Rigor monetario
El Banco Central Europeo (BCE) ha ejecutado el guión que tenía hace tiempo diseñado: ha vuelto a elevar el tipo de interés de referencia en un cuarto de punto, hasta el 3,75%, el nivel más elevado en cinco años y medio. Lo ha hecho tomando más en consideración el entorno económico a medio y largo plazo que el que rige hoy día. Garantizar la estabilidad de los precios es el objetivo fundamental del BCE, pero compatibilizarlo con el crecimiento y el empleo es algo que cabe exigir de la habilidad y experiencia de la institución.
La inflación en el conjunto del área euro sigue por debajo de esa tasa del 2% que el propio BCE definió como límite en la variación de los precios al consumo: el 1,8% es el valor del correspondiente índice armonizado en febrero. Ese registro no prejuzga su mantenimiento en los próximos meses, pero en el horizonte tampoco hay grandes amenazas significativas sobre la estabilidad de los precios. Sí hay, en cambio, motivos para extremar la prudencia acerca de la preservación de la recuperación de las principales economías del área.
La apreciación del tipo de cambio del euro está jugando el papel de filtro antiinflacionista, al tiempo que no favorece precisamente el crecimiento de las exportaciones fuera de la eurozona. La inestabilidad de los mercados financieros tampoco es precisamente la mejor compañera de endurecimientos monetarios. En esa situación de los mercados de acciones sigue pesando la presunción de que la principal economía del mundo puede acentuar su desaceleración mucho más de lo previsto hace unos meses. No sólo Alan Greenspan ha expresado tal temor.
Conviene, por tanto, que los responsables de la principal institución económica de Europa no traten de reforzar su credibilidad en el endurecimiento excesivo. Lo sensato es asegurar que se crezca, y dejar para más adelante las terapias ante una enfermedad que hoy no existe en Europa.
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