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Reportaje:

Descenso a los pasadizos de la Guerra Civil

Los moradores del Madrid asediado construyeron decenas de kilómetros de refugios subterráneos que aún surcan el subsuelo

Madrid esconde en sus sótanos vestigios ocultos de una etapa, la Guerra Civil, en la que la vida cotidiana de sus moradores se vio signada por tribulaciones sin cuento durante tres años. El horror adoptaba la forma de bombardeos tan inesperados como inmisericordes. El batir estremecedor de las hélices de grandes trimotores cargados de bombas, así como el hiriente silbido de los proyectiles de gran calibre disparados por la cañonería franquista desde la Casa de Campo sobre el corazón de Madrid, preludiaban siempre estragos y devastaciones. Para huir de todo aquello, el genio del pueblo asediado ideó una serie de refugios subterráneos, inicialmente improvisados en sótanos y bajeras.

El 2º Cuerpo de Ejército propuso un túnel para unir bajo tierra el Palacio Real y el metro
Muchas de las galerías fueron construidas por porteros de fincas y comerciantes

En una documentación procedente del Servicio Histórico Militar, se detalla una "relación de refugios y minas existentes en diferentes fincas urbanas de Madrid, excabadas (sic) algunas de ellas por el mismo vecindario". Se pasa luego a detallar algunas de ellas, como la de la calle de Núñez de Balboa, 67: "Han construido un muro que aísla un trozo de unos 40 metros cuadrados aproximadamente de alcantarilla, a cuyo trozo convergen tres minas: dos que parten del número 67 de dicha calle y una del número 28 de la calle de Juan Bravo. Estos edificios pertenecen a FAI (Federación Anarquista Ibérica) y CNT (Central Nacional de Trabajadores, sindicato anarcosindicalista)".

En documentos similares se señala que tales refugios se hallan conectados, para su acceso, con conducciones del alcantarillado; a través de ellas, la huida puede desplazar o aproximar a los que emplean esta vía hasta o desde parajes muy alejados.

Abundan las minas y galerías construidas por porteros de las fincas sobre las que se hallaban o, incluso, por los propietarios de tiendas o establecimientos comerciales allí situados, como fue el caso de un refugio de la calle de Francos Rodríguez, 90, "cuyos trabajos los ha dispuesto don Felipe Castilla, dueño de la tienda instalada en la referida finca", se dice en el informe.

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Poco a poco, fueron surgiendo otros refugios construidos por albañiles movilizados primero por los sindicatos y luego por el Ejército, que permitieron sobrevivir a gran parte de la población. En muchos de ellos han dejado el marchamo de su cabal hechura sobre centenares de kilómetros de galerías subterráneas enladrilladas, con bóvedas, corredores, salas y espacios colectivos, además de conducciones para el agua, la electricidad y las evacuaciones. Los techos podían alcanzar hasta dos metros y medio de altura y la profundidad de los refugios variaba mucho en virtud de la cualidad del terreno.

Un picador o zapador normal puede excavar tres metros cúbicos de tierra blanda por jornada. Para un mismo trabajo, éste dura tres horas si labora sobre tierra blanda, tres horas y media, si se trata de tierra dura e invierte hasta cinco horas si la tierra se encuentra mojada.

Aún hoy, a algunas de estas galerías es posible -aunque bastante difícil- acceder. Para hacerse una idea de cómo eran aquellos reductos donde los madrileños, niños y mujeres, mayoritariamente, se refugiaban para resistir indemnes los bombardeos, cabe hacer lo siguiente. En la calle del Conde de Xiquena hay un conocido restaurante-bar de copas, que en su sótano, visitable, muestra una bóveda a base de ladrillo en estado casi perfecto. Es de la misma naturaleza que la que remata el techo de una tienda de artículos de aventura de la calle de Génova, que puede visitarse en el fondo del establecimiento. Tanto una como otra bóveda forman parte de una galería de gran longitud que unía la plaza de Chamberí, donde se encontraba una amplia sede subterránea del Estado Mayor del Ejército republicano, con la entonces sede del ministerio de la Guerra, hoy Cuartel General del Ejército, en el palacio de Buenavista, que mira a la plaza de Cibeles.

Por cierto, en una de las tareas de fortificación más visibles de la contienda, la estatua de la diosa gobernadora -Cibeles, kibernos en griego equivale a gobernar- fue cubierta de ladrillo durante toda la contienda. Hubo también parapetos fortificados en la plaza de España y en la Gran Vía.

Un informe del Ejército del centro, más precisamente, de la Comandancia General de Ingenieros, de 17 de diciembre de 1938, muestra la querencia por la construcción de vías y pasajes subterráneos que los conflictos bélicos generan también entre los mandos militares.

Dice así: "El Estado Mayor del II cuerpo de Ejército desea comunicar el edificio del palacio nacional [hoy Palacio Real], en el cual tiene instalado su Cuartel general, mediante galería subterránea, con la del ferrocarril metropolitano...". "En los reconocimientos realizados se ha encontrado una galería correspondiente a un viaje antiguo. (El texto se refiere a los famosos viajes de agua, hasta 150 kilómetros del subsuelo de Madrid, construidos presumiblemente por expertos hidráulicos persas llegados con las tropas árabes con la conquista musulmana). "Su construcción, sección practicable, revestimiento de fábrica, y su dirección, ya que partiendo del arco principal de entrada a la plaza de la Armería termina en la misma galería del Metropolitano, la hacen perfectamente utilizable para el fin propuesto".

Quizá el enclave subterráneo más importante de Madrid es el que se halla bajo el parque del Capricho, en la Alameda de Osuna, a unos diez metros de profundidad. Es la conocida Posición Jaca, donde tenía su asentamiento el último baluarte del mando republicano antes del fin de la contienda en marzo de 1939.

Una serie de estancias dividía espacialmente las tareas a desarrollar allí, protegida la actividad por blindajes y puestos de vigilancia y provisto todo el conjunto de agua, generación de electricidad, sistemas de ventilación y vías de escape. Sustancialmente, se trataba de un refugio antiaéreo de los más grandes construidos entonces en Madrid. Hoy es posible su visita, que permite evocar aquellos tiempos heroicos.

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