoce que "antes se vivía mejor con menos dinero. Ahora hasta nosotras tenemos de todo". Jesusa recuerda que "antes" las viudas no recibían nada de pensión: "Mi madre se quedó viuda con 36 años y no recibió un duro. Ella sí que lo tuvo difícil".
Jesusa, que ahora vive con su hija, su yerno y el nieto de 16 años, le resta importancia a lo que le tocó a ella, salir de casa y ponerse al frente de la pescadería familiar. Tenía 51 años.
Eli y Jesusa hablan entre ellas en euskera vizcaíno, "que es el auténtico". "La primera palabra que escuché en mi vida fue en euskera, y yo hice lo mismo con mis hijos", indica Jesusa. De las dos, a quien más parecen pesarle los años es a Jesusa. "Todos los años pido prórroga", bromea. Pero ambas se contentan con la felicidad y la salud para los suyos.
El recuerdo del marido
Ni Elisabete ni Jesusa han vuelto a contraer matrimonio. También dicen no haber tenido "ni un novio". Ambas enviudaron hace ya un cuarto de siglo. Jesusa sólo contaba con 51 años. Sin embargo, ninguna se volvió a casar, ni lo pensó siquiera. "No han intentado ligar conmigo ni yo lo he necesitado. La independencia económica es importantísima para la mujer", afirma Jesusa, que comenta con Eli "la cantidad" de viudas que se tuvieron que casar sólo para poder dar de comer a los hijos. "Pobres mujeres, no tenían más remedio. A nosotras, afortunadamente, eso no nos ha pasado", dicen.
Se muestran satisfechas con sus vidas y no creen que hayan sufrido especialmente. "No he tenido una vida dura. Las cosas vinieron así", se conforma Jesusa. Lo que sí le habría gustado es "estudiar" una profesión. "Está muy bien lo de la igualdad, porque era tanta la esclavitud que tenía la mujer. Mi madre no paraba", comenta Elisabete.
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